11/30/2009
EVANGELICOS VOTAN NULO EN PRIMERA VUELTA
D E C L A R A C I Ó N P Ú B L I C A
La campaña presidencial en desarrollo, ha sido la oportunidad a través de la cual los chilenos y chilenas hemos tomando nota respecto a las definiciones económicas, sociales y valóricas de los cuatro aspirantes a la Presidencia de la República de Chile.
Los evangélicos hemos seguido con atención este proceso, interesados en definir de manera informada y con responsabilidad cívica, nuestra intención de voto para el 13 de diciembre próximo.
Somos ciudadanos de este país, contribuimos con nuestro trabajo y nuestra conducta al bienestar colectivo de la patria, tenemos una presencia real en todos los niveles de nuestra sociedad y como portavoces de la enseñanza de Jesucristo, creemos firmemente que somos sal de la tierra y luz del mundo.
Hemos entendido que los CUATRO candidatos a la presidencia, han optado por salir a la conquista del voto, sin considerar valores cristianos fundamentales para la sociedad chilena, tales como el valor de la familia, -núcleo fundamental de la sociedad- y el matrimonio constituido por Dios entre un hombre y una mujer.
Por el contrario y con el argumento de una supuesta discriminación, los presidenciables han salido a favorecer
a minorías con en escasa representatividad, y no han trepidado en subjetivizar los valores más esenciales, dejando de lado incluso sus más profundas convicciones. Los candidatos han reivindicado las relaciones homosexuales, asumiendo como propio el discurso de una minoría que tiene tribuna en todos los medios de comunicación y que con insistencia ha presionado por generarse condiciones jurídicas especiales, que representan un verdadero atentado a la institución de la familia.
En sus respectivas franjas y debates televisivos, Jorge Arrate, Marco Enríquez-Ominami, Sebastián Piñera y Eduardo Frei, nos han notificado que están dispuestos a gobernar con la comunidad gay,
sin importar el compromiso valórico que esto implique, mensaje que se ha convertido en eje transversal de esta supuesta defensa en contra de la discriminación.
Los evangélicos representamos a más de tres millones de personas, que contribuimos con nuestro trabajo, responsabilidad, cultura cívica y conciencia ética, a hacer de Chile un país más grande y más solidario, centrados en la figura y el ejemplo de Jesucristo.
Sin embargo, los candidatos no han dicho una palabra respecto a nuestro aporte y han soslayado la fuerza de nuestro mensaje. Somos los que creemos en Dios, los que sujetamos nuestra vida a las normas escritas en las Sagradas Escrituras y tenemos opinión política fundamentada en el texto sagrado. No existe para nosotros la posibilidad de negociar nuestras convicciones o ceder un milímetro en posiciones que tienen un carácter absoluto. Por ello, exigimos de aquellos que aspiran a la más alta magistratura de la nación, no un compromiso por conveniencia con el mundo evangélico, sino el respeto mínimo con ciertos aspectos valóricos y morales que hoy están desafiados abiertamente.
Queremos hacer un llamado a los candidatos a la Presidencia de la República, para que reflexionen respecto al mensaje que están entregando a los chilenos, porque si de verdad están interesados en abandonar la odiosa discriminación que existe entre los chilenos, entonces llegó el momento de abordar la brecha salarial, la diferencia inmoral en la calidad de la educación de los más ricos y los más pobres, la pésima cobertura de salud que tienen los sectores más vulnerables y la injusta diferencia interreligiosa que se da en las Fuerzas Armadas y de Orden y en las reparticiones públicas del país, con el desigual trato a los capellanes evangélicos, frente a los capellanes católicos.La comunidad homosexual está lejos de ser el sector más discriminado de nuestro país, puesto que su “causa” es motivo central de productos televisivos y sus voceros son panelistas en todos los medios de comunicación.
Hacemos un llamado a la reflexión al mundo cristiano evangélico de Chile, para que en las elecciones de diciembre próximo se haga notar con potencia nuestra fuerza y la convicción de nuestro mensaje, puesto que ante la notable falta de garantías por parte de los candidatos a la Presidencia, lo único que nos resta como cristianos, es dar una señal potente de disconformidad en caso que los candidatos perseveren en su postura moral relativista.En momentos cruciales de la historia bíblica, Dios levantó hombres preclaros que supieron reconocer las demandas divinas para su época y para su generación. Josué desafió a su pueblo a actuar en concordancia con sus convicciones más profundas:
E“escogeos hoy a quien sirváis… pero yo y mi casa serviremosa Jehová”1.Esta misma claridad y convicción es la que se demanda hoy de la Iglesia Chilena.en virtud de lo anterior, es que los dos millones de evangélicos inscritos en los registros electorales, podemos definir quién será el próximo presidente de Chile.A partir de esta semana y hasta el 30 de noviembre próximo, esperaremos una definición clara de los candidatos respecto a los temas valóricos que hoy están en cuestión y en caso de no recibir una respuesta concreta en este sentido, llamaremos a
VOTAR NULO en la papeleta presidencial de primera vuelta con el siguiente texto: YO Y MI CASA SERVIREMOS A JEHOVÁ. De esta forma y ante la reñida segunda vuelta que se avizora en todas las encuestas, quien desee convertirse en Presidente deberá asumir un compromiso concreto con el mundo evangélico en defensa de la vida y el valor de la familia, según el diseño de Dios.1
Josue 24:15. Reina Valera 1960.
FUENTE : http://www.movimientoisacar.cl/
9/15/2009
8/22/2009
7/15/2009
EVAN ROBERTS Y EL AVIVAMIENTO EN GALES
El avivamiento de Gales empezó en 1904. Comenzó como un movimiento de oración. Seth Joshua, un evangelista presbiteriano, llegó al colegio Emlyn en Newcastle (Inglaterra). En este colegio estudiaba un minero, Evan Roberts, de 26 años de edad, para entrar al ministerio. Los estudiantes estaban tan conmovidos que pidieron asistir a la siguiente campaña de Joshua. Entonces se suspendieron las clases para ir a Blaenerch, donde Seth Joshua oró en público: "Oh Dios, dobléganos." Evan Roberts se fue adelante y oró con gran agonía: "Oh Dios, doblégame." Cuando regresó, ya no pudo concentrarse en sus estudios. Se fue al director del colegio y le explicó: "Sigo escuchando una voz que me dice que tengo que ir a casa y hablar a nuestros jóvenes en mi iglesia. ¿Es esta la voz del diablo o la voz del Espíritu?" El director respondió sabiamente: "El diablo nunca da órdenes como esta. Ud. puede tomar una semana libre." Entonces Evan se fue a su pueblo y dijo al pastor: "He venido para predicar." El pastor no estaba muy convencido, pero preguntó: "¿Qué te parece hablar en la reunión de oración el lunes?" Ni siquiera le dejó hablar en la reunión, sino dijo a los que asistieron: "Nuestro hermano joven, Evan Roberts, siente que tiene un mensaje para ustedes si desean quedarse al final."
la Capilla Moriah, Loughor, Gales del Sur, Evan Roberts predicó 1904/1905
Diecisiete personas se quedaron, y fueron impresionados con la manera directa de hablar del joven. Evan Roberts les dijo: "Tengo un mensaje de Dios para ustedes: Ustedes tienen que confesar ante Dios cada pecado del cual estén conscientes, y tienen que arreglar todo mal que han hecho a otros. Segundo, tienen que despojarse de todo hábito dudoso. Tercero, tienen que obedecer al Espíritu prontamente. Finalmente, tienen que confesar públicamente su fe en Cristo." A las diez de la noche, todas las diecisiete personas habían respondido. El pastor estaba tan contento que pidió: "¿Qué te parece hablar en el culto de misiones mañana por la noche? ¿Y el culto del miércoles de la noche?"El predicó toda la semana, y le pidieron quedarse otra semana más. Entonces llegó la victoria. De repente, las columnas eclesiásticas aburridas en los diarios cambiaron: "Grandes multitudes de personas están siendo atraídas a Loughor." La carretera principal donde se encontraba la iglesia, estaba repleta de gente que quería llegar a la iglesia. Los propietarios de tiendas las cerraban temprano para encontrar un asiento en la iglesia.
interior de la capilla donde Evan Roberts llevó a la congregación a Dios
Un reportero fue enviado y describió vivamente lo que vio: una reunión extraña que duró hasta las 4:25 de la madrugada; y aun a esa hora la gente no quería ir a casa. El movimiento pasó sobre Gales como una marea alta; en cinco meses se convirtieron cien mil personas en todo el país. Cinco años después, el Dr.J.V.Morgan escribió un libro para desprestigiar el avivamiento; su crítica principal fue que de estos cien mil convertidos, ¡después de cinco años "solo" setenta y cinco mil seguían siendo miembros de iglesias! El impacto social fue asombroso. Por ejemplo, los jueces no tenían ningún caso a juzgar: no hubo robos, ni asaltos, ni violaciones, ni asesinatos, ni malversaciones, nada. Los consejos distritales tuvieron asambleas de emergencia para discutir de qué hacer con la policía que ahora se quedó sin trabajo. En cierto lugar, llamaron al sargento de la policía y le preguntaron: "¿Qué hace Ud. con su tiempo?" - El respondió: "Antes del avivamiento teníamos dos trabajos principales: prevenir delitos, y controlar multitudes como por ejemplo en partidos de fútbol. Desde que comenzó el avivamiento, prácticamente ya no hay delitos. Entonces simplemente nos quedamos con las multitudes." - Un miembro del consejo preguntó: "¿Qué significa esto?" - El sargento respondió: "Ud. sabe donde están las multitudes. Están llenando las iglesias." - "¿Pero cómo afecta esto a la policía?" - "Tenemos diecisiete policías en nuestro puesto. Tenemos tres cuartetos, y si alguna iglesia desea que cante un cuarteto, entonces nos llaman al puesto."
Mientras el avivamiento pasó por Gales, el alcoholismo se redujo a la mitad.
Hubo una ola de bancarrotas - casi todas cantinas. Hubo también cierto atraso en las minas, porque muchos mineros se convirtieron y dejaron de hablar groserías; entonces sus caballos que jalaban las carretas de carbones en las minas, ya no podían comprender lo que les dijeron. El avivamiento afectó también la moral sexual. En los números provistos por los expertos del gobierno británico, se notó que en dos condados el número de nacimientos ilegítimos había bajado en 44% dentro de un año después del comienzo del avivamiento. El avivamiento pasó por Gran Bretaña, Escandinavia, Alemania, Norteamérica, Asia Austral, África, Brasil, México y Chile. Como siempre, comenzó con un movimiento de oración.
Evan Roberts no tenía los dones de un gran intelecto, ni era un orador elocuente, pero tenía una pasión ardiente por Jesús. Mientras otros jóvenes estaban paseando en sus veleros en la bahía, el joven Roberts asistía fielmente a las reuniones de oración. Aunque tenía solamente 26 años, Evan Roberts no tenía tiempo para distracciones y placeres juveniles. Día y noche sin cesar oraba, lloraba y suspiraba por un gran avivamiento espiritual. El escribió: "Por diez u once años había orado por avivamiento. Podía quedarme despierto toda la noche para leer o hablar sobre avivamiento." Finalmente fue desalojado de su cuarto alquilado, porque la propietaria pensaba que en su entusiasmo estaba poseído o un poco loco. Pasaba horas orando y predicando en su cuarto, hasta que la señora le tuvo miedo y le pidió marcharse. El papel de Evan Roberts en el avivamiento no fue nada convencional. A menudo simplemente guiaba a la gente en oración o leía las Escrituras. En otras ocasión se quedaba sentado tranquilamente, mientras la gente, uno por uno, confesaban sus pecados o dieron testimonio de la victoria y del poder de Cristo. También había tiempos gloriosos de adoración que duraban horas. Roberts solo daba instrucciones humildes de vez en cuando, y dejaba que el Espíritu Santo hiciera el resto. El era un ejemplo constante, no de como predicar, pero de como dejarse guiar por el Espíritu. El avivamiento galés fue una invasión poderosa del Espíritu; el reino de Dios se manifestó de manera radical en la tierra. Los ingresos de los trabajadores, en vez de malgastarse en bebidas y vicios, traían ahora gran alegría a sus familias. Grandes deudas fueron pagadas por miles de nuevos convertidos. Hacer restitución fue la orden del día. Los negocios de juegos y alcohol perdieron su trabajo, y los teatros cerraron. El fútbol fue olvidado tanto por los jugadores como por los espectadores, aunque no se dijo nada acerca de ello desde los púlpitos. La gente tenía nuevas vidas y nuevos intereses. Las reuniones políticas fueron suspendidas o abandonadas; nadie estaba interesado. Los líderes políticos del parlamento en Londres se dedicaron ellos mismos a las reuniones de avivamiento. Las barreras denominacionales, hechas por los hombres, colapsaron completamente cuando creyentes y pastores adoraban juntos a su Señor majestuoso."
Una de las características sobresalientes del avivamiento fue la confesión de pecados, no solo entre los incrédulos, sino entre los cristianos. Todos fueron quebrantados y se derritieron ante la cruz de Cristo. Durante todo el avivamiento, Evan Roberts enfatizaba constantemente la necesidad de tratar honestamente con el pecado, la obediencia completa hacia el Espíritu Santo, y la preeminencia del Señor Jesucristo. Evan Roberts fue un instrumento para traer sanidad a un país entero, porque se preocupaba y lloraba y oraba. El abrazó el corazón quebrantado de Dios y se lo volvió a ofrecer por medio de la oración y la intercesión. Como resultado, dondequiera que iba, los corazones se encendieron con el amor de Dios.
6/24/2009
El arrepentimiento
He aquí, amado lector el arrepentimiento que enseñamos, a saber: morir a la antigua vida pecaminosa y no vivir más de acuerdo a las concupiscencias de la carne, sino hacer lo que David hizo. Cuando fué reprobado por el profeta a causa de su pecado lloró amargamente, clamó a Dios, se apartó del pecado y no volvió a cometerlo nunca más. Pedro pecó gravemente sólo una vez. Mateo, después de su llamamiento no volvió a su antigua vida. Zaqueo y la mujer pecadora no tornaron a hacerse culpables de las obras impuras de tinieblas. Zaqueo hizo restitución de lo que había defraudado y estafado y dio a los pobres y desamparados, la mitad de su bienes. La mujer lloró amargamente y lavó los pies del Señor con sus lágrimas, lo ungió con ungüento precioso y se sentó humildemente a Sus pies a escuchar Su bendita palabra. Estos son los verdaderos frutos del arrepentimiento que es aceptable al Señor. (I:18a).
Este arrepentimiento enseñamos y no otro, a saber: que nadie puede gloriarse de la gracia de Dios y del perdón de sus pecados y de los méritos de Cristo, mientras que los verdaderos frutos del arrepentimiento no se han producido en su vida. No es suficiente que digamos que somos hijos de Abraham, es decir, que llevamos el nombre de Cristianos, sino que debemos hacer las obras de Abraham (Juan 8:39). Tenemos que andar como todo verdadero hijo de Dios es guiado y ordenado por la Palabra de Dios, como dice Juan: "Si nosotros decimos que tenemos comunión con Él, y andamos en tinieblas, mentimos y no hacemos la verdad. Mas si andamos en luz como Él está en luz, tenemos comunión entre nosotros y la sangre de Jesucristo Su Hijo nos limpia de todo pecado". (I Juan 1:6 7). (I:18b).
Pero si quisieras arrepentirte y confesarte sinceramente, y recibir verdadera absolución de Dios, acércate a Él con corazón confiado, penitente, contrito, con alma dolorida y amargada; olvida el pecado, haz lo justo y recto a tu prójimo, ama, ayuda, sirve, reprueba y confórtale como debes. Y si has pecado contra él, o si alguna vez lo has perjudicado en alguna forma, confiésaselo y dale satisfacción. Porque ésta es la verdadera confesión auricular y penitencia enseñadas en la Palabra de Dios.
-Menno Simons
¿Qué es el avivamiento?
HAY AVIVAMIENTO CUANDO uno se ve a sí mismo como Dios le ve.
HAY AVIVAMIENTO CUANDO existen una convicción profunda y una búsqueda ansiosa, que los mueve a aborrecer el pecado a las personas.
HAY AVIVAMIENTO CUANDO existe una intensa búsqueda de Dios y de su santidad.
HAY AVIVAMIENTO CUANDO uno siente la inundante presencia y poder de Dios.
HAY AVIVAMIENTO CUANDO el arrepentimiento es ferviente y profundo, generalmente seguido por una sincera restitución.
HAY AVIVAMIENTO CUANDO cada rincón de nuestro propio carácter es traído bajo el escrutinio del Espíritu Santo de Dios.
HAY AVIVAMIENTO CUANDO hay un rechazo completo del pecado, y una completa entrega de nuestra voluntad a Dios.
HAY AVIVAMIENTO CUANDO hay un deseo consumidor por pureza de corazón, que sobrepasa todo deseo natural.
HAY AVIVAMIENTO CUANDO uno está dispuesto a entregar a Dios su reputación, sus amigos, su pasado, presente y futuro, a cambio de libertad.
HAY AVIVAMIENTO CUANDO una dulce libertad viene después de la confesión dolorosa.
HAY AVIVAMIENTO CUANDO el gozo y la alegría corren como río de éxtasis inexplicable.
HAY AVIVAMIENTO CUANDO al cantar los antiguos himnos de la iglesia, y los mismos toman un nuevo y profundo significado.
HAY AVIVAMIENTO CUANDO el pueblo de Dios se derrite por los demás, en amor divino.
HAY AVIVAMIENTO CUANDO la adoración es real y viva, con esperanza y entusiasmo.
HAY AVIVAMIENTO CUANDO las alabanzas y la adoración son la expresión profunda de un alma cuyo espíritu está glorificando a Dios.
HAY AVIVAMIENTO CUANDO la iglesia es restaurada a su propósito original, que fue planeada por Dios, por quien Cristo murió, y por el cual el Espíritu Santo descendió."Vuélvenos, oh Jehová, a ti y nos volveremos; renueva nuestros días como al principio" (Lamentaciones 5:21).—
Leonor McKinney
6/11/2009
Venid a mí ha sido su llamado
“Venid a mí ha sido su llamado…
Para aprender de Él, ha sido su propósito”.
Mt. 11:28-29
Las Escrituras sí nos muestran que podemos venir delante de Dios, con nuestras cargas y problemas. PERO lo que en realidad se nos enseña en todas las Escrituras, es a venir delante de Dios y aprender y ser enseñados por El. Y esto es lo que menos hacemos. (Ver como ejemplo el salmo 25).
Venir delante de Dios : no es para llenarlo de nuestras cargas, peticiones o mostrarle nuestros planes.
Venir delante de Dios es : darle honra, es reconocer quién es El. Reconocer que delante de su presencia, no hay nada grande e importante; que solo El es grande e importante.
Venir delante de Dios : requiere de temor, humildad, adoración y saber guardar silencio en una actitud de espera.
Venir delante de Dios es : para ser conocidos por El.
Venir delante de Dios es : para ser enseñados por El, para aprender de El. Conocer lo que creemos ya conocer, pero con nuestra forma de vivir diaria y trato hacia los demás manifestamos nuestra total ignorancia de Dios; que El es el Cordero manso y humilde.
Venir delante de Dios es : para ser despojados de todo lo que somos, sobre todo de nuestra jactancia y falsa espiritualidad.
Venir delante de Dios es : para convertirnos en un amante de su vida.
Venir delante de Dios es :ser un hábil comerciante; es estar vendiéndolo todo, para llegar a poseer la perla de gran precio.
Venir delante de Dios : no solo es ser un necesitado, sino es ser contado entre los sabios, los entendidos y los príncipes de su pueblo.
Venir delante de Dios es : la decisión más importante de nuestra vida. Y el no hacerlo hace que todo lo que podamos hacer y alcanzar en esta vida no tenga ningún valor e importancia. Y que seamos llamados al final de la vida, solamente un fulano.
Venir delante de Dios es : un acto de gratitud. Es mostrarle lo dichosos que somos por su grande misericordia y por su soberana voluntad, elección y obra en todas las circunstancias de nuestra vida.
Venir delante de Dios es : edificar con oro, plata y piedras preciosas y rechazar la madera, el heno y la hojarasca que este mundo nos ofrece.
Venir delante de Dios es : amar y ser responsables con nuestro prójimo.
Venir delante de Dios es : estar atravesando la puerta que nos conduce a la eternidad, quedando o dejando a nuestras espaldas, la vida temporal y sin valor.
Venir delante de Dios es : una decisión voluntaria entre dos vidas. Lo Creado y su creador / el polvo de la tierra y el Eterno / entre el inmundo, el inclinado al mal y el Santo en el cual no hay sombra de variación / el pábilo que humea y el fuego consumidor / la caña cascada sacudida por el viento y la roca inconmovible de los siglos / entre el corazón engañoso y la diadema de los cielos / entre el necio altivo y el Cordero manso y humilde de corazón / entre el miserable, pobre, ciego y desnudo, y el dueño absoluto de todo / entre la oveja perdida y el buen pastor herido e inmolado / entre el hijo pródigo, y el padre compasivo / entre el enemigo y el pacificador.
Venir delante de Dios es : una leve inclinación del alma humana, seguida por una invasión de diluvios de gracia y amor del Espíritu de Dios.
Venir delante de Dios es : la elección humana de escoger la cruz, para dar paso a la elección Divina de manifestar el poder de su resurrección.
Venir delante de Dios es : amar la vida. El demorar hacerlo es amar la muerte.
Venir delante de Dios es : un acto de valentía; los cobardes permanecen en su sedimento y mal olor.
Venir delante de Dios es : la plenitud de gozo y la paz inagotable.
Venir delante de Dios es : abandonar los trapos de inmundicia y la obstinación humana por caminar en amistad con la rosa de Sarón y el lirio de los valles.
Venir delante de Dios es : un cambio de nombre, de corazón y de ciudadanía.
Venir delante de Dios es : cambiar de morada, el muladar por la casa del banquete. Los ajos y las cebollas, por el monte de Sion / la amistad con el padre de mentira, por la amistad con el Fiel y Verdadero / el crujir de dientes, donde el gusano nunca muere, por mirar, oír y participar de la voz de muchos ángeles alrededor del trono y de los seres vivientes, y de los ancianos, de millones de millones, que exaltarán por la eternidad al Cordero de Dios.
Venir delante de Dios es : un funeral y a la ves, un nacimiento.
Venir delante de Dios es : hacer historia. Dejar de ser un individuo y dar paso al nacimiento de una nación.
Venir delante de Dios es : el hecho más poderoso conocido por el hombre que en su momento fue completamente ignorado. Pero que ha traspasado las edades, los cielos, las puertas de las cárceles, derribado tronos y derribado argumentos, menospreciado coronas, vestidos finos y mesas llenas de suculentos manjares, mas ha llegado donde solo hay harapos y uno que otro pedazo de pan. Sucedió en un lugar apartado, cuando un hijo vino delante de su padre, diciéndole: Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.
Con aprecio,
Hno. Julio Barrientos.
Para aprender de Él, ha sido su propósito”.
Mt. 11:28-29
Las Escrituras sí nos muestran que podemos venir delante de Dios, con nuestras cargas y problemas. PERO lo que en realidad se nos enseña en todas las Escrituras, es a venir delante de Dios y aprender y ser enseñados por El. Y esto es lo que menos hacemos. (Ver como ejemplo el salmo 25).
Venir delante de Dios : no es para llenarlo de nuestras cargas, peticiones o mostrarle nuestros planes.
Venir delante de Dios es : darle honra, es reconocer quién es El. Reconocer que delante de su presencia, no hay nada grande e importante; que solo El es grande e importante.
Venir delante de Dios : requiere de temor, humildad, adoración y saber guardar silencio en una actitud de espera.
Venir delante de Dios es : para ser conocidos por El.
Venir delante de Dios es : para ser enseñados por El, para aprender de El. Conocer lo que creemos ya conocer, pero con nuestra forma de vivir diaria y trato hacia los demás manifestamos nuestra total ignorancia de Dios; que El es el Cordero manso y humilde.
Venir delante de Dios es : para ser despojados de todo lo que somos, sobre todo de nuestra jactancia y falsa espiritualidad.
Venir delante de Dios es : para convertirnos en un amante de su vida.
Venir delante de Dios es :ser un hábil comerciante; es estar vendiéndolo todo, para llegar a poseer la perla de gran precio.
Venir delante de Dios : no solo es ser un necesitado, sino es ser contado entre los sabios, los entendidos y los príncipes de su pueblo.
Venir delante de Dios es : la decisión más importante de nuestra vida. Y el no hacerlo hace que todo lo que podamos hacer y alcanzar en esta vida no tenga ningún valor e importancia. Y que seamos llamados al final de la vida, solamente un fulano.
Venir delante de Dios es : un acto de gratitud. Es mostrarle lo dichosos que somos por su grande misericordia y por su soberana voluntad, elección y obra en todas las circunstancias de nuestra vida.
Venir delante de Dios es : edificar con oro, plata y piedras preciosas y rechazar la madera, el heno y la hojarasca que este mundo nos ofrece.
Venir delante de Dios es : amar y ser responsables con nuestro prójimo.
Venir delante de Dios es : estar atravesando la puerta que nos conduce a la eternidad, quedando o dejando a nuestras espaldas, la vida temporal y sin valor.
Venir delante de Dios es : una decisión voluntaria entre dos vidas. Lo Creado y su creador / el polvo de la tierra y el Eterno / entre el inmundo, el inclinado al mal y el Santo en el cual no hay sombra de variación / el pábilo que humea y el fuego consumidor / la caña cascada sacudida por el viento y la roca inconmovible de los siglos / entre el corazón engañoso y la diadema de los cielos / entre el necio altivo y el Cordero manso y humilde de corazón / entre el miserable, pobre, ciego y desnudo, y el dueño absoluto de todo / entre la oveja perdida y el buen pastor herido e inmolado / entre el hijo pródigo, y el padre compasivo / entre el enemigo y el pacificador.
Venir delante de Dios es : una leve inclinación del alma humana, seguida por una invasión de diluvios de gracia y amor del Espíritu de Dios.
Venir delante de Dios es : la elección humana de escoger la cruz, para dar paso a la elección Divina de manifestar el poder de su resurrección.
Venir delante de Dios es : amar la vida. El demorar hacerlo es amar la muerte.
Venir delante de Dios es : un acto de valentía; los cobardes permanecen en su sedimento y mal olor.
Venir delante de Dios es : la plenitud de gozo y la paz inagotable.
Venir delante de Dios es : abandonar los trapos de inmundicia y la obstinación humana por caminar en amistad con la rosa de Sarón y el lirio de los valles.
Venir delante de Dios es : un cambio de nombre, de corazón y de ciudadanía.
Venir delante de Dios es : cambiar de morada, el muladar por la casa del banquete. Los ajos y las cebollas, por el monte de Sion / la amistad con el padre de mentira, por la amistad con el Fiel y Verdadero / el crujir de dientes, donde el gusano nunca muere, por mirar, oír y participar de la voz de muchos ángeles alrededor del trono y de los seres vivientes, y de los ancianos, de millones de millones, que exaltarán por la eternidad al Cordero de Dios.
Venir delante de Dios es : un funeral y a la ves, un nacimiento.
Venir delante de Dios es : hacer historia. Dejar de ser un individuo y dar paso al nacimiento de una nación.
Venir delante de Dios es : el hecho más poderoso conocido por el hombre que en su momento fue completamente ignorado. Pero que ha traspasado las edades, los cielos, las puertas de las cárceles, derribado tronos y derribado argumentos, menospreciado coronas, vestidos finos y mesas llenas de suculentos manjares, mas ha llegado donde solo hay harapos y uno que otro pedazo de pan. Sucedió en un lugar apartado, cuando un hijo vino delante de su padre, diciéndole: Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.
Con aprecio,
Hno. Julio Barrientos.
6/01/2009
EL SEMBRADOR SALIÓ A SEMBRAR SU SEMILLA
por Charles Haddon Spurgeon
En Exeter Hall, Strand, Londres.
"Juntándose una gran multitud, y los que de cada ciudad venían a él, les dijo por parábola: el sembrador salió a sembrar su semilla; y mientras sembraba, una parte cayó junto al camino, y fue hollada, y las aves del cielo la comieron. Otra parte cayó sobre la piedra; y nacida, se secó, porque no tenía humedad. Otra parte cayó entre espinos, y los espinos que nacieron juntamente con ella, la ahogaron. Y otra parte cayó en buena tierra, y nació y llevó fruto a ciento por uno. Hablando estas cosas, decía a gran voz: El que tiene oídos para oír, oiga." Lucas 8: 4-8.
En nuestro país, cuando un sembrador sale con su semilla, entra a un campo cercado y comienza de inmediato, con debido orden y precisión, a esparcir la semilla de su canasta a lo largo de cada camellón y cada surco; pero en el Oriente, el campo de cultivo, que está muy cercano a la aldea, es una vasta planicie desprovista de cercas. Es cierto que el terreno está dividido en diferentes propiedades, pero no hay vallados, no hay divisiones, excepto los lindes antiguos, o tal vez, en raras ocasiones, un simple muro de piedras que se utiliza para dividir un campo de otro. A lo largo de estas tierras comunales y completamente abiertas, hay veredas, las más frecuentadas de las cuales se llaman calzadas. No deben imaginarse que estas calzadas sean en el menor grado como nuestros caminos macadamizados, sino son simplemente veredas frecuentadas, que quedan tolerablemente apisonadas. Por aquí y por allá hay atajos, sobre los cuales pueden andar los viajeros que deseen evitar el camino público buscando un poco más de seguridad, cuando el camino principal está infestado de ladrones, y el apresurado peatón puede encontrar un atajo a través de la planicie, y abre así un nuevo camino para otros que viajen en la misma dirección.
Cuando el sembrador sale en la mañana para sembrar la semilla, encuentra, tal vez, un pequeño espacio de terreno escarbado con un primitivo arado oriental; comienza a esparcir su semilla allí más abundantemente por supuesto, pero resulta que un sendero atraviesa el propio centro de ese campo, y a menos que esté anuente a dejar una importante área sin sembrar, tiene que arrojar un puñado de semillas sobre el sendero; y por allá, hay una roca que aflora justo en el centro de la tierra arada, y la semilla cae sobre ella; y allá también, protegido por la negligente labranza del oriente, hay un rincón lleno de raíces de ortigas y cardos, y el sembrador siembra su semilla allí también; el trigo y las ortigas nacen juntamente, y según sabemos por la parábola, los espinos son más fuertes y ahogan a la semilla, de tal manera que no produce fruto para perfección. El recuerdo de que la Biblia fue escrita en el Oriente, y de que sus metáforas y alusiones nos deben ser explicadas enteramente, únicamente por viajeros orientales, nos ayudaría a menudo a entender un pasaje mucho mejor de lo que podría hacerlo un lector inglés común.
Ahora, el predicador del Evangelio es como el sembrador. Él no produce su semilla; su Señor le da su semilla. No sería posible que el hombre produjera la más pequeña semilla que haya germinado jamás sobre la tierra, y mucho menos esa semilla celestial de vida eterna. El ministro va a su Señor en secreto, y le pide que le enseñe Su verdad, y así llena su cesta con la buena semilla del reino. Lo que el ministro tiene que hacer, es salir, en el nombre de su Señor y esparcir la verdad preciosa. Si supiera dónde pudiera encontrarse el mejor suelo, tal vez se limitaría a aquel que ha sido preparado por el arado de la convicción. Pero como no conoce los corazones de los hombres, su oficio consiste en predicar el Evangelio a toda criatura; y tiene que echar un puñado en ese corazón duro allá, y otro puñado en este corazón crecido en exceso, que está lleno de afanes y riquezas y placeres de este mundo.
Él tiene que confiar el destino de la semilla al cuidado del Señor que se la dio, pues entiende muy bien que no es responsable de la cosecha; él es únicamente responsable del cuidado, de la fidelidad y de la integridad con los que esparce la semilla, a diestra y siniestra con ambas manos. Qué importa que ninguna espiga alegre jamás a las gavillas; aunque no se vea nunca una sola hoja brotando entre los surcos, el hombre será aceptado y recompensado por su Señor, si sólo ha sembrado la buena semilla, y la ha sembrado con mano cuidadosa. ¡Ay! ¡Ay! -si no fuera por este hecho, que no somos responsables de nuestro éxito-, con qué agonía desesperanzadora debemos recordar que demasiado a menudo laboramos en vano, y gastamos nuestra fuerza sin obtener nada. El viejo clamor de Isaías debe ser todavía nuestro clamor, "¿Quién ha creído a nuestro anuncio? ¿Y sobre quién se ha manifestado el brazo de Jehová?"
Pero una semilla de cada cuatro, encuentra un terreno lleno de esperanzas. Tres de las cuatro porciones, esparcidas en lugares malos, no producen ningún buen efecto, sino que se pierden, y no se volverán a ver, excepto cuando se levanten en el juicio en contra de nuestros oyentes carentes de la gracia, para condenarlos.
Permítanme observar aquí que la medida de nuestro deber no está limitada por el carácter de nuestros oyentes, sino por el mandamiento de Dios. Estamos obligados a predicar el Evangelio, ya sea que los hombres oigan o que se abstengan de oír. Los corazones de los hombres son lo que son. No soy liberado de mi obligación de sembrar la semilla sobre la piedra al igual que en el surco, en la calzada al igual que en el campo arado.
Esta mañana mi plan será muy simplemente, dirigirme a las cuatro clases de oyentes que han de ser encontrados en mi congregación. En primer lugar, tenemos a aquellos que están representados por la ubicación junto al camino, los meros oyentes; luego tenemos a aquellos representados por oyentes de terrenos de pedregales, aquellos en quienes es producida una impresión transitoria, tan transitoria, sin embargo, que nunca llega a ningún bien duradero. Luego siguen aquellos en quienes se produce una impresión grande y buena, pero los afanes de esta vida, y el engaño de las riquezas y los placeres de este mundo ahogan la semilla; y, por último, esa pequeña clase -Dios se agrade en multiplicarla en grado sumo-, esa pequeña clase de oyentes de buena tierra, en quienes la Palabra hace dar fruto, en algunos a treinta, en algunos a sesenta, y en algunos ciento por uno.
JUNTO AL CAMINO
por Charles Haddon Spurgeon
una parte cayó junto al camino, y fue hollada, y las aves del cielo la comieron...
Hablando estas cosas, decía a gran voz: El que tiene oídos para oír, oiga."
Lucas 8: 4-8.
I. En primer lugar, entonces, voy a dirigirme a aquellos corazones que son semejante a la ubicación JUNTO AL CAMINO: "Una parte cayó junto al camino, y fue hollada, y las aves del cielo la comieron." Hay muchos de ustedes que no vinieron aquí esta mañana para recibir una bendición. No tenían la intención de adorar a Dios, o ser afectados por algo que pudieran oír. Son semejantes a una calzada que nunca estuvo diseñada para que fuera un campo de cultivo. Si un solo grano de la verdad cayera en su corazón y creciera, sería un milagro, una maravilla tan grandiosa como si el grano creciera en un área junto al camino hollado y apisonado.
Ustedes son los oyentes que están junto al camino. Si la simiente, sin embargo, es esparcida con destreza, parte de ella caerá sobre ustedes y permanecerá por un rato en sus pensamientos. Es verdad que no la entenderán, mas sin embargo, si es colocada delante de ustedes en un estilo interesante, se alojará por un breve tiempo. Mientras no los atraiga un entretenimiento más simpático, hablarán de las palabras que oyeron pronunciar al ministro de la verdad. Pero incluso este tenue beneficio es breve, pues en muy poco tiempo olvidarán qué tipo de personas son.
Quiera Dios que pudiera tener esperanza de que mis palabras se demoraran en ustedes, pero no podemos esperarlo, pues el suelo de su corazón está tan apisonado por el tráfico continuo, que no hay esperanza que la semilla encuentre un asidero duradero y vivo para sus raíces. Hay demasiado tráfico en sus almas que no permite que la buena semilla permanezca sin ser aplastada. El pie de Satanás está pasando siempre sobre su corazón, con su manada de blasfemias, lascivias, mentiras, y vanidades. Luego ruedan por su corazón los carros del orgullo, y los pies de las riquezas insaciables lo huellan, hasta que se vuelve duro y diamantino. ¡Ay de la buena semilla!, pues no encuentra un momento de respiro; las muchedumbres pasan y vuelven a pasar; de hecho, su alma es un Bolsa de Valores, a través de la cual continuamente atraviesan los ocupados pies de los mercaderes, que convierten a las almas de los hombres en una mercancía. Ustedes están comprando y vendiendo, pero poco piensan en que están vendiendo la verdad, y en que están comprando la destrucción de su alma; están ocupados aquí y allá acerca de este cuerpo, la cáscara de su humanidad, pero son negligentes en cuanto a esa cosa preciosa interna: su alma.
Dices que no tienes tiempo de pensar en la religión. No, el camino de tu corazón es una vía pública tan congestionada, que no hay espacio para que este trigo brote. Si comenzara a germinar, algún rudo pie aplastaría la verde brizna de hierba antes de que alcanzara algo parecido a la madurez. Ha habido ciertos momentos contigo cuando la semilla ha permanecido lo suficiente para comenzar a germinar, pero justo entonces había un lugar de diversión abierto, y entraste allí, y como con un talón de hierro, la chispa de vida que estaba en la semilla fue aplastada; había caído en el lugar incorrecto; había demasiado tráfico allí para que tuviera la posibilidad de crecer.
Durante la peste de Londres, cuando los hombres eran llevados a su hogar permanente en grandes multitudes, la hierba crecía en las calles; pero el trigo no crecía en Cornhill, independientemente de cuán excelente fuera la semilla que sembraras allí. Rebusca en el mundo, y no podrías comprar una semilla de trigo que floreciera donde continuamente transita tal cantidad de tráfico. Tu corazón es igual que una vía pública congestionada; pues hay tantos pensamientos, y afanes, y pecados; tanto orgullo, vanidad, maldad y pensamientos rebeldes en contra de Dios, continuamente transitando por ella, que la verdad es semejante a la semilla arrojada sobre la calzada; no puede crecer porque es aplastada; y si permaneciera por un momento, las aves del cielo vendrían y se la llevarían.
Ay, pero es un pensamiento muy triste, que si esparcieras semilla en la calzada, no es sólo el pie de un mal hombre el que impediría su crecimiento, sino que incluso el pie de un santo podría ayudar a destruir su vida. ¡Ay!, los corazones de los hombres pueden ser endurecidos, no meramente por el pecado, sino por la propia predicación del Evangelio. Existe tal cosa como el endurecimiento para con el Evangelio; es posible escuchar sermones hasta llegar al punto que tu corazón se torna muerto y endurecido e indiferente. Como el perro del herrero que está echado y duerme mientras las chispas vuelan alrededor de su hocico, así yacerás y dormirás bajo el martillo de la ley, mientras las chispas de la condenación vuelan a tu alrededor, sin que te espanten ni te asombren nunca. Ya has escuchado todo eso antes; te contamos una historia trillada cuando te advertimos de la ira venidera.
Los hombres que trabajan en las gigantescas calderas en las fábricas de Southwark, cuando entran por primera vez para sostener el martillo, quedan con sus oídos aturdidos por los golpes; luego no pueden oír ningún sonido; pero gradualmente, según me informan, se acostumbran tanto a ese terrible ruido, que podrían dormir en medio de la caldera mientras los otros trabajadores estuvieran aporreando y golpeando ese aparato, aunque sus reverberaciones son como el trueno más potente.
Así sucede con ustedes; un ministro tras otro ha hollado en la calzada de su alma, hasta que se ha tornado tan dura que, a menos que Dios mismo se agrade partirla en dos con un terremoto, o con una conmoción del corazón, no habrá nunca espacio para que la semilla del cielo se aloje allí. Su alma se ha vuelto como un camino asendereado, por el cual circula mucho tráfico.
Hemos observado esta dura franja junto al camino y ahora vamos a describir qué sucede con la palabra cuando cae sobre este corazón. No crece; habría crecido si hubiese caído sobre un buen suelo, pero está en el lugar equivocado, y permanece tan seca como cuando fue arrojada por la mano del sembrador. Su vida yace dormida, el germen de vida en el Evangelio se esconde, y se queda en la superficie del corazón, pero no entra nunca en él. Como la nieve, que cae algunas veces en nuestras calles y no se queda allí ni un instante, sino que cae sobre el húmedo pavimento y se disuelve y se evapora, lo mismo sucede con el hombre. La palabra no tiene tiempo de revivir a las almas de los oyentes casuales de ella. Se queda allí un instante, pero no comienza nunca a echar raíces, o a tener el menor efecto.
Pero, nosotros preguntamos, ¿por qué los hombres vienen a oír si la palabra nunca es vuelta útil para ellos, y no entra nunca en el corazón? Eso me ha desconcertado a menudo; hay algunos de nuestros oyentes que no se ausentarían un domingo por nada del mundo, y que parecen deleitarse mucho al venir con nosotros para adorar, pero la lágrima no ruede nunca por su mejilla; su alma no parece elevarse nunca al cielo en las alas de alabanza, y tampoco se unen verdaderamente a nuestras confesiones de pecado. ¿Piensan en algún momento acerca de la ira venidera o acerca del estado futuro de sus almas? Su corazón es de hierro; es como si el ministro predicase a un montón de piedras en vez de predicarles a ellos.
¿Qué trae a estos pecadores insensibles aquí? ¿Hablamos a frentes de bronce y corazones de acero? De verdad tenemos las mismas esperanzas de convertir a leones y leopardos como de convertir a estos indómitos corazones inconmovibles. ¡Oh sentimiento!, tú has huido a las bestias brutas y los hombres han perdido la razón. Yo supongo que estos hombres vienen a menudo porque es respetable hacerlo, y además, porque incluso les ayuda a endurecerse; si permanecieran alejados, la conciencia les remordería y habría un poco de vida en ellos; pero asisten para poder lisonjearse con el convencimiento de que, después de todo, están bien. No son irreligiosos, no ellos; no son desconsiderados con la casa de Dios ni con su siervo; ellos asisten para poder endurecerse, y ser más y más embrutecidos en su estado de pecado y de insensibilidad.
¡Oh mis lectores!, su caso puede hacer llorar a los ángeles; tener el sol del Evangelio brillando sobre sus rostros, y sin embargo tener ojos invidentes que no ven nunca esa luz. La música del cielo resuena dulcemente, pero sus oídos son sordos, y ni el más débil acento alcanza jamás su pobre espíritu; el ministro es para ustedes alguien que toca un fino instrumento, pero toca ante una estatua que no tiene oídos para oír. Pueden captar el giro de una frase, y pueden encontrarle el sentido a una metáfora, pero el significado oculto, está totalmente perdido para ustedes. Están sentados en el banquete de bodas, pero no comen de los exquisitos bocadillos, y no beben de sus vinos; oyen las campanas del cielo tocando a júbilo por los espíritus rescatados, pero ustedes mismos permanecen secuestrados, sin Dios, y sin Cristo. Están parados a la puerta de la senda estrecha, en la propia puerta, pero no entran por ella; están cerca de la casa de misericordia, y la puerta está entreabierta; se paran y a veces miran hacia adentro, pero no dan nunca el paso final y decisivo.
Aunque hagamos lo que podamos para exhortarlos, aunque argumentemos con ustedes y oremos por ustedes, y nos lamentemos por ustedes, todavía permanecen justo tan endurecidos, tan descuidados, y tan incautos como siempre lo han sido. ¡Oh, que Dios tenga misericordia de ustedes!, y los saque de este estado pernicioso, para que todavía puedan ser salvos. Oh Espíritu Santo, rompe esta endurecida calzada, y condúcela a producir abundante fruto.
Sin embargo, todavía no hemos completado el cuadro. El pasaje nos dice que las aves del cielo la comieron. ¿Hay algún hombre aquí, esta mañana, que sea uno de estos oyentes de junto al camino? Tal vez no tenía la intención de entrar, pero vio a una gran multitud junto al Strand, y pensó que entraría y pasaría la hora, y que tal vez oiría algo que no olvidaría de inmediato; pero cuando salga y vaya a casa, algunos viejos compañeros le propondrán que vayan de excursión esta tarde. Él acepta y esa pobre semilla que había caído en lugar poco propicio será devorada por las aves del cielo.
Hay suficientes malignos listos siempre a comerse esta buena semilla. Está el diablo mismo, ese príncipe del aire, listo en cualquier momento a arrebatar un buen pensamiento, o a sofocar una santa resolución. Y luego, el diablo no está solo: tiene legiones de ayudantes. Puede usar a la propia esposa de un hombre, a los propios hijos, puede poner contra ti ese trabajo tuyo, y cualquiera de ellos puede comer la buena semilla. Puede haber un cliente esperando a la puerta, y aunque no tienes deseos de atenderle hoy, tienes miedo de perderlo, y lo atiendes, y entonces la buena semilla se va, y todo su buen efecto es eliminado. Oh, es una tristeza agravada que la semilla celestial se vuelva alimento del diablo; que el grano de Dios alimente a los pájaros del diablo.
Permítanme dirigirme otra vez personalmente a ustedes, esta mañana. ¡Oh, mis lectores, si han oído el Evangelio desde su juventud, cuántas carretadas de sermones han desperdiciado! En sus días de juventud, oyeron al doctor Fulano de tal, y ¡cómo solía ese querido doctor orar por sus oyentes, hasta que sus ojos enrojecían por las lágrimas! ¿Recuerdan todos esos domingos cuando se decían a ustedes mismos: "quiero ir a mi aposento y caer de rodillas y orar"? Pero no lo hicieron; las aves del cielo comieron la semilla, y ustedes prosiguieron pecando al igual que lo hacían antes. Desde entonces, por un extraño impulso, muy raramente se ausentan de la casa de Dios; pero ahora las chispas del Evangelio caen en sus almas como si cayesen en un océano, en el que son apagadas para siempre. La ley puede tronar delante de ustedes, y aunque no la miran con desprecio, no les afecta nunca. Jesucristo puede ser alzado delante de ustedes; sus amadas heridas pueden ser exhibidas; la sangre derramada puede fluir delante de sus propios ojos, y pueden ser invitados con todo denuedo a mirarlo a Él y vivir; pero ahora se ha vuelto asunto de perfecta indiferencia para ustedes. No han dicho tanto con palabras: "si he de perderme, me perderé, y si he de salvarme, seré salvo"; no han llegado al punto de decir eso, pero han llegado a pensar eso, y ahora podemos hacer lo que queramos con ustedes, y lo que queramos por ustedes, pero no podemos penetrar sus espíritus empedernidos, y no podemos arrojar ningún pensamiento santo en sus corazones endurecidos. ¿Qué haré por ustedes? ¿Me pararé aquí y derramaré una lluvia de lágrimas sobre esta endurecida calzada? ¡Ay!, mis lágrimas no la traspasarían; está demasiado endurecida para eso. ¿Pasaré sobre ella el arado del Evangelio? ¡Ay!, el acero se rompería, pero la reja del arado no entraría. ¿Qué haré? Oh Dios, Tú sabes cómo hacer añicos el pedernal. Tú puedes derretir el apisonado corazón de piedra con la preciosa sangre de Jesús. Hazlo ahora, te suplicamos, para la alabanza y gloria de Su gracia, que la buena semilla viva todavía, y produzca esa cosecha celestial, deseada vivamente por el alma de Tu siervo, sin la cual él no puede vivir, pero con la cual se regocijará con gozo indecible y pleno de gloria.
una parte cayó junto al camino, y fue hollada, y las aves del cielo la comieron...
Hablando estas cosas, decía a gran voz: El que tiene oídos para oír, oiga."
Lucas 8: 4-8.
I. En primer lugar, entonces, voy a dirigirme a aquellos corazones que son semejante a la ubicación JUNTO AL CAMINO: "Una parte cayó junto al camino, y fue hollada, y las aves del cielo la comieron." Hay muchos de ustedes que no vinieron aquí esta mañana para recibir una bendición. No tenían la intención de adorar a Dios, o ser afectados por algo que pudieran oír. Son semejantes a una calzada que nunca estuvo diseñada para que fuera un campo de cultivo. Si un solo grano de la verdad cayera en su corazón y creciera, sería un milagro, una maravilla tan grandiosa como si el grano creciera en un área junto al camino hollado y apisonado.
Ustedes son los oyentes que están junto al camino. Si la simiente, sin embargo, es esparcida con destreza, parte de ella caerá sobre ustedes y permanecerá por un rato en sus pensamientos. Es verdad que no la entenderán, mas sin embargo, si es colocada delante de ustedes en un estilo interesante, se alojará por un breve tiempo. Mientras no los atraiga un entretenimiento más simpático, hablarán de las palabras que oyeron pronunciar al ministro de la verdad. Pero incluso este tenue beneficio es breve, pues en muy poco tiempo olvidarán qué tipo de personas son.
Quiera Dios que pudiera tener esperanza de que mis palabras se demoraran en ustedes, pero no podemos esperarlo, pues el suelo de su corazón está tan apisonado por el tráfico continuo, que no hay esperanza que la semilla encuentre un asidero duradero y vivo para sus raíces. Hay demasiado tráfico en sus almas que no permite que la buena semilla permanezca sin ser aplastada. El pie de Satanás está pasando siempre sobre su corazón, con su manada de blasfemias, lascivias, mentiras, y vanidades. Luego ruedan por su corazón los carros del orgullo, y los pies de las riquezas insaciables lo huellan, hasta que se vuelve duro y diamantino. ¡Ay de la buena semilla!, pues no encuentra un momento de respiro; las muchedumbres pasan y vuelven a pasar; de hecho, su alma es un Bolsa de Valores, a través de la cual continuamente atraviesan los ocupados pies de los mercaderes, que convierten a las almas de los hombres en una mercancía. Ustedes están comprando y vendiendo, pero poco piensan en que están vendiendo la verdad, y en que están comprando la destrucción de su alma; están ocupados aquí y allá acerca de este cuerpo, la cáscara de su humanidad, pero son negligentes en cuanto a esa cosa preciosa interna: su alma.
Dices que no tienes tiempo de pensar en la religión. No, el camino de tu corazón es una vía pública tan congestionada, que no hay espacio para que este trigo brote. Si comenzara a germinar, algún rudo pie aplastaría la verde brizna de hierba antes de que alcanzara algo parecido a la madurez. Ha habido ciertos momentos contigo cuando la semilla ha permanecido lo suficiente para comenzar a germinar, pero justo entonces había un lugar de diversión abierto, y entraste allí, y como con un talón de hierro, la chispa de vida que estaba en la semilla fue aplastada; había caído en el lugar incorrecto; había demasiado tráfico allí para que tuviera la posibilidad de crecer.
Durante la peste de Londres, cuando los hombres eran llevados a su hogar permanente en grandes multitudes, la hierba crecía en las calles; pero el trigo no crecía en Cornhill, independientemente de cuán excelente fuera la semilla que sembraras allí. Rebusca en el mundo, y no podrías comprar una semilla de trigo que floreciera donde continuamente transita tal cantidad de tráfico. Tu corazón es igual que una vía pública congestionada; pues hay tantos pensamientos, y afanes, y pecados; tanto orgullo, vanidad, maldad y pensamientos rebeldes en contra de Dios, continuamente transitando por ella, que la verdad es semejante a la semilla arrojada sobre la calzada; no puede crecer porque es aplastada; y si permaneciera por un momento, las aves del cielo vendrían y se la llevarían.
Ay, pero es un pensamiento muy triste, que si esparcieras semilla en la calzada, no es sólo el pie de un mal hombre el que impediría su crecimiento, sino que incluso el pie de un santo podría ayudar a destruir su vida. ¡Ay!, los corazones de los hombres pueden ser endurecidos, no meramente por el pecado, sino por la propia predicación del Evangelio. Existe tal cosa como el endurecimiento para con el Evangelio; es posible escuchar sermones hasta llegar al punto que tu corazón se torna muerto y endurecido e indiferente. Como el perro del herrero que está echado y duerme mientras las chispas vuelan alrededor de su hocico, así yacerás y dormirás bajo el martillo de la ley, mientras las chispas de la condenación vuelan a tu alrededor, sin que te espanten ni te asombren nunca. Ya has escuchado todo eso antes; te contamos una historia trillada cuando te advertimos de la ira venidera.
Los hombres que trabajan en las gigantescas calderas en las fábricas de Southwark, cuando entran por primera vez para sostener el martillo, quedan con sus oídos aturdidos por los golpes; luego no pueden oír ningún sonido; pero gradualmente, según me informan, se acostumbran tanto a ese terrible ruido, que podrían dormir en medio de la caldera mientras los otros trabajadores estuvieran aporreando y golpeando ese aparato, aunque sus reverberaciones son como el trueno más potente.
Así sucede con ustedes; un ministro tras otro ha hollado en la calzada de su alma, hasta que se ha tornado tan dura que, a menos que Dios mismo se agrade partirla en dos con un terremoto, o con una conmoción del corazón, no habrá nunca espacio para que la semilla del cielo se aloje allí. Su alma se ha vuelto como un camino asendereado, por el cual circula mucho tráfico.
Hemos observado esta dura franja junto al camino y ahora vamos a describir qué sucede con la palabra cuando cae sobre este corazón. No crece; habría crecido si hubiese caído sobre un buen suelo, pero está en el lugar equivocado, y permanece tan seca como cuando fue arrojada por la mano del sembrador. Su vida yace dormida, el germen de vida en el Evangelio se esconde, y se queda en la superficie del corazón, pero no entra nunca en él. Como la nieve, que cae algunas veces en nuestras calles y no se queda allí ni un instante, sino que cae sobre el húmedo pavimento y se disuelve y se evapora, lo mismo sucede con el hombre. La palabra no tiene tiempo de revivir a las almas de los oyentes casuales de ella. Se queda allí un instante, pero no comienza nunca a echar raíces, o a tener el menor efecto.
Pero, nosotros preguntamos, ¿por qué los hombres vienen a oír si la palabra nunca es vuelta útil para ellos, y no entra nunca en el corazón? Eso me ha desconcertado a menudo; hay algunos de nuestros oyentes que no se ausentarían un domingo por nada del mundo, y que parecen deleitarse mucho al venir con nosotros para adorar, pero la lágrima no ruede nunca por su mejilla; su alma no parece elevarse nunca al cielo en las alas de alabanza, y tampoco se unen verdaderamente a nuestras confesiones de pecado. ¿Piensan en algún momento acerca de la ira venidera o acerca del estado futuro de sus almas? Su corazón es de hierro; es como si el ministro predicase a un montón de piedras en vez de predicarles a ellos.
¿Qué trae a estos pecadores insensibles aquí? ¿Hablamos a frentes de bronce y corazones de acero? De verdad tenemos las mismas esperanzas de convertir a leones y leopardos como de convertir a estos indómitos corazones inconmovibles. ¡Oh sentimiento!, tú has huido a las bestias brutas y los hombres han perdido la razón. Yo supongo que estos hombres vienen a menudo porque es respetable hacerlo, y además, porque incluso les ayuda a endurecerse; si permanecieran alejados, la conciencia les remordería y habría un poco de vida en ellos; pero asisten para poder lisonjearse con el convencimiento de que, después de todo, están bien. No son irreligiosos, no ellos; no son desconsiderados con la casa de Dios ni con su siervo; ellos asisten para poder endurecerse, y ser más y más embrutecidos en su estado de pecado y de insensibilidad.
¡Oh mis lectores!, su caso puede hacer llorar a los ángeles; tener el sol del Evangelio brillando sobre sus rostros, y sin embargo tener ojos invidentes que no ven nunca esa luz. La música del cielo resuena dulcemente, pero sus oídos son sordos, y ni el más débil acento alcanza jamás su pobre espíritu; el ministro es para ustedes alguien que toca un fino instrumento, pero toca ante una estatua que no tiene oídos para oír. Pueden captar el giro de una frase, y pueden encontrarle el sentido a una metáfora, pero el significado oculto, está totalmente perdido para ustedes. Están sentados en el banquete de bodas, pero no comen de los exquisitos bocadillos, y no beben de sus vinos; oyen las campanas del cielo tocando a júbilo por los espíritus rescatados, pero ustedes mismos permanecen secuestrados, sin Dios, y sin Cristo. Están parados a la puerta de la senda estrecha, en la propia puerta, pero no entran por ella; están cerca de la casa de misericordia, y la puerta está entreabierta; se paran y a veces miran hacia adentro, pero no dan nunca el paso final y decisivo.
Aunque hagamos lo que podamos para exhortarlos, aunque argumentemos con ustedes y oremos por ustedes, y nos lamentemos por ustedes, todavía permanecen justo tan endurecidos, tan descuidados, y tan incautos como siempre lo han sido. ¡Oh, que Dios tenga misericordia de ustedes!, y los saque de este estado pernicioso, para que todavía puedan ser salvos. Oh Espíritu Santo, rompe esta endurecida calzada, y condúcela a producir abundante fruto.
Sin embargo, todavía no hemos completado el cuadro. El pasaje nos dice que las aves del cielo la comieron. ¿Hay algún hombre aquí, esta mañana, que sea uno de estos oyentes de junto al camino? Tal vez no tenía la intención de entrar, pero vio a una gran multitud junto al Strand, y pensó que entraría y pasaría la hora, y que tal vez oiría algo que no olvidaría de inmediato; pero cuando salga y vaya a casa, algunos viejos compañeros le propondrán que vayan de excursión esta tarde. Él acepta y esa pobre semilla que había caído en lugar poco propicio será devorada por las aves del cielo.
Hay suficientes malignos listos siempre a comerse esta buena semilla. Está el diablo mismo, ese príncipe del aire, listo en cualquier momento a arrebatar un buen pensamiento, o a sofocar una santa resolución. Y luego, el diablo no está solo: tiene legiones de ayudantes. Puede usar a la propia esposa de un hombre, a los propios hijos, puede poner contra ti ese trabajo tuyo, y cualquiera de ellos puede comer la buena semilla. Puede haber un cliente esperando a la puerta, y aunque no tienes deseos de atenderle hoy, tienes miedo de perderlo, y lo atiendes, y entonces la buena semilla se va, y todo su buen efecto es eliminado. Oh, es una tristeza agravada que la semilla celestial se vuelva alimento del diablo; que el grano de Dios alimente a los pájaros del diablo.
Permítanme dirigirme otra vez personalmente a ustedes, esta mañana. ¡Oh, mis lectores, si han oído el Evangelio desde su juventud, cuántas carretadas de sermones han desperdiciado! En sus días de juventud, oyeron al doctor Fulano de tal, y ¡cómo solía ese querido doctor orar por sus oyentes, hasta que sus ojos enrojecían por las lágrimas! ¿Recuerdan todos esos domingos cuando se decían a ustedes mismos: "quiero ir a mi aposento y caer de rodillas y orar"? Pero no lo hicieron; las aves del cielo comieron la semilla, y ustedes prosiguieron pecando al igual que lo hacían antes. Desde entonces, por un extraño impulso, muy raramente se ausentan de la casa de Dios; pero ahora las chispas del Evangelio caen en sus almas como si cayesen en un océano, en el que son apagadas para siempre. La ley puede tronar delante de ustedes, y aunque no la miran con desprecio, no les afecta nunca. Jesucristo puede ser alzado delante de ustedes; sus amadas heridas pueden ser exhibidas; la sangre derramada puede fluir delante de sus propios ojos, y pueden ser invitados con todo denuedo a mirarlo a Él y vivir; pero ahora se ha vuelto asunto de perfecta indiferencia para ustedes. No han dicho tanto con palabras: "si he de perderme, me perderé, y si he de salvarme, seré salvo"; no han llegado al punto de decir eso, pero han llegado a pensar eso, y ahora podemos hacer lo que queramos con ustedes, y lo que queramos por ustedes, pero no podemos penetrar sus espíritus empedernidos, y no podemos arrojar ningún pensamiento santo en sus corazones endurecidos. ¿Qué haré por ustedes? ¿Me pararé aquí y derramaré una lluvia de lágrimas sobre esta endurecida calzada? ¡Ay!, mis lágrimas no la traspasarían; está demasiado endurecida para eso. ¿Pasaré sobre ella el arado del Evangelio? ¡Ay!, el acero se rompería, pero la reja del arado no entraría. ¿Qué haré? Oh Dios, Tú sabes cómo hacer añicos el pedernal. Tú puedes derretir el apisonado corazón de piedra con la preciosa sangre de Jesús. Hazlo ahora, te suplicamos, para la alabanza y gloria de Su gracia, que la buena semilla viva todavía, y produzca esa cosecha celestial, deseada vivamente por el alma de Tu siervo, sin la cual él no puede vivir, pero con la cual se regocijará con gozo indecible y pleno de gloria.
OTRA PARTE CAYÓ SOBRE LA PIEDRA
por Charles Haddon Spurgeon
II. Voy a dirigirme ahora a la segunda clase de oyentes. "Otra parte cayó sobre LA PIEDRA; y nacida, se secó, porque no tenía humedad." Ustedes pueden imaginarse fácilmente ese trozo de roca aflorando en el centro del campo. Por algún desgarro de la naturaleza, ha sido removida hacia arriba en el medio de la planicie, y, por supuesto, la semilla cae allí como cae por todas partes.
Tenemos oyentes que nos causan más placer y sin embargo más dolor subsiguiente de lo que muchos de ustedes creerían. Nadie sino aquellos que aman las almas de los hombres pueden decir cuántas esperanzas, cuánto gozo, y cuántas expectativas arrojadas al suelo nos han traído estos pedregales. Tenemos una clase de oyentes cuyos corazones internamente son sumamente duros, pero externamente son aparentemente los más suaves y los más impresionables de los hombres. Mientras otros hombres no ven nada en el sermón, estos individuos lloran. No se trata sino de un discurso ordinario para la mayoría de nuestros oyentes, pero estos hombres son afectados hasta las lágrimas. Ya sea que prediques los terrores de la ley o el amor del Calvario, son de igual manera conmovidos en sus almas, y se producen aparentemente las impresiones más vívidas.
Yo tengo a algunos de esos oyentes aquí esta mañana. Han decidido, y decidido, y sin embargo, lo han pospuesto. No son los tenaces enemigos de Dios quienes se recubren de acero, sino que lo que parecen tener sus pechos desnudos, y los abren, y le dicen al ministro: "corta aquí; aquí hay un pecho desnudo para ti. Apunta tus flechas hacia acá. Encontrarán un lugar listo donde podrán alojarse." Regocijados de corazón, arrojamos allí nuestras flechas, y dan la impresión de penetrar; pero ay, llevan por debajo de la carne una secreta armadura que detiene cada dardo, y aunque vibra allí por un momentito, se cae, y no se completa ninguna obra. Leemos acerca de este personaje bajo este lenguaje: "Parte cayó en pedregales, donde no había mucha tierra; y brotó pronto, porque no tenía profundidad de tierra." O como lo explica otro pasaje: "Estos son asimismo los que fueron sembrados en pedregales: los que cuando han oído la palabra, al momento la reciben con gozo; pero no tienen raíz en sí, sino que son de corta duración, porque cuando viene la tribulación o la persecución por causa de la palabra, luego tropiezan."
¡Oh!, ¿acaso no tenemos decenas de miles de nuestros oyentes que reciben la palabra con gozo? No tienen profundas convicciones, es verdad, no tienen alarmas terribles, sino que saltan a Cristo súbitamente, y profesan una fe en Él instantánea, y esa fe tiene también toda la apariencia de ser genuina. Cuando la vemos, la semilla en realidad ha brotado. Hay un tipo de vida en ella, hay una brizna de hierba verde y real. Damos gracias a Dios y nos ponemos de rodillas, y aplaudimos: decimos que hay un pecador que ha sido traído de regreso, que hay un alma nacida para Dios, que hay un heredero del cielo. Pero nuestro gozo es prematuro: brotaron de súbito, y recibieron la palabra con gozo, porque no tenían profundidad de tierra, y por esa misma causa que apresuró la recepción de la simiente; pero también, pronto, cuando el sol se elevó con su ardiente calor, se marchitaron.
Cada día vemos a estos hombres en la semana. Vienen a menudo para unirse a la Iglesia; nos cuentan una historia de cómo nos escucharon predicar en tal y tal ocasión, y, ¡oh, la palabra fue tan bendecida para ellos, que nunca se sintieron tan felices en su vida! "Oh señor, pensé que debía saltar de mi asiento cuando escuché acerca de un Cristo precioso, y creí en Él allí mismo en ese momento; estoy seguro que lo hice." Les preguntamos si sintieron jamás su necesidad de un Salvador. Responden: "sí" -pero quieren decir-: "no". Nosotros les cuestionamos respecto a si alguna vez fueron convictos de pecado. Bien, ellos piensan que sí, pero no lo saben; pero una cosa sí saben, que sienten un gran placer en la religión. Les preguntamos, "¿piensan que persistirán?" Oh, tienen confianza que lo harán. Odian las cosas que una vez amaron, están seguros que eso es así. Todo se ha vuelto nuevo para ellos. Y todo esto se ha dado de súbito. Les preguntamos cuándo comenzó la buena obra. Descubrimos que comenzó cuando terminó, es decir, no hubo un trabajo previo, no se aró el suelo, pero de pronto pasaron de muerte a vida y salieron de la condenación a la gracia, como un hombre que está al borde de un río podría saltar a la corriente.
A pesar de ello, estamos muy agradecidos por estos hombres. No podemos negar que parece haber toda apariencia de gracia. Tal vez los recibimos en la Iglesia; pero en una semana o dos ya no asisten a un lugar de adoración, con la regularidad con que solían hacerlo. Los reprendemos con suavidad, y dicen: bien, se enfrentan a tal oposición por la religión, que se contentan con ceder un poco. En otra semana los habremos perdido por completo. La razón se debe a que se han reído de ellos, has sido expuestos a una pequeña oposición, y se han vuelto atrás. Ellos son los señores Flexibles; irán al cielo con Cristiano, pues el cielo es un país que vale la pena. Así que caminan del brazo, charlando juntos muy dulcemente acerca del mundo venidero. Pero pronto se encuentran con una ciénega -el Pantano del Desaliento- y dentro cae el pobre Cristiano, y el señor Flexible se hunde allí también. "¡Oh! -dice él-, yo no acepté acompañarte para esto; yo no acepté acompañarte para que mi boca se llenara de lodo; si logro salir de aquí, y regresar, te puedes quedar tú solo con el valioso país." Así que el pobre hombre trepa hacia fuera como puede, y sale por el mismo lado que apuntaba hacia su casa; y hacia allá regresa, muy contento de pensar que ha escapado de la triste necesidad de ser un cristiano.
Y, ¿cuáles creen ustedes que son los sentimientos del ministro? Siente que se precipitó al considerar que había tenido éxito. Él es como el labrador que ve su campo todo verde y floreciente, y durante la noche una helada marchita cada tallo, y el pobre finquero se lamenta porque sus esperadas ganancias se han disipado. Lo mismo sucede con el ministro; se retira a su aposento, y se postra delante de Dios, rostro en tierra, y clama: "Oh, he sido engañado; este hombre ha vuelto a su vómito, como el perro; ha vuelto a revolcarse en el cieno, como la puerca lavada."
Ustedes recordarán aquel viejo cuadro de Orfeo, que tenía tal habilidad con la lira, que los antiguos decían que hacía bailar a su alrededor a los propios robles y a las piedras. Es una ficción poética, y sin embargo le ha ocurrido a veces al ministro, que no sólo ha visto regocijarse a los piadosos, sino que los propios robles y la rocas han danzado en su lugares; pero, ¡ay!, han seguido siendo robles y piedras. Enmudece la lira, y el roble regresa al lugar de sus raíces, y la piedra de desploma más pesadamente en la tierra.
El pecador que, como Saúl, estaba entre los profetas, regresa a planear perversiones en contra del Dios Altísimo. El que cantó ayer, y oró anteayer en la reunión de oración, va a la taberna para maldecir; se arrastra por las calles de la ciudad la noche del mismo domingo de su recepción en el seno de la Iglesia visible en la tierra.
Yo conocí a un hombre que me causó muchas lágrimas amargas. En una cierta aldea, él era el cabecilla de todo lo que era malo; era un individuo alto, gallardo, grande; un hombre que podía beber más abundantemente que, tal vez, cualquier otro hombre en kilómetros a la redonda. Él era el terror del vecindario: un hombre que maldecía y juraba, y no conocía el miedo. Entró un día para oír la Palabra de Dios, y lloró. Toda la parroquia estaba asombrada. Allí estaba el viejo Fulano de tal, llorando, y se rumoró que el viejo Tom quedó impresionado; comenzó a asistir con regularidad a la capilla, y manifiestamente era un hombre cambiado. La cantina perdió a un excelente cliente; ya no era visto en la bolera, ni podía ser detectado entre las filas de borrachos que eran tan comunes en el vecindario. Al fin se decidió a dar un paso al frente en la reunión de oración; habló acerca de lo que había experimentado, de lo que había sentido y conocido. Le escuché orar; era un lenguaje rudo y áspero, pero contenía una sinceridad apasionada. Yo lo consideré como una deslumbrante joya de la corona del Redentor. Se sostuvo seis, no, nueve meses perseveró en nuestro medio. Si se requería realizar un trabajo pesado, él lo hacía. Si se requería mantener una escuela dominical, a unos seis o siete kilómetros de distancia, él caminaba hasta allá. Sin importar el riesgo, él salía para ayudar en la obra del Señor; si podía ayudar al más insignificante miembro de la Iglesia de Cristo, se regocijaba grandemente. Así prosiguió; Pero al fin, la risa a la que estaba expuesto, las mofas y escarnios de sus antiguos compañeros, que al principio enfrentó como un hombre, se volvieron demasiado grandes para él. Comenzó a pensar que había sido quizás demasiado fanático, demasiado dedicado. Entraba furtivamente al lugar de adoración, en vez de hacerlo osadamente; gradualmente abandonó el servicio nocturno en medio de la semana, y por último abandonó el servicio dominical; y fue advertido a menudo, y a menudo fue reprendido, pero regresó a sus viejos hábitos; y aunque no volvió a ser el monstruo de pecado que había sido antes, cualesquiera pensamientos de Dios o de piedad que hubo conocido jamás, parecieron desvanecerse. Pudo hacer otra vez el juramente del blasfemo; otra vez pudo actuar perversamente junto a los profanos; y él -de quien nos habíamos jactado a menudo, y de quien decíamos en nuestras reuniones: "¡oh, cuánto debe ser glorificado Dios por esto!, ¿qué no puede hacer la gracia?"- para confusión de todos nosotros, estaba borracho algunas veces en nuestras calles, y entonces nos fue echado en cara: "este es uno de sus cristianos, ¿no es cierto? Es uno de sus convertidos que volvió a sus hábitos, y ha vuelto a ser tan malo como antes."
Si es malo ser como el oyente de junto al camino, no puedo creer que sea mucho mejor ser como la roca. Y sin embargo, esta segunda clase de oyentes, ciertamente nos da más gozo que la primera clase. Hay un tipo de personas que siempre se acercan a un nuevo ministro; y he pensado a menudo, que es por un acto de la amabilidad de Dios en la Providencia que envía siempre a algunas de estas personas al principio, cuando el ministro es joven, y sólo tiene a pocas personas que están junto a él: una clase de personas que se conmueven fácilmente, y si predica con denuedo ellos lo sienten, y lo aman, y se reúnen a su lado. Pero el tiempo, que prueba todas las cosas, los prueba. Parecen estar hechos de un metal bueno y verdadero, pero al ser colocados en el fuego, son probados, y revisados, y son consumidos en el horno.
Al mirarlos a ustedes, veo a uno o dos que pertenecen a ese tipo. No conozco a la mayoría de ustedes, pero sí veo a algunos de quienes debo decir: "ustedes encuadran exactamente con las personas descritas aquí." Los he mirado cuando he estado predicando, y a menudo he pensado: "Allí, ese hombre saldrá del mundo uno de estos días, estoy seguro que lo hará." He dado gracias a Dios por él. ¡Ah!, pero durante estos siete años les hemos predicado a ustedes, y siguen siendo lo mismo que eran. Bien, puede haber otros siete años, ¿quién lo podría decir? Y, ¿acaso esos siete años han de ser de esfuerzos inútiles? ¿Habrán de ser siete años de advertencias rechazadas y de invitaciones rehusadas? ¿Podría ser así, y habrían de ser llevados a su tumba al final, y estaré al pie de ese sepulcro abierto, y pensaré: "aquí yace una esperanza marchita, una flor que se secó siendo capullo, un hombre en quien la gracia parecía abrirse paso, pero en quien no reinó nunca; que dio algunos esperanzadores espasmos de vida, pero luego todos se desvanecieron en la frialdad y la languidez de la muerte eterna"? ¡Que Dios los salve! ¡Oh, que trate con ustedes eficazmente, y que ustedes puedan ser traídos al redil, sí, ustedes, para que Jesús reciba toda la gloria!
II. Voy a dirigirme ahora a la segunda clase de oyentes. "Otra parte cayó sobre LA PIEDRA; y nacida, se secó, porque no tenía humedad." Ustedes pueden imaginarse fácilmente ese trozo de roca aflorando en el centro del campo. Por algún desgarro de la naturaleza, ha sido removida hacia arriba en el medio de la planicie, y, por supuesto, la semilla cae allí como cae por todas partes.
Tenemos oyentes que nos causan más placer y sin embargo más dolor subsiguiente de lo que muchos de ustedes creerían. Nadie sino aquellos que aman las almas de los hombres pueden decir cuántas esperanzas, cuánto gozo, y cuántas expectativas arrojadas al suelo nos han traído estos pedregales. Tenemos una clase de oyentes cuyos corazones internamente son sumamente duros, pero externamente son aparentemente los más suaves y los más impresionables de los hombres. Mientras otros hombres no ven nada en el sermón, estos individuos lloran. No se trata sino de un discurso ordinario para la mayoría de nuestros oyentes, pero estos hombres son afectados hasta las lágrimas. Ya sea que prediques los terrores de la ley o el amor del Calvario, son de igual manera conmovidos en sus almas, y se producen aparentemente las impresiones más vívidas.
Yo tengo a algunos de esos oyentes aquí esta mañana. Han decidido, y decidido, y sin embargo, lo han pospuesto. No son los tenaces enemigos de Dios quienes se recubren de acero, sino que lo que parecen tener sus pechos desnudos, y los abren, y le dicen al ministro: "corta aquí; aquí hay un pecho desnudo para ti. Apunta tus flechas hacia acá. Encontrarán un lugar listo donde podrán alojarse." Regocijados de corazón, arrojamos allí nuestras flechas, y dan la impresión de penetrar; pero ay, llevan por debajo de la carne una secreta armadura que detiene cada dardo, y aunque vibra allí por un momentito, se cae, y no se completa ninguna obra. Leemos acerca de este personaje bajo este lenguaje: "Parte cayó en pedregales, donde no había mucha tierra; y brotó pronto, porque no tenía profundidad de tierra." O como lo explica otro pasaje: "Estos son asimismo los que fueron sembrados en pedregales: los que cuando han oído la palabra, al momento la reciben con gozo; pero no tienen raíz en sí, sino que son de corta duración, porque cuando viene la tribulación o la persecución por causa de la palabra, luego tropiezan."
¡Oh!, ¿acaso no tenemos decenas de miles de nuestros oyentes que reciben la palabra con gozo? No tienen profundas convicciones, es verdad, no tienen alarmas terribles, sino que saltan a Cristo súbitamente, y profesan una fe en Él instantánea, y esa fe tiene también toda la apariencia de ser genuina. Cuando la vemos, la semilla en realidad ha brotado. Hay un tipo de vida en ella, hay una brizna de hierba verde y real. Damos gracias a Dios y nos ponemos de rodillas, y aplaudimos: decimos que hay un pecador que ha sido traído de regreso, que hay un alma nacida para Dios, que hay un heredero del cielo. Pero nuestro gozo es prematuro: brotaron de súbito, y recibieron la palabra con gozo, porque no tenían profundidad de tierra, y por esa misma causa que apresuró la recepción de la simiente; pero también, pronto, cuando el sol se elevó con su ardiente calor, se marchitaron.
Cada día vemos a estos hombres en la semana. Vienen a menudo para unirse a la Iglesia; nos cuentan una historia de cómo nos escucharon predicar en tal y tal ocasión, y, ¡oh, la palabra fue tan bendecida para ellos, que nunca se sintieron tan felices en su vida! "Oh señor, pensé que debía saltar de mi asiento cuando escuché acerca de un Cristo precioso, y creí en Él allí mismo en ese momento; estoy seguro que lo hice." Les preguntamos si sintieron jamás su necesidad de un Salvador. Responden: "sí" -pero quieren decir-: "no". Nosotros les cuestionamos respecto a si alguna vez fueron convictos de pecado. Bien, ellos piensan que sí, pero no lo saben; pero una cosa sí saben, que sienten un gran placer en la religión. Les preguntamos, "¿piensan que persistirán?" Oh, tienen confianza que lo harán. Odian las cosas que una vez amaron, están seguros que eso es así. Todo se ha vuelto nuevo para ellos. Y todo esto se ha dado de súbito. Les preguntamos cuándo comenzó la buena obra. Descubrimos que comenzó cuando terminó, es decir, no hubo un trabajo previo, no se aró el suelo, pero de pronto pasaron de muerte a vida y salieron de la condenación a la gracia, como un hombre que está al borde de un río podría saltar a la corriente.
A pesar de ello, estamos muy agradecidos por estos hombres. No podemos negar que parece haber toda apariencia de gracia. Tal vez los recibimos en la Iglesia; pero en una semana o dos ya no asisten a un lugar de adoración, con la regularidad con que solían hacerlo. Los reprendemos con suavidad, y dicen: bien, se enfrentan a tal oposición por la religión, que se contentan con ceder un poco. En otra semana los habremos perdido por completo. La razón se debe a que se han reído de ellos, has sido expuestos a una pequeña oposición, y se han vuelto atrás. Ellos son los señores Flexibles; irán al cielo con Cristiano, pues el cielo es un país que vale la pena. Así que caminan del brazo, charlando juntos muy dulcemente acerca del mundo venidero. Pero pronto se encuentran con una ciénega -el Pantano del Desaliento- y dentro cae el pobre Cristiano, y el señor Flexible se hunde allí también. "¡Oh! -dice él-, yo no acepté acompañarte para esto; yo no acepté acompañarte para que mi boca se llenara de lodo; si logro salir de aquí, y regresar, te puedes quedar tú solo con el valioso país." Así que el pobre hombre trepa hacia fuera como puede, y sale por el mismo lado que apuntaba hacia su casa; y hacia allá regresa, muy contento de pensar que ha escapado de la triste necesidad de ser un cristiano.
Y, ¿cuáles creen ustedes que son los sentimientos del ministro? Siente que se precipitó al considerar que había tenido éxito. Él es como el labrador que ve su campo todo verde y floreciente, y durante la noche una helada marchita cada tallo, y el pobre finquero se lamenta porque sus esperadas ganancias se han disipado. Lo mismo sucede con el ministro; se retira a su aposento, y se postra delante de Dios, rostro en tierra, y clama: "Oh, he sido engañado; este hombre ha vuelto a su vómito, como el perro; ha vuelto a revolcarse en el cieno, como la puerca lavada."
Ustedes recordarán aquel viejo cuadro de Orfeo, que tenía tal habilidad con la lira, que los antiguos decían que hacía bailar a su alrededor a los propios robles y a las piedras. Es una ficción poética, y sin embargo le ha ocurrido a veces al ministro, que no sólo ha visto regocijarse a los piadosos, sino que los propios robles y la rocas han danzado en su lugares; pero, ¡ay!, han seguido siendo robles y piedras. Enmudece la lira, y el roble regresa al lugar de sus raíces, y la piedra de desploma más pesadamente en la tierra.
El pecador que, como Saúl, estaba entre los profetas, regresa a planear perversiones en contra del Dios Altísimo. El que cantó ayer, y oró anteayer en la reunión de oración, va a la taberna para maldecir; se arrastra por las calles de la ciudad la noche del mismo domingo de su recepción en el seno de la Iglesia visible en la tierra.
Yo conocí a un hombre que me causó muchas lágrimas amargas. En una cierta aldea, él era el cabecilla de todo lo que era malo; era un individuo alto, gallardo, grande; un hombre que podía beber más abundantemente que, tal vez, cualquier otro hombre en kilómetros a la redonda. Él era el terror del vecindario: un hombre que maldecía y juraba, y no conocía el miedo. Entró un día para oír la Palabra de Dios, y lloró. Toda la parroquia estaba asombrada. Allí estaba el viejo Fulano de tal, llorando, y se rumoró que el viejo Tom quedó impresionado; comenzó a asistir con regularidad a la capilla, y manifiestamente era un hombre cambiado. La cantina perdió a un excelente cliente; ya no era visto en la bolera, ni podía ser detectado entre las filas de borrachos que eran tan comunes en el vecindario. Al fin se decidió a dar un paso al frente en la reunión de oración; habló acerca de lo que había experimentado, de lo que había sentido y conocido. Le escuché orar; era un lenguaje rudo y áspero, pero contenía una sinceridad apasionada. Yo lo consideré como una deslumbrante joya de la corona del Redentor. Se sostuvo seis, no, nueve meses perseveró en nuestro medio. Si se requería realizar un trabajo pesado, él lo hacía. Si se requería mantener una escuela dominical, a unos seis o siete kilómetros de distancia, él caminaba hasta allá. Sin importar el riesgo, él salía para ayudar en la obra del Señor; si podía ayudar al más insignificante miembro de la Iglesia de Cristo, se regocijaba grandemente. Así prosiguió; Pero al fin, la risa a la que estaba expuesto, las mofas y escarnios de sus antiguos compañeros, que al principio enfrentó como un hombre, se volvieron demasiado grandes para él. Comenzó a pensar que había sido quizás demasiado fanático, demasiado dedicado. Entraba furtivamente al lugar de adoración, en vez de hacerlo osadamente; gradualmente abandonó el servicio nocturno en medio de la semana, y por último abandonó el servicio dominical; y fue advertido a menudo, y a menudo fue reprendido, pero regresó a sus viejos hábitos; y aunque no volvió a ser el monstruo de pecado que había sido antes, cualesquiera pensamientos de Dios o de piedad que hubo conocido jamás, parecieron desvanecerse. Pudo hacer otra vez el juramente del blasfemo; otra vez pudo actuar perversamente junto a los profanos; y él -de quien nos habíamos jactado a menudo, y de quien decíamos en nuestras reuniones: "¡oh, cuánto debe ser glorificado Dios por esto!, ¿qué no puede hacer la gracia?"- para confusión de todos nosotros, estaba borracho algunas veces en nuestras calles, y entonces nos fue echado en cara: "este es uno de sus cristianos, ¿no es cierto? Es uno de sus convertidos que volvió a sus hábitos, y ha vuelto a ser tan malo como antes."
Si es malo ser como el oyente de junto al camino, no puedo creer que sea mucho mejor ser como la roca. Y sin embargo, esta segunda clase de oyentes, ciertamente nos da más gozo que la primera clase. Hay un tipo de personas que siempre se acercan a un nuevo ministro; y he pensado a menudo, que es por un acto de la amabilidad de Dios en la Providencia que envía siempre a algunas de estas personas al principio, cuando el ministro es joven, y sólo tiene a pocas personas que están junto a él: una clase de personas que se conmueven fácilmente, y si predica con denuedo ellos lo sienten, y lo aman, y se reúnen a su lado. Pero el tiempo, que prueba todas las cosas, los prueba. Parecen estar hechos de un metal bueno y verdadero, pero al ser colocados en el fuego, son probados, y revisados, y son consumidos en el horno.
Al mirarlos a ustedes, veo a uno o dos que pertenecen a ese tipo. No conozco a la mayoría de ustedes, pero sí veo a algunos de quienes debo decir: "ustedes encuadran exactamente con las personas descritas aquí." Los he mirado cuando he estado predicando, y a menudo he pensado: "Allí, ese hombre saldrá del mundo uno de estos días, estoy seguro que lo hará." He dado gracias a Dios por él. ¡Ah!, pero durante estos siete años les hemos predicado a ustedes, y siguen siendo lo mismo que eran. Bien, puede haber otros siete años, ¿quién lo podría decir? Y, ¿acaso esos siete años han de ser de esfuerzos inútiles? ¿Habrán de ser siete años de advertencias rechazadas y de invitaciones rehusadas? ¿Podría ser así, y habrían de ser llevados a su tumba al final, y estaré al pie de ese sepulcro abierto, y pensaré: "aquí yace una esperanza marchita, una flor que se secó siendo capullo, un hombre en quien la gracia parecía abrirse paso, pero en quien no reinó nunca; que dio algunos esperanzadores espasmos de vida, pero luego todos se desvanecieron en la frialdad y la languidez de la muerte eterna"? ¡Que Dios los salve! ¡Oh, que trate con ustedes eficazmente, y que ustedes puedan ser traídos al redil, sí, ustedes, para que Jesús reciba toda la gloria!
OTRA PARTE CAYÓ ENTRE ESPINOS
por Charles Haddon Spurgeon
...Otra parte cayó entre espinos, y los espinos que nacieron juntamente con ella, la ahogaron...Hablando estas cosas, decía a gran voz: El que tiene oídos para oír, oiga." Lucas 8: 4-8.
III. Tendré que tratar brevemente con la tercera clase, y que el Espíritu de Dios me ayude para dirigirme fielmente a ustedes. "Otra parte cayó entre ESPINOS, y los espinos que nacieron juntamente con ella, la ahogaron." Ahora se trataba de tierra buena. Los primeros dos caracteres eran malos; el espacio junto al camino no era el lugar apropiado, y la roca no era una situación propicia para el crecimiento de cualquier planta; pero este es un buen terreno, pues allí crecen espinos. Un terreno en el que crecen cardos, ciertamente puede producir también trigo. Dondequiera que brote el cardo y prospere, allí podría prosperar también el trigo. Se trataba de un terreno rico, bueno y fértil; no era sorprendente, por tanto, que el labrador sembrara abundantemente allí, y echara puñado tras puñado en ese rincón del campo.
Vean cuán feliz se pone cuando visita ese lugar en un mes o dos. La semilla ha brotado. Es cierto que hay una plantita sospechosa por allí, que tiene aproximadamente el mismo tamaño del trigo. "¡Oh!" -piensa-, "eso no es importante, el trigo crecerá más rápido que esa plantita; cuando crezca ahogará a esos pocos espinos que desafortunadamente se han mezclado con él." ¡Ay, señor labrador, usted no entiende la fuerza del mal, pues no soñaría de esa manera! Regresa, y la semilla ha crecido; hay incluso trigo en la espiga, pero los cardos, los espinos, y las zarzas se han enredado los unos con los otros, y el pobre trigo con dificultad recibe un rayo de sol. Está tan afestonado con zarzas por todos lados, que con los pringues de las zarzas y la ausencia de luz solar, muestra una tonalidad amarillenta y marchita. Pero todavía vive; persevera en el crecimiento, y da la impresión que producirá un poco de fruto, pero no llega nunca a nada. El segador no llena nunca su brazo con él. Hay la señal de fruto, pero no se materializa; no lleva fruto.
Ahora, nosotros contamos abundantemente con esta clase entre nosotros. Tenemos a las damas y a los caballeros que vienen a oír la palabra, y también entienden lo que oyen. No son hombres y mujeres ignorantes ni ciegos, que desechen lo que han oído. No estamos echando perlas delante de los cerdos cuando les predicamos, sino que recuerdan y atesoran las palabras de verdad; se las llevan a casa; reflexionan sobre ellas; vienen, regresan y vuelven otra vez. Llegan hasta el punto de hacer una profesión de religión. El trigo parece crecer y florecer, y que pronto llegará a la madurez. No tengan prisa; estos hombres y mujeres tienen mucho que cuidar; tienen los cuidados de una gran empresa; su establecimiento emplea muchos cientos de manos; no se dejen engañar por su piedad: no tienen tiempo para ella. Ellos les dirán que tienen que vivir; que no pueden descuidar este mundo; que de todas maneras tienen que cuidar el presente, y en cuanto al futuro, piensan que podrán cuidar de él muy pronto. Continúan asistiendo, y esa pobre y pequeña brizna esmirriada continúa creciendo; y ahora se han vuelto ricos, y pueden asistir al lugar de adoración en su carruaje, y tienen todo lo que el corazón puede anhelar. ¡Ah!, ahora crecerá la semilla, ¿no es cierto? Ahora no tienen afanes; ya vendieron su tienda, y viven en el campo; ya no tienen que preguntarse: "¿de dónde saldrá el dinero para pagar el siguiente recibo?"; o, "¿cómo podrán proveer para una familia que va en aumento?" No, ahora tienen demasiado, en lugar de demasiado poco, pues tienen sus riquezas.
"Bien, pero" -dirá alguno- "ellos podrían gastar sus riquezas para la obra de Dios; podrían ser talentos que podrían poner al interés." ¡Oh!, no, no es eso; sus riquezas son engañosas. Ahora tienen que atender a mucha gente, ahora deben ser respetables, ahora deben pensar en la posibilidad de volverse miembros del parlamento, ahora tienen que tener todo el engaño que las riquezas pueden posiblemente conferir. Sí, pero comienzan a gastar sus riquezas, así que seguramente superaron esa dificultad. Dan con largueza para la causa de Cristo; son pródigos en la causa de la caridad, y cosas semejantes; ahora esa brizna pequeñita crecerá, ¿no es cierto? No, por lo pronto contemplen los cardos del placer. Su liberalidad hacia otros implica liberalidad hacia ellos mismos; se placen con lo que tienen, y tienen razón en hacerlo; pero al mismo tiempo, estos placeres se vuelven tan altos y tan grandes que ahogan al trigo, y las buenas semillas de la verdad evangélica no pueden crecer porque tienen este placer, esa fiesta musical, ese baile y esa tertulia; así que no pueden atender a las cosas de Dios, porque los placeres de este mundo ahogan la semilla.
Conozco a varios tremebundos especímenes de esta clase. No sería justo contar la historia para que fuese conocida otra vez, pero podría contar muchísimas historias. Sé de uno que ocupa un alto lugar en los círculos de la corte, que a menudo me ha confesado que desearía ser pobre, pues piensa que entonces podría entrar en el reino del cielo. Él tiene una alta posición, pero lo ha dicho, y lo ha mencionado con señales en su rostro que mostraban que lo que decía era verdad: "¡Ah!, señor, estos políticos, estos políticos, quisiera deshacerme de ellos, están carcomiendo la vida de mi corazón; no puedo servir a Dios como quisiera. Únicamente deseo retirarme al algún lugar apartado para buscar a mi Salvador."
Sé de uno, también, tal vez sobrecargado de riquezas, siempre amable y noble con ellas, también; ese hombre me ha dicho, cuando hemos caminado juntos y he leído sus verdaderos pensamientos: "¡Ah!, señor, es una cosa terrible ser rico, pues uno encuentra que no es fácil aferrarse al Salvador con toda esta tierra que me rodea."
¡Ah!, mis queridos lectores, no pediré por ustedes que Dios los ponga en el lecho de la enfermedad, que les quite todas sus riquezas, que los conduzca a la mendicidad, que les quite todos sus consuelos; no pediré eso; oh, pero si Él lo hiciera, y ustedes salvaran su alma, sería la mayor negociación que podrían hacer jamás.
Si el rey pudiera quitarse su diadema para que fuera salvado; si aquellos más poderosos entre los poderosos que ahora expresan esta queja: que los espinos ahogan la semilla, pudieran renunciar a todas sus riquezas y ser proscritos de todos sus placeres; si todo su lujo se tornara en pobreza, y que todos aquellos que viven suntuosamente cada día pudiesen tomar el lugar de Lázaro en el muladar, y que los perros les lamieran sus llagas, sería un cambio feliz para ellos si sus almas pudieran ser salvadas.
Fíjense bien, yo creo que un hombre puede ser rico y honrado, y sentir mucho placer en las misericordias de Dios, y luego ir al cielo después de la muerte; pero será un trabajo difícil con él: "Es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios." Algunos de esos camellos pasan por el ojo de la aguja; Dios hace que algunos ricos entren en el reino del cielo, pero su lucha es dura, y desesperada la trifulca que tiene que enfrentar siempre contra su carne orgullosa, para mantenerla humilde y sometida.
¡Calma, joven amigo, calma! No te apresures a subir allí. Es un lugar que trastornará tu cabeza. No le pidas a Dios que te haga popular; los que gozan de popularidad, la odian, y desearían deshacerse de ella. No le pidas que te haga famoso y rico; los ricos y los famosos a menudo se contemplan, y desearían regresar a la quietud que una vez gozaron. Clama con Agur: "No me des pobreza ni riquezas." Que Dios me permita caminar por el punto medio de oro, y que siempre tenga en mi corazón esa buena semilla, que producirá fruto a ciento por uno para Su propia gloria.
...Otra parte cayó entre espinos, y los espinos que nacieron juntamente con ella, la ahogaron...Hablando estas cosas, decía a gran voz: El que tiene oídos para oír, oiga." Lucas 8: 4-8.
III. Tendré que tratar brevemente con la tercera clase, y que el Espíritu de Dios me ayude para dirigirme fielmente a ustedes. "Otra parte cayó entre ESPINOS, y los espinos que nacieron juntamente con ella, la ahogaron." Ahora se trataba de tierra buena. Los primeros dos caracteres eran malos; el espacio junto al camino no era el lugar apropiado, y la roca no era una situación propicia para el crecimiento de cualquier planta; pero este es un buen terreno, pues allí crecen espinos. Un terreno en el que crecen cardos, ciertamente puede producir también trigo. Dondequiera que brote el cardo y prospere, allí podría prosperar también el trigo. Se trataba de un terreno rico, bueno y fértil; no era sorprendente, por tanto, que el labrador sembrara abundantemente allí, y echara puñado tras puñado en ese rincón del campo.
Vean cuán feliz se pone cuando visita ese lugar en un mes o dos. La semilla ha brotado. Es cierto que hay una plantita sospechosa por allí, que tiene aproximadamente el mismo tamaño del trigo. "¡Oh!" -piensa-, "eso no es importante, el trigo crecerá más rápido que esa plantita; cuando crezca ahogará a esos pocos espinos que desafortunadamente se han mezclado con él." ¡Ay, señor labrador, usted no entiende la fuerza del mal, pues no soñaría de esa manera! Regresa, y la semilla ha crecido; hay incluso trigo en la espiga, pero los cardos, los espinos, y las zarzas se han enredado los unos con los otros, y el pobre trigo con dificultad recibe un rayo de sol. Está tan afestonado con zarzas por todos lados, que con los pringues de las zarzas y la ausencia de luz solar, muestra una tonalidad amarillenta y marchita. Pero todavía vive; persevera en el crecimiento, y da la impresión que producirá un poco de fruto, pero no llega nunca a nada. El segador no llena nunca su brazo con él. Hay la señal de fruto, pero no se materializa; no lleva fruto.
Ahora, nosotros contamos abundantemente con esta clase entre nosotros. Tenemos a las damas y a los caballeros que vienen a oír la palabra, y también entienden lo que oyen. No son hombres y mujeres ignorantes ni ciegos, que desechen lo que han oído. No estamos echando perlas delante de los cerdos cuando les predicamos, sino que recuerdan y atesoran las palabras de verdad; se las llevan a casa; reflexionan sobre ellas; vienen, regresan y vuelven otra vez. Llegan hasta el punto de hacer una profesión de religión. El trigo parece crecer y florecer, y que pronto llegará a la madurez. No tengan prisa; estos hombres y mujeres tienen mucho que cuidar; tienen los cuidados de una gran empresa; su establecimiento emplea muchos cientos de manos; no se dejen engañar por su piedad: no tienen tiempo para ella. Ellos les dirán que tienen que vivir; que no pueden descuidar este mundo; que de todas maneras tienen que cuidar el presente, y en cuanto al futuro, piensan que podrán cuidar de él muy pronto. Continúan asistiendo, y esa pobre y pequeña brizna esmirriada continúa creciendo; y ahora se han vuelto ricos, y pueden asistir al lugar de adoración en su carruaje, y tienen todo lo que el corazón puede anhelar. ¡Ah!, ahora crecerá la semilla, ¿no es cierto? Ahora no tienen afanes; ya vendieron su tienda, y viven en el campo; ya no tienen que preguntarse: "¿de dónde saldrá el dinero para pagar el siguiente recibo?"; o, "¿cómo podrán proveer para una familia que va en aumento?" No, ahora tienen demasiado, en lugar de demasiado poco, pues tienen sus riquezas.
"Bien, pero" -dirá alguno- "ellos podrían gastar sus riquezas para la obra de Dios; podrían ser talentos que podrían poner al interés." ¡Oh!, no, no es eso; sus riquezas son engañosas. Ahora tienen que atender a mucha gente, ahora deben ser respetables, ahora deben pensar en la posibilidad de volverse miembros del parlamento, ahora tienen que tener todo el engaño que las riquezas pueden posiblemente conferir. Sí, pero comienzan a gastar sus riquezas, así que seguramente superaron esa dificultad. Dan con largueza para la causa de Cristo; son pródigos en la causa de la caridad, y cosas semejantes; ahora esa brizna pequeñita crecerá, ¿no es cierto? No, por lo pronto contemplen los cardos del placer. Su liberalidad hacia otros implica liberalidad hacia ellos mismos; se placen con lo que tienen, y tienen razón en hacerlo; pero al mismo tiempo, estos placeres se vuelven tan altos y tan grandes que ahogan al trigo, y las buenas semillas de la verdad evangélica no pueden crecer porque tienen este placer, esa fiesta musical, ese baile y esa tertulia; así que no pueden atender a las cosas de Dios, porque los placeres de este mundo ahogan la semilla.
Conozco a varios tremebundos especímenes de esta clase. No sería justo contar la historia para que fuese conocida otra vez, pero podría contar muchísimas historias. Sé de uno que ocupa un alto lugar en los círculos de la corte, que a menudo me ha confesado que desearía ser pobre, pues piensa que entonces podría entrar en el reino del cielo. Él tiene una alta posición, pero lo ha dicho, y lo ha mencionado con señales en su rostro que mostraban que lo que decía era verdad: "¡Ah!, señor, estos políticos, estos políticos, quisiera deshacerme de ellos, están carcomiendo la vida de mi corazón; no puedo servir a Dios como quisiera. Únicamente deseo retirarme al algún lugar apartado para buscar a mi Salvador."
Sé de uno, también, tal vez sobrecargado de riquezas, siempre amable y noble con ellas, también; ese hombre me ha dicho, cuando hemos caminado juntos y he leído sus verdaderos pensamientos: "¡Ah!, señor, es una cosa terrible ser rico, pues uno encuentra que no es fácil aferrarse al Salvador con toda esta tierra que me rodea."
¡Ah!, mis queridos lectores, no pediré por ustedes que Dios los ponga en el lecho de la enfermedad, que les quite todas sus riquezas, que los conduzca a la mendicidad, que les quite todos sus consuelos; no pediré eso; oh, pero si Él lo hiciera, y ustedes salvaran su alma, sería la mayor negociación que podrían hacer jamás.
Si el rey pudiera quitarse su diadema para que fuera salvado; si aquellos más poderosos entre los poderosos que ahora expresan esta queja: que los espinos ahogan la semilla, pudieran renunciar a todas sus riquezas y ser proscritos de todos sus placeres; si todo su lujo se tornara en pobreza, y que todos aquellos que viven suntuosamente cada día pudiesen tomar el lugar de Lázaro en el muladar, y que los perros les lamieran sus llagas, sería un cambio feliz para ellos si sus almas pudieran ser salvadas.
Fíjense bien, yo creo que un hombre puede ser rico y honrado, y sentir mucho placer en las misericordias de Dios, y luego ir al cielo después de la muerte; pero será un trabajo difícil con él: "Es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios." Algunos de esos camellos pasan por el ojo de la aguja; Dios hace que algunos ricos entren en el reino del cielo, pero su lucha es dura, y desesperada la trifulca que tiene que enfrentar siempre contra su carne orgullosa, para mantenerla humilde y sometida.
¡Calma, joven amigo, calma! No te apresures a subir allí. Es un lugar que trastornará tu cabeza. No le pidas a Dios que te haga popular; los que gozan de popularidad, la odian, y desearían deshacerse de ella. No le pidas que te haga famoso y rico; los ricos y los famosos a menudo se contemplan, y desearían regresar a la quietud que una vez gozaron. Clama con Agur: "No me des pobreza ni riquezas." Que Dios me permita caminar por el punto medio de oro, y que siempre tenga en mi corazón esa buena semilla, que producirá fruto a ciento por uno para Su propia gloria.
LA BUENA TIERRA
por Charles Haddon Spurgeon
...Y otra parte cayó en buena tierra, y nació y llevó fruto a ciento por uno. Hablando estas cosas, decía a gran voz: El que tiene oídos para oír, oiga." Lucas 8: 4-8.
IV. Ahora concluyo con el último carácter, es decir, la BUENA TIERRA. De los de buena tierra, como podrán observar, tenemos uno de cada cuatro. ¡Ah!, quiera Dios que hubiera uno de cada cuatro de nosotros aquí, con un corazón bien preparado para recibir la Palabra. El suelo era bueno; no que era bueno por naturaleza, pero había sido hecho bueno por gracia. Dios lo había arado; lo había removido con el arado de la convicción, y allí estaba en el camellón y en el surco como debe ser. Y cuando el Evangelio fue predicado, el corazón lo recibió, pues el hombre dijo: "Ese es justo el Cristo que necesito. ¡Misericordia!", -dijo él- "eso es precisamente lo que pecador necesitado requiere. ¡Un refugio! Que Dios me ayude a volar a él, pues necesito un refugio urgentemente." De tal forma que la predicación del Evangelio fue LA cosa que daría consuelo a este terreno turbado y arado. La semilla cayó; brotó. En algunos casos produjo un fervor de amor, un largor de corazón, una devoción de propósito, como semilla que produjo a ciento por uno. El hombre se volvió un poderoso siervo de Dios, y gastó lo suyo y aun él mismo se gastó. Tomó su lugar en la vanguardia del ejército de Cristo, y estuvo en el lugar más intenso de la batalla, e hizo actos de osadía que pocos pueden alcanzar: la semilla produjo a ciento por uno.
Cayó en otro corazón de carácter semejante: el hombre no pudo hacer lo máximo, aunque hizo mucho. Se entregó a sí mismo a Dios, tal como era, y en su negocio tenía una palabra que decir en cuanto al negocio del mundo venidero. En su diario caminar, adornó quietamente la doctrina de Dios su Salvador; produjo a sesenta por uno.
Luego cayó en otro, cuyas habilidades y talentos no eran sino pequeños; no podía ser una estrella, pero sería una luciérnaga; no podía actuar como el más grande, pero estaba contento con hacer algo, aunque fuese lo más insignificante. La semilla había producido en él a diez o tal vez a veinte por uno.
¿Cuántos de esos tengo yo en esa vasta congregación hoy? Vine aquí con mi alma ardiendo toda para predicarles; pero una súbita oscuridad y pesadez de alma me ha poseído, y mientras les he estado predicando, he predicado en mi propio espíritu contra viento y marea. Pero, ¿puedo esperar que independientemente de la torpeza con la que eche la semilla, caiga en algún buen lugar, en algún terreno propicio? ¿Hay alguien que ore dentro de sí: "oh Señor, sálvame; Dios sé propicio a mí, pecador"? La semilla ha caído en el lugar correcto. Alma, tu oración será escuchada; Dios nunca hace que un hombre anhele la misericordia sin que tenga la intención de otorgársela.
¿Y acaso otro susurra: "¡oh!, que pudiese ser salvo?" Alma, "Cree en el Señor Jesucristo, y tú, incluso tú, serás salva." ¿Has sido acaso el primero de los pecadores? Confía en Cristo, y tus enormes pecados desaparecerán como la piedra de molino que se hunde bajo las aguas. ¿No hay ningún hombre aquí que confíe ahora en el Salvador? ¿Podría ser posible que el Espíritu estuviese enteramente ausente? ¿Sería posible que no se estuviese moviendo en un alma? ¿Que no esté engendrando la vida en un espíritu? Vamos a orar para que descienda ahora, para que aunque la semilla esté esparcida inapropiadamente, el Dios protector vigile sobre ella, y la fortalezca y la nutra, hasta llegar a una cosecha eterna.
Cuán solemne pensamiento es este: pensar en estas grandiosas reuniones dominicales durante todos estos años, yendo y viniendo, yendo y viniendo, y ¡tantas personas todavía no son salvas! Yo supongo que es mi porción predicar a más de uno o dos millones de preciosos espíritus inmortales cada año, y ¡cuántos de estos millones oyen con oídos sordos, y no son conmovidos en sus almas, sino que continúan como eran, muertos en delitos y pecados! Ese pensamiento me causa vértigos a veces; ¿pasarán ante mis ojos estas congregaciones en la eternidad, y si no he sido fiel, seré escupido por cada boca de cada hombre a quien he engañado? ¿Acaso cada ojo de los millones a quienes he predicado lanzará condenaciones ardientes sobre mí por toda la eternidad? Deben hacerlo, deben hacerlo, si no he buscado su bienestar, y si no les he predicado el Evangelio de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.
Les imploro, les suplico, si su sangre debe caer en alguna parte, al menos presten atención a lo que digo ahora, o permítanme esperar que aceptarán que he tratado de serles fiel, para que su sangre no sea encontrada en mis vestidos. Pero, ¿por qué esa sangre habría de ser esparcida en cualquier lado? ¿Acaso no hay esperanza? ¿No hay salvación? Mientras dure la vida, ¿no hay todavía una puerta de escape?
¡Huye, querido lector, huye! Te suplico que huyas, te imploro por el Dios vivo, por el tiempo, por la eternidad, por el cielo, por el infierno, huye, huye hacia Jesús, antes de que la Muerte te alcance, pues te está buscando; ese jinete-esqueleto montando su caballo amarillo, y antes de que la condenación te alcance, huye, huye adonde está Él, cuyos brazos abiertos están listos para recibirte ahora. Confía en Jesús y serás salvo: "El que creyere en el Señor Jesús, y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado." ¿Acaso soy un fanático o un entusiasta al pedirte, al suplicarte que pienses en estas cosas? "Fanático" el día del juicio sólo querrá decir un hombre de buena fe. Un "entusiasta" sólo significará uno que quería decir lo que expresaba. Oh, cree en el Señor Jesucristo, para que no arda la ira de Dios y Su pronta justicia te alcance, incluso mientras estás aquí ahora:
"Vengan, almas culpables, y huyan lejos,
Hacia Cristo para que sane sus heridas;
Este es el día del Evangelio de bienvenida,
En el que la gracia inmerecida abunda."
...Y otra parte cayó en buena tierra, y nació y llevó fruto a ciento por uno. Hablando estas cosas, decía a gran voz: El que tiene oídos para oír, oiga." Lucas 8: 4-8.
IV. Ahora concluyo con el último carácter, es decir, la BUENA TIERRA. De los de buena tierra, como podrán observar, tenemos uno de cada cuatro. ¡Ah!, quiera Dios que hubiera uno de cada cuatro de nosotros aquí, con un corazón bien preparado para recibir la Palabra. El suelo era bueno; no que era bueno por naturaleza, pero había sido hecho bueno por gracia. Dios lo había arado; lo había removido con el arado de la convicción, y allí estaba en el camellón y en el surco como debe ser. Y cuando el Evangelio fue predicado, el corazón lo recibió, pues el hombre dijo: "Ese es justo el Cristo que necesito. ¡Misericordia!", -dijo él- "eso es precisamente lo que pecador necesitado requiere. ¡Un refugio! Que Dios me ayude a volar a él, pues necesito un refugio urgentemente." De tal forma que la predicación del Evangelio fue LA cosa que daría consuelo a este terreno turbado y arado. La semilla cayó; brotó. En algunos casos produjo un fervor de amor, un largor de corazón, una devoción de propósito, como semilla que produjo a ciento por uno. El hombre se volvió un poderoso siervo de Dios, y gastó lo suyo y aun él mismo se gastó. Tomó su lugar en la vanguardia del ejército de Cristo, y estuvo en el lugar más intenso de la batalla, e hizo actos de osadía que pocos pueden alcanzar: la semilla produjo a ciento por uno.
Cayó en otro corazón de carácter semejante: el hombre no pudo hacer lo máximo, aunque hizo mucho. Se entregó a sí mismo a Dios, tal como era, y en su negocio tenía una palabra que decir en cuanto al negocio del mundo venidero. En su diario caminar, adornó quietamente la doctrina de Dios su Salvador; produjo a sesenta por uno.
Luego cayó en otro, cuyas habilidades y talentos no eran sino pequeños; no podía ser una estrella, pero sería una luciérnaga; no podía actuar como el más grande, pero estaba contento con hacer algo, aunque fuese lo más insignificante. La semilla había producido en él a diez o tal vez a veinte por uno.
¿Cuántos de esos tengo yo en esa vasta congregación hoy? Vine aquí con mi alma ardiendo toda para predicarles; pero una súbita oscuridad y pesadez de alma me ha poseído, y mientras les he estado predicando, he predicado en mi propio espíritu contra viento y marea. Pero, ¿puedo esperar que independientemente de la torpeza con la que eche la semilla, caiga en algún buen lugar, en algún terreno propicio? ¿Hay alguien que ore dentro de sí: "oh Señor, sálvame; Dios sé propicio a mí, pecador"? La semilla ha caído en el lugar correcto. Alma, tu oración será escuchada; Dios nunca hace que un hombre anhele la misericordia sin que tenga la intención de otorgársela.
¿Y acaso otro susurra: "¡oh!, que pudiese ser salvo?" Alma, "Cree en el Señor Jesucristo, y tú, incluso tú, serás salva." ¿Has sido acaso el primero de los pecadores? Confía en Cristo, y tus enormes pecados desaparecerán como la piedra de molino que se hunde bajo las aguas. ¿No hay ningún hombre aquí que confíe ahora en el Salvador? ¿Podría ser posible que el Espíritu estuviese enteramente ausente? ¿Sería posible que no se estuviese moviendo en un alma? ¿Que no esté engendrando la vida en un espíritu? Vamos a orar para que descienda ahora, para que aunque la semilla esté esparcida inapropiadamente, el Dios protector vigile sobre ella, y la fortalezca y la nutra, hasta llegar a una cosecha eterna.
Cuán solemne pensamiento es este: pensar en estas grandiosas reuniones dominicales durante todos estos años, yendo y viniendo, yendo y viniendo, y ¡tantas personas todavía no son salvas! Yo supongo que es mi porción predicar a más de uno o dos millones de preciosos espíritus inmortales cada año, y ¡cuántos de estos millones oyen con oídos sordos, y no son conmovidos en sus almas, sino que continúan como eran, muertos en delitos y pecados! Ese pensamiento me causa vértigos a veces; ¿pasarán ante mis ojos estas congregaciones en la eternidad, y si no he sido fiel, seré escupido por cada boca de cada hombre a quien he engañado? ¿Acaso cada ojo de los millones a quienes he predicado lanzará condenaciones ardientes sobre mí por toda la eternidad? Deben hacerlo, deben hacerlo, si no he buscado su bienestar, y si no les he predicado el Evangelio de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.
Les imploro, les suplico, si su sangre debe caer en alguna parte, al menos presten atención a lo que digo ahora, o permítanme esperar que aceptarán que he tratado de serles fiel, para que su sangre no sea encontrada en mis vestidos. Pero, ¿por qué esa sangre habría de ser esparcida en cualquier lado? ¿Acaso no hay esperanza? ¿No hay salvación? Mientras dure la vida, ¿no hay todavía una puerta de escape?
¡Huye, querido lector, huye! Te suplico que huyas, te imploro por el Dios vivo, por el tiempo, por la eternidad, por el cielo, por el infierno, huye, huye hacia Jesús, antes de que la Muerte te alcance, pues te está buscando; ese jinete-esqueleto montando su caballo amarillo, y antes de que la condenación te alcance, huye, huye adonde está Él, cuyos brazos abiertos están listos para recibirte ahora. Confía en Jesús y serás salvo: "El que creyere en el Señor Jesús, y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado." ¿Acaso soy un fanático o un entusiasta al pedirte, al suplicarte que pienses en estas cosas? "Fanático" el día del juicio sólo querrá decir un hombre de buena fe. Un "entusiasta" sólo significará uno que quería decir lo que expresaba. Oh, cree en el Señor Jesucristo, para que no arda la ira de Dios y Su pronta justicia te alcance, incluso mientras estás aquí ahora:
"Vengan, almas culpables, y huyan lejos,
Hacia Cristo para que sane sus heridas;
Este es el día del Evangelio de bienvenida,
En el que la gracia inmerecida abunda."
5/19/2009
5/06/2009
“…haced para vosotros barbecho; porque es el tiempo de buscar a Jehová, hasta que venga y os enseñe justicia.” Óseas 10:12
Charles Finney
Los judíos eran una nación de agricultores, y por esto es muy común en las Escrituras que se mencionen ilustraciones espirituales con tal ocupación, y escenas diarias que agricultores y pastores de ese entonces encontraron. El profeta Óseas les habló como quién le habla a una nación rebelde; les reprendió por su idolatría y les avisó de los juicios de Dios.
El barbecho es la tierra que anteriormente se cultivaba, pero en el momento actual está en desuso y necesita laboreo y ablandamiento, para prepararla para la siembra. Ahora se va a relacionar y a enseñar, en cuanto al avivamiento en la iglesia:
1. ¿Qué quiere decir ‘barbechar’, en el contexto del versículo?
2. El cómo se debe cumplir.
1. ¿Qué es el hacer barbecho?
Barbechar es quebrantar los corazones de la humanidad,preparando sus mentes para llevar fruto a Dios. La mente humana muchas veces se compara en la Biblia con la tierra, y la Palabra de Dios con la semilla echada allí. El fruto representa las acciones y voluntades de los que han recibido la semilla. Entonces, hacer barbecho quiere decir cambiar la mente a tal estado que ella esté dispuesta a recibir la Palabra. A veces los corazones se vuelven tan duros, secos y estériles que no se puede de ninguna manera cosechar frutos en los mismos hasta que se quebranten, se ablanden y cambien para recibir la Palabra de Dios. A este ablandamiento de corazón, para hacerlo sentir la verdad, le llama el profeta ‘hacer barbecho’.
2. ¿Cómo se hace el barbecho?
En el sentido espiritual, no se hace barbecho con esfuerzos carnales, tratando de sentir euforias. Algunos yerran en esto, no considerando bien las leyes que gobiernan la mente. Hay grandes ideas equivocadas en cuanto a estas mismas leyes. Hay los que hablan de sentimientos religiosos como si pudieran, por su propio pensar, traerse a sí mismos aficiones religiosas. Pero la mente no actúa así. Nadie en sí mismo puede sentir buenas aficiones por el mero esfuerzo de la mente. No podemos alcanzar las reales emociones religiosas por nuestra propia voluntad. Sería igual a tratar de llamar a los espíritus del abismo. Las aficiones religiosas son estados involuntarios de la mente. Por naturaleza y necesidad existen las mismas en la mente, sintiéndose bajo ciertas circunstancias. Sin embargo, estas aficiones, sí, pueden controlarse indirectamente. Si no, no tuviésemos el carácter moral en las emociones, si no hubiera una manera de controlarlas.
En el sentido espiritual, no podemos decir, “Bueno, ahora voy a sentirme así y así, en cuanto a tal objeto.” Pero, sí, podemos prestar atención a tal objeto, y mirarlo fijamente, hasta que se levanten las aficiones involuntarias. Por ejemplo, un hombre alejado de su familia, al mencionarle algo acerca de sus amados, ¿no sentirá afectos? Pero no es solamente por decir, “voy a sentir afectos por mi familia.” [La diferencia está en fijarse en el objeto o en la sola emoción.] Uno puede fijar su atención en cualquier objeto, del cual quiere tener sentimientos, y entonces se restablecerán las debidas emociones. Si uno fija su mente en su enemigo, emociones de enemistad se levantarán por naturaleza. Igualmente, al fijarse en Dios, en Su carácter, uno sentirá algo especial…¡le vendrán emociones! Así es la ley de la mente—fijándose en algo, vendrán los sentimientos; no vendrán los mismos por desear tenerlos nada más.
Si un hombre es amigo de Dios, contempla a Dios como un Ser lleno de gracia y santo, y, como resultado, al reflexionar en Dios, vendrán a su mente emociones de amistad. Si un hombre es enemigo de Dios, al reflexionar acerca de él, le vendrán sentimientos de enemistad. O, quizá se quebrantará y se rendirá su corazón a Dios.
Todo esto se le dice al lector para hacerle comprender que el avivamiento no viene por fijarse en el tener excelentes emociones religiosas.
Si quieres hacer barbecho en tu corazón, y hacer que tu mente sienta algo en cuanto a la religión, tienes que poner en obra la ley de la mente. En vez de ocupar tu mente en cualquier otro asunto, (pensando que al asistir a unas reuniones tus sentimientos serán movidos, y que tú serás hecho santo), ponte en la búsqueda de la religión como lo haría cualquier otro pecador. Es tan fácil sentir en tu mente las emociones religiosas, igual que las que se sienten en cuanto a otros asuntos. Dios ha puesto tales estados de la mente en tu control—sigue la ley de las emociones, fijándote en el objeto, no en las emociones. Si la gente había pensado de igual modo en mover sus cuerpos, como piensan en mover sus emociones religiosas, ¡nadie hubiera podido llegar a esta reunión para escuchar la predicación! Habría pensado que debía fijarse en el cómo se sentiría ir a la reunión, en vez de simplemente hacerlo.
Si realmente tienes ganas de hacer barbecho en tu corazón, tienes que empezar a escudriñarlo— examinando y notando el estado de tu mente. ¿Dónde estás espiritualmente? Parece que muchos no piensan en tal cuestión. No toman en cuenta sus propios corazones, nunca saben si están andando bien o no; si están avanzando o retrocediendo; si están dando frutos o están estériles, como tierra en desuso. Ahora mismo tienes que darte cuenta de esto, y poner a un lado tus demás pensamientos. Hazlo con sinceridad. No lo hagas por necesidad. Examina por completo el estado de tu corazón— ¿dónde estás? ¿Caminando al lado de Dios cada día o con el diablo? ¿Estás bajo el dominio del príncipe de las tinieblas o bajo el dominio del Señor Jesucristo?
Para cumplir este examen, tienes que ponerte al trabajo con propósito, considerando tus pecados. Tienes que escudriñarte a ti mismo. No digo que tienes que pararte y mirar el estado presente de tus sentimientos. Si haces esto, se van a parar todos tus sentimientos. Sería igual a un hombre que cierra sus ojos, y luego trata de mirar adentro de sí— ¡no verá nada! ¿Por qué? Porque ya no mira los objetos reales. Podemos estar conscientes de nuestros sentimientos si actuamos con naturalidad. Son el producto de las acciones.
4/29/2009
Rev. José Manuel Ibáñez Guzmán
José Manuel Ibáñez Guzmán Primer pastor Presbiteriano Iberoamericano ordenado en Chile.
Los ricos, los intelectuales, los políticos, los encopetados, miraron a los predicadores evangélicos con un respingo de infinito desdén. Los devotos, beatos y beatas, hablaban pestes de la “herejía importada”. Las autoridades no podían, o no querían, contener la violencia de los grupos hostiles. Los primeros interesados fueron los trabajados y cansados, que acudieron al Jesús Compasivo, en busca del descanso para sus almas. Como bálsamo suave cayeron las benditas nuevas en algunos corazones. De entre un pueblo esclavizado durante siglos por un clero tiránico, hubo algunos con coraje suficiente para romper sus coyundas y andar libres. ¡Honor a su memoria! Luego se desencadenó una persecución tan despiadada como los movimientos represivos en el viejo continente de Europa. Los primeros evangélicos, cual sucesores de los ilustres del capítulo 2 de la carta a los Hebreos, por su fe “ganaron reinos, obraron justicia, alcanzaron promesas, taparon las bocas de leones, apagaron fuegos impetuosos, evitaron filo de cuchillo, convalecieron enfermedades”. Pero Dios, como de costumbre, escogió lo flaco del mundo para avergonzar lo fuerte. Sin prestigio social, sin recursos adecuados, sin más armadura que la divina, emprendieron la campaña tenaz, con una confianza inconmovible, en la rectitud de su causa y en el triunfo final de su esfuerzo. Testificaban a grandes y a pequeños de la maravillosa gracia de Dios por Jesucristo. Se les denigraba, se les burlaba, se les perseguía con una ingenuidad digna de una empresa mejor. Literalmente, tenían que sufrir la pérdida de sus bienes exiguos y, al asistir a las reuniones, corrían riesgo de sus vidas.
Costó harto arraigar el árbol presbiteriano, la primera planta evangélica aclimatada en tierra chilena. Soplaba el huracán, quemaba el sol, el suelo resultó movedizo y los transeúntes poco respetuosos. Por muchos años era un tallo débil; pero, favorecido por Dios y cuidado esmeradamente por los primeros jardineros, echó raíces profundas y siguió creciendo hacia arriba y hacia fuera, aferrándose del suelo patrio. Los caballeros andantes de los primeros días, y sus no menos heroicas esposas, han establecido una tradición inextinguible y, siendo muertos, aun hablan. Todavía nos desafían a un discipulado animoso. Durante la primera década, casi todos los obreros fueron ministros norteamericanos, y la mayoría de ellos sostenidos por la junta presbiteriana. El Rev. Samuel J. Christen, de origen suizo, muy erudito y consagrado, fundador de la obra en Copiapó, estableció un colegio de hombres en aquella ciudad en el año 1877. Las familias chilenas, de Copiapó y del centro de Chile, dieron entusiasta apoyo a la escuela, que el Sr. Christen la trasladó a Santiago, donde fue conocido como “El Instituto Internacional” y más tarde como “El Instituto Inglés”. El 29 de Octubre del año 1930, se colocó la piedra angular de uno de los edificios que componen el cuadrángulo moderno del nuevo plantel, de manera que el paso original del Sr. Christen, ha dado a Chile un establecimiento de educación secundaria, que constituye el justo orgullo de la iglesia presbiteriana. Hoy este lugar lo ocupa el establecimiento universitario llamado “el pedagógico”. Los hermanos Roberto y Eneas Mac-Lean ocuparon el distrito de Concepción en el año 1874; pero se retiraron de Chile, después de pocos años. Antes de dejar el campo, abrieron obra en San Felipe, donde el fanatismo de la gente fue tal, que tuvieron que arriesgar sus vidas a diario. Roberto Mac Lean se fue a Puerto Rico, donde sirvió con alta distinción y éxito, y terminó su ministerio como director de la obra en castellano, entre los extranjeros residentes en USA. El Rev. Samuel W. Curtis llegó a Concepción en el año 1875, y pudo cimentar la iglesia presbiteriana en la Capital del Sur. En el centro del país actuaron los presbíteros Merwin, Gilbert y Lester, respaldados siempre por el Dr. Trumbull. Por algunos años existían dos cuerpos misioneros, el del Norte y el del Sur. Pronto se unieron.
Todos los misioneros anhelaban dar la bienvenida a un predicador chileno, puesto que, desde el principio los extranjeros insistían en que Chile habría de ser evangelizado por chilenos, sostenidos en todo sentido por sus compatriotas. Es así, entonces, que el primer pastor chileno, ordenado al ministerio por sus colegas del campo, fue el Rev. José Manuel Ibáñez Guzmán. Fue el primero que, en toda la América de habla castellana, recibiese este título de distinción Este benemérito joven, hizo alto honor a su familia, a su patria y a su vocación santa. Fueron sus padres: Don José Manuel Ibáñez y Doña Rita Guzmán de Ibáñez, descendientes de hidalgas familias españolas. La rama de estos Ibáñez es muy corta en la actualidad. Se casa con la Señora Mary Grundy, digna compañera del pastor, por sus virtudes e inteligencia. Solo tuvieron un hijo que murió a temprana edad. Don José Manuel Ibáñez, recibió una educación esmerada en la ciudad de Sacramento, estado de California, E.E.U.U., y volvió a Chile con el propósito de dar su vida fulgurosa a Cristo, en bien de sus compatriotas. Hizo sus estudios teológicos bajo la sabia dirección del Dr. David Trumbull (los había empezado en California) y no hay duda de que el vínculo, entre maestro y alumno, resultó de gran provecho para ambos. Hay constancia de que la campaña a favor de la liberalización de las instituciones sociales, y la reforma de las leyes opresivas, se debió al cerebro fértil y corazón audaz del joven Ibáñez. Como escribiente en la oficina del Dr. Trumbull, tuvo la oportunidad de formular medidas que se incorporaron más tarde en la legislación del país. Pero su ardor e intrepidez le capacitaron para la propaganda activa, y sus hermanos mayores lo ordenaron en el mes de Noviembre del año 1871.
Después de un largo viaje de reconocimiento y evangelización en el Norte de Chile, volvió a pastorear la iglesia de la Santísima Trinidad, terminando su breve, pero brillante carrera ministerial, antes que el Presbiterio de Chile fuese organizado y dejando una estela de gratísimos recuerdos. El libro de actas de la Iglesia contiene una referencia digna de letras de oro: “La temprana muerte de este querido pastor y fiel campeón de la causa de Cristo, cubrió de luto la Iglesia que con tanto celo dirigía; su pérdida pareció ser pérdida
irreparable”. Un pariente cercano lo caracteriza, con referencia a sus cualidades sobresalientes, en los siguientes términos: “Fue un hombre de sólida y extensa cultura, de modales muy caballerosos y refinados y de corazón nobilísimo. Reunía en su persona casi todas las virtudes que embellecen y cautivan y, sin embargo, era hombre de batalla”. De él se puede decir que no conocía el temor de los hombres. No vacilaba en denunciar las inconsecuencias y abusos de la iglesia del estado, pero no se quedaba en las filípicas. Predicaba con oratoria clásica y escribía con elegancia de estilo. Su mensaje tenía, no solamente una cota positiva, sino también encerraba cualidades que hacían honda impresión entre los oyentes cultos y serios. Entre los que acudían a la galería sombreada de la antigua iglesia, en la calle Alonso Ovalle, esquina de Nataniel. Había ministros de la Corte, regidores, abogados, médicos y negociantes de alta alcurnia. Se cautivó la admiración y confianza de un gran número de espíritus selectos. Quedan en Santiago todavía, (1931) de los tantos así impresionados, hombres y mujeres que reconocen en Ibáñez al que les abrió las puertas a una nueva vida espiritual. Ibáñez desplegaba la luminosidad de un meteoro en una noche lóbrega, y más aun porque su actuación fue breve. Apenas hubo trastornado el pensamiento santiaguino en dirección a Cristo, cuando cayó repentinamente, víctima de un cólico fulminante. Corría el rumor de que su muerte, aparentemente prematura, se debió a un envenenamiento criminal; pero los miembros de la familia Ibáñez declaran que la desaparición temprana de su querido deudo, fue el resultado de causas enteramente naturales. En el Cementerio Disidente de Santiago, el epitafio en la lápida de José Manuel Ibáñez, atestigua la grandeza de su carácter y el valor de su servicio cristiano: En memoria de José Manuel Ibáñez Guzmán, Presbítero, Ministro de la Iglesia Reformada en esta ciudad Nació en San Felipe y murió en Santiago El 13 de Septiembre de 1875 A la edad de 34 años. Sus amigos en esta y otras ciudades, asociándose con la esposa afligida, deploran la pérdida De un entusiasta obrero De la ilustración, Y de un resuelto defensor De la libertad. Fue un elocuente orador, pastor instruido, Patriota ilustrado, amigo constante y Cristiano puro y abnegado.
Reflexiones basadas en el valioso aporte de Ibáñez, constituyen un llamado claro a los jóvenes de nuestra época, y nos señalan rumbos definidos acerca del ministerio aceptable al pueblo chileno. La familia Ibáñez costeó la preparación cabal de su hijo, y lo dedicó al más alto servicio de la patria. José Manuel Ibáñez, como Juan Knox, sentía tanto temor reverencial para con Dios, que se olvidaba del miedo ante los hombres. Derriba altares falsos; pero no se descuidaba de erigir, en su lugar, los altares verdaderos. Tronaba contra perversiones de la verdad; pero no se olvidaba de promulgar a Cristo como el Camino, la vida y la verdad. Hemos recogido otros rasgos individuales que señalan el tipo de caballero que era. “Siempre andaba inmaculado en su indumentaria, un modelo de limpieza y buen gusto”. Nunca hacía violencia a la dignidad humana. Glorificaba a su Salvador y Señor por los atractivos de su pensamiento y por el singular encanto de su personalidad radiante. En los anales de la obra presbiteriana, Ibáñez figura como modelado por su Maestro y como el primer pastor chileno digno de emulación, en todo detalle de su carrera heroica. Con corazones apesadumbrados, la manada pequeña volvió del entierro de su amado pastor; pero Dios les concedió aliento para perseverar en el testimonio realizado por el ministro, fiel hasta la muerte. “Dios entierra a sus obreros; más continúa su obra”. Varios extranjeros, de antecedentes evangélicos, se adhirieron al movimiento entre los chilenos, los colportores bíblicos Muller y Spandermann, las hermanas Martín, de Alemania, los hermanos Mitchell, Wetherby, Fraser y la hermana Francisca de Jackson. Pastoreados por ministros norteamericanos y apoyados por amigos de otros países, los grupos de creyentes mantenían sus cultos con regularidad y el Señor añadía, de tiempo en tiempo, a los que fueron salvados.
(“Historia de la Iglesia Presbiteriana en Chile”, J. H. Mc Lean.)
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