2/07/2010

La habitación secreta de la familia Ten Boom



En absoluto silencio y en una completa oscuridad, seis personas, cuatro de ellas judías, permanecían encerradas en una minúscula habitación secreta. No había espacio para moverse, dos podían sentarse mientras que cuatro permanecían de pie. La Gestapo las buscaba por toda la casa, sabía que estaban escondidas en algún rincón, pero le era imposible descubrirlo: una falsa pared y un armario ocultaba el minúsculo habitáculo que los propietarios de la vivienda, la famila ten Boom, habían creado para salvar la vida de aquellas personas y la de cientos de judíos perseguidos y desesperados.


La familia ten Boom en 1902

La familia ten Boom estaba integrada por los padres, Casper y Cor; cuatro hijos, Betsie, Willem, Nollie y Corrie; y tres tías, Jan, Bep y Anna. Durante la ocupación nazi de Holanda, los ten Boom, ocultaron en su hogar, conocido como Béjé (en la calle Barteljorisstraat, nº 19, en el centro de Haarlem, Holanda), a numerosos judíos y a otras personas que temían ser obligadas a trabajar para los nazis.


Los cuatro hermanos de izquierda a derecha: Betsie, Willem, Nollie y Corrie


Casper era un relojero de gran prestigio en Haarlem. Durante el Holocausto, sus hijos ya eran mayores y su mujer había fallecido. Betsi y Corrie no se habían casado y vivían en el hogar familiar. En 1922, Corrie se convirtió en la primera mujer con licencia de relojero en los Países Bajos. Willem se había graduado en la escuela de teología y se había interesado enormemente por el problema del antisemitismo. En 1927, escribió un artículo sobre este tema. Nollie era maestra, estaba casada y tenía seis hijos.



Taller de relojería de los ten Boom. Casper, al fondo, rodeado de sus empleados

Los nazis ocuparon Haarlem aplicando unas estrictas normas de control de la población. A los ciudadanos no se les permitía abandonar sus hogares después del toque de queda, que pasó de las 9:00 a las 6:00 horas pm. El himno nacional holandés, “Wilhemus”, fue prohibido. La Gestapo reclutaba a todos los hombres de edades comprendidas entre los 17 y 30 para que trabajasen en fábricas o en el ejército. Los holandeses también conocían la persecución de los judíos y su reclusión en campos de concentración. La familia ten Boom sabía muy bien cuál sería su suerte si desafiaban a los nazis ayudando a judíos o a miembros de la Resistencia pero creyeron que era su deber hacerlo.


El Béjé, el hogar de la familia ten Boom. En la planta baja se encontraba la relojería y en la alta, la vivienda


Los cuatro hermanos ten Boom

En mayo de 1942, una mujer judía, elegantemente vestida y con una maleta en la mano, llamó a la puerta del hogar de los ten Boom. Muy nerviosa, le explicó a la familia que su marido había sido detenido varios meses antes y que su hijo había logrado huir. Los nazis la buscaban y tenía mucho miedo de regresar a su casa. Sabía que ellos habían ayudado a otra familia judía, los Weils, y se preguntaba si podría permanecer con ellos un tiempo.

Casper acogió a esta mujer y continuó ofreciendo su hogar como un lugar seguro hasta que los refugiados pudieran salir del país. Estas personas podían permanecer unos días o, incluso, meses en la casa de los ten Boom. Pero era necesario construir un escondite en el que pudieran ocultarse en caso de que los nazis vigilasen el barrio. En el dormitorio de Corrie se levantó una pared falsa de ladrillos que ocultaba una pequeña habitación. A este espacio se accedía a través de un estrecho pasadizo, que se hizo en la parte inferior de un armario, levantando un falso panel. Se colocaba una cesta con ropa de cama para llenar ese lugar y se cerraba la puerta del armario. Desde el exterior, era casi imposible descubrir el acceso a la habitación secreta.




En la imagen superior, la familia ten Boom aparece junto a algunos de los refugiados que vivieron en su hogar. Corrie es la segunda desde la izquierda en la fila superior; Casper se encuentra en frente de Corrie; Betsie está a la derecha, en la fila superior. La fotografía pertenece a Hans Poley, que sobrevivió al Holocausto (está en frente de Betsie).


La familia logró, después de numerosas prácticas, que las personas que escondiesen en su casa se introdujeran en la habitación oculta en sólo 70 segundos, después de que sonase la alarma. Durante ese tiempo, no sólo tenían que arrastrarse hasta el refugio, también debían ocultar cualquier objeto que los delatase, por ejemplo, colchones, almohadas y mantas, si era de noche, o vasos, platos y otros utensilios, si estaban comiendo.




En las imágenes superiores aparece la sala de estar, que era llamada la “habitación de la liberación”. Era el único lugar de la casa lo suficientemente grande como para que cupiesen todos. Las personas que vivían en la clandestinidad compartían con los miembros de la familia las diferentes tareas del hogar. Todos intentaban colaborar y apoyarse en aquella situación tan difícil.

En la casa había varias habitaciones que podían ocupar los refugiados, aunque no sobraba el espacio era posible adaptarse pero los alimentos sí eran un problema. Los no-judíos holandeses habían recibido una tarjeta de racionamiento con la que podían adquirir bonos semanales para comprar alimentos. Estos alimentos eran escasos de modo que era necesario acceder a más tarjetas de racionamiento. Corrie conocía muy bien a muchas familias de Haarlem, gracias a sus obras de caridad. Recordó que una pareja tenía una hija con discapacidad que ella había ayudado. El padre era un funcionario que estaba por entonces a cargo de la oficina de las tarjetas de racionamiento. Una noche, Corrie se presentó en la casa de este funcionario sin previo aviso. Él parecía saber cuál era el motivo. Cuando le preguntó cuántas tarjetas de racionamiento necesitaba, Corrie, que había ido a por cinco, sorprendentemente, se atrevió a pedirle cien.

La Gestapo, con la ayuda de un delator, detuvo a seis miembros de la familia el 28 de febrero de 1944 en torno a 12:30. Un individuo llamó a la puerta de los ten Boom pidiendo ayuda. Habían detenido a su mujer por ocultar a judíos y necesitaba dinero para sobornar a la policía y lograr su liberación. Corrie y Betsie no lo habían visto nunca y presentían que aquel individuo no era sincero pero ¿y si era cierto lo que decía? Después de un momento de duda, decidieron ayudarlo. Realmente, el hombre era un espía y, en unos minutos, oficiales nazis invadieron la casa. Sabían que algo comprometedor encontrarían en ella. Pero, además, Betsi tuvo un descuido que confirmó las sospechas. Los ten Boom colocaban en una ventana un signo para que las personas que necesitasen refugiarse en su casa supiesen que no había peligro y que era un buen momento. Si la situación cambiaba, el signo era retirado. Un miembro de la Gestapo, que vigilaba la casa desde el exterior, vio como Betsie retiró la señal de la ventana en el momento en que los oficiales allanaban la vivienda. Los alemanes, al descubrir que aquel símbolo era una señal de aviso, lo volvieron a colocar en su lugar y detuvieron a los que fueron llegando después, creyendo que la casa era segura. Unas treinta personas fueron detenidas y llevadas a prisión.


Sin embargo, las personas que se encontraban refugiadas en el hogar de los ten Boom sí pudieron ponerse a salvo. En aquel momento se encontraban en la casa cuatro judíos (dos hombres y dos mujeres) y dos trabajadores del metro, que lograron esconderse rápidamente en la habitación secreta. La señora más mayor, Mary Italle, tenía asma y tuvo muchas dificultades para acceder a la habitación secreta. Corrie la ayudó y cerró el panel del armario sólo unos segundos antes de que un policía nazi apareciese en su habitación. Los refugiados permanecieron en este pequeño espacio dos días y medio, sin comer ni beber.

Corrie y Betsy fueron interrogadas por miembros de la Gestapo, que les preguntaron una y otra vez dónde escondían a los judíos. Aunque fueron brutalmente golpeadas, las dos mujeres se negaron a hablar.

La Gestapo comenzó a inspeccionar la casa minuciosamente pero no encontró la habitación secreta. Los alemanes localizaron un lugar en la escalera en el que se escondían las tarjetas de racionamiento y los pasaportes falsos.

La familia ten Boom fue inmediatamente detenida. Un oficial se apiadó de Casper, que tenía 84 años, y le ofreció dejarlo libre si le aseguraba que no iba a causar más problemas en el futuro. Casper contestó que no podía prometérselo, de modo que también se lo llevaron.

Dos días después, un agente de la policía holandesa se puso al servicio de los alemanes que estaban vigilando la casa. Pero, en realidad, este individuo era miembro de la Resistencia y había acudido para intentar liberar a los refugiados. Encontró una oportunidad para sacarlos a través de los tejados de los vecinos, que colaboraron para que pudieran escapar. También el agente de policía tuvo que desaparecer para evitar el castigo de la Gestapo.

Por ayudar a los judíos la familia ten Boom fue enviada a diferentes cárceles y campos de concentración. La policía nazi subió a todos los detenidos en furgonetas y los llevó a la cárcel de la ciudad, una antiguo gimnasio. Después fueron enviados a la prisión de Scheveningen. Corrie y Betsie fueron separadas de su padre y ya no volvieron a verlo nunca más. Corrie tenía la gripe, por lo que fue puesta en régimen de aislamiento.

En prisión, Corrie llegó a enterarse de que su padre falleció a los diez días de su detención. También su hermano Willem, el hijo de éste, Christiaan, de 24 años, y otros miembros de su familia murieron como consecuencia de su encarcelamiento, pero de estas tristes noticias se enteraría mucho después.

Cuando se restableció de su enfermedad, Corrie asistió a su primera audiencia. El oficial Rhams llegó a apreciar a esta valerosa mujer y a tener cierta complicidad con ella. Le gustaba escuchar detalles de su vida familiar y, según afirmó la propia Corrie, las conversaciones que mantuvieron los dos trajeron algo de felicidad en aquella etapa tan dura de su vida.

Pero esta felicidad duró poco tiempo. Corrie, Betsie y otras reclusas fueron trasladadas a Vught, un campo de concentración en Holanda. Las condiciones eran terribles, mucho más severas que en el de Scheveningen. Si alguna norma se infringía, todo el campamento era castigado. A veces, los prisioneros eran enviados a un armario donde permanecían encerrados con las manos atadas por encima de sus cabezas.

Después de unos meses en Vught, que parecieron una eternidad, Betsie, Corrie y otros prisioneros fueron trasladados, de nuevo, a otro campamento. Esta vez, a la tierra más temida: Alemania.

Tras cuatro largos días de viaje, los prisioneros llegaron a Ravensbrück, próximo a Berlín, el lugar más horrible en el que Betsie y Corrie habían estado. Al menos en Vught y Scheveningen, los presos eran llamados por sus nombres pero en Ravensbrück sólo eran un número.

Las condiciones de vida en este campo de concentración eran inhumanas. Al parecer, más de 90.000 mujeres y niños perecieron en Ravensbrück. Betsie, cuya salud nunca había sido buena, pronto cayó enferma. Corrie suplicó a uno de los trabajadores de la cárcel que llevaran a su hermana al hospital, pero se aquel individuo se negó a hacerlo. Durante la enfermedad de Betsie, las hermanas planearon que dedicarían su vida a ayudar a las personas que sobrevivieran a los campos de concentración a superar las terribles secuelas físicas y psicológicas. Corrie escuchaba emocionada a Betsie, quería hacer realidad este sueño pero era consciente de que su hermana no estaría ya a su lado.

Finalmente, Betsie fue llevada al hospital pero era demasiado tarde. Corrie descubrió, días después, en la parte trasera del hospital varios cadáveres hacinados, uno de ellos era el de su hermana.

Sólo unos pocos días más tarde, llamaron a Corrie por su nombre. A ella le sorprendió porque estaba acostumbrada a ser sólo el prisionero 66730. Debía permanecer en el hospital por un tiempo y después quedaría libre. Como consecuencia de un error administrativo, Corrie logró sobrevivir. Existía una lista con las mujeres, mayores de 50 años, que debían ser exterminadas. Corrie, que ya tenía 53, no figuraba en esa lista, de modo que no fue conducida a la cámara de gas, en la que murieron las miles de mujeres que aparecían en la lista. Fue puesta en libertad el 25 de diciembre de 1944



Corrie ten Boom

Después de su liberación, Corrie realizó el sueño que quiso compartir con ella su hermana. Creó un campamento al que podían acudir las víctimas del nazismo. También escribió un best-seller titulado El escondite, en el que narraba las duras experiencias que vivieron los miembros de su familia durante la guerra.

Corrie murió el 15 de abril de 1983, con 91 años.

En la actualidad, la casa de los ten Boom se ha convertido en un Museo y son muchas las personas que han visitado esta residencia, que se encuentra exactamente igual que en la época de la ocupación nazi. Un gran agujero en la falsa pared ha dejado al descubierto la habitación secreta y los visitantes pueden, durante los momentos que permanecen en ella, imaginar el horror que vivieron aquellas seis víctimas del Holocausto que permanecieron más de dos días hacinadas en un pequeño espacio, angustiadas, sin poder hablar y en la más completa oscuridad.