6/04/2013
Roberto Moffat fue uno de los primeros misioneros al África
Roberto Moffat fue uno de los primeros misioneros al África. Nació de padres muy pobres en Ormiston, Escocia, en 1795. En el hogar se le enseñó las materias regulares de la escuela, y también a tocar el violín.
Cuando Moffat dejaba el hogar paterno, su padre le dijo las siguientes palabras de despedidas, las cuales jamás se le olvidaron: "Trabaja duro, Roberto, y sigue estudiando". Tal consejo llegó a ser una especie de desafío para Roberto, y procuró cumplirlo en todo lo que hacía. Su madre también le dijo unas palabras de despedida inolvidables: "Lee un capítulo de la Biblia todos los días por la mañana, y otro por la tarde".
Las posibilidades educativas eran limitadas y por eso tuvo que conformarse en su juventud con aprender jardinería. Tras terminar su aprendizaje se fue a Inglaterra, donde fue ganado para Cristo por los esfuerzos de los metodistas wesleyanos.
Todo eso le sería de mucho provecho, posteriormente, en el campo misionero.
A poco de haberse convertido,Mientras estaba en Warrington vio un cartel anunciando una reunión pública sobre misiones,se interesó en las misiones; allí, con un ardiente deseo de servir a Dios, sintió su llamado a llevar el evangelio a los paganos, y solicitó admisión en la Sociedad Misionera de Londres. No pudo ser admitido, debido a su limitada educación formal. Sin embargo, después de recibir algo de instrucción especial, fue aceptado, y fue enviado a la Ciudad del Cabo, África del Sur.
En 1816, después de un peligroso y largo viaje por mar, Roberto Moffat llego finalmente a la tierra en donde iba a pasar casi toda su vida. Habiendo arribado al país, luego atravesó casi mil kilómetros tierra adentro, en una carreta tirada por bueyes. Esto quiere decir que tuvo que cruzar muchos ríos y pantanos; lo cual juntamente con el intenso calor, y la posibilidad de ser atacado por bestias salvajes, hizo que el viaje fuera en extremo peligroso. Pero él sabía que Dios lo había llamado a aquella tierra, y nada iba a desalentarlo o hacerlo desistir de seguir el viaje. Lo acompañaba un grupo de nativos, los cuales le enseñaron el idioma de aquel lugar.
En 1817 partió hacia Namaqualand, en donde vivía un celebre bandido, llamado Afrikaner. Para sorpresa de todos, Roberto Moffat ganó al temido bandido para Cristo. Afrikaner murió poco después, pero la historia de su conversión ha sido, desde aquel día, un testimonio vibrante de la obra de la gracia en el campo misionero.
En cierta ocasión predicando en Matabele sus oyentes, al escucharle hablar de la resurrección de los muertos, se quedaron petrificados por el terror:
"No nos hables -le dijo el rey- de estas cosas, no puedo soportar pensar que todos los hombres a los que he matado se levantarán de la muerte."
Durantes sus jornadas de tribu en tribu, Moffat a notar que los ancianos a menudo eran tratados con suma crueldad. A veces se les dejaba abandonados en el desierto, con alimentos suficientes para una sola comida. Fue por medio de la enseñanza de Moffat, que los africanos aprendieron a cuidar de sus ancianos.
Después de haber estado un año en la obra, Moffat envió a traer desde Londres a María Smith, su prometida. Se casaron, y durantes los siguientes cincuentas años, Marí de Moffat ayudó a su esposo en la obra misionera. Dios bendijo el matrimonio dándoles una nenita. Lejos estaba de imaginarse que aquella pequeña damita, andando el tiempo, llegaría a casarse con David Livingstone, el gran misionero y explorador de África.
Un día, en uno de sus viajes, se encontró con un grupo de hombres que estaban cavando una sepultura, en donde iban a enterrar a una mujer que acababa de morir. La difunta había dejado a dos hijos muy pequeños. La sorpresa y el horror de Moffat fueron enormes, al enterrarse de que los nativos iban a sepultar a los niños juntamente con la madre muerta. De inmediato se hizo cargo de los niños, haciéndolos parte de su propia familia.
Después de muchos años de ardua labor, el ministerio de Roberto Moffat empezó a rendir resultados fue el escalón que otros usaron para esparcir el evangelio por el "continente negro". Él abrió muchas bases misioneras y anduvo esparciendo la semilla en un área de varios cientos de kilómetros cuadrados, y hubieron más convertidos. Por tal razón, puso manos a la tarea de poner por escrito el idioma de los nativos a la lengua de los bechuanos. Cuando por fin completó la compilación del vocabulario, empezó a traducir el Nuevo Testamento.
Marcos 3:31-35 en la lengua joisana !kung
Esta fue una labor larga y lenta. En ese tiempo María se enfermó gravemente, y tuvieron que regresar a Ciudad del Cabo. Estando allí, Moffat decidió que debía imprimir su traducción. Cuando dirigió la solicitud al gobierno, las autoridades correspondientes le dijeron que podrían a su disposición las prensas, pero no los impresores. Moffat no se amilanó, sino que, con la ayuda de un amigo, empezó a aprender el arte de la imprenta. Con mucho esmero compuso los tipos, colocando letra por letra, individualmente, en su lugar.
Así pudo darle a los africanos, en su propio idioma, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento, y también la historia El Progreso del Peregrino. Además, compiló un himnario, y escribió dos libros misioneros sobre el África del Sur.
Un día, mientras observaba a un grupo de personas, Moffat notó que los maestros nativos usaban música para enseñar el alfabeto. La tonada era la de un canto escocés tradicional, la cual repetía vez tras vez, haciendo concordar las notas con las letras del abecedario.
La obra de Roberto Moffat fue creciendo cada día más, y con ello su fama se extendía igualmente. Empezó a recibir invitaciones de aldeas, en todas partes del continente, de parte de personas que pedían que llegara para traerles el mensaje de Dios. Los ejemplares del Nuevo Testamento llegaron a tener aún más importancia para alcanzar a la gente para Cristo.
Después de muchos años en África del Sur, Roberto y María decidieron regresar a su tierra, para descansar un poco. Al llegar a Inglaterra en 1839, hallaron de todo, menos el descanso que buscaban. La fama del misionero se había extendido por toda Inglaterra. Roberto dirigió muchísimas reuniones, atendiéndolas conforme le llegaban las invitaciones. Aunque esto le resultaba agotador, sin embargo, al mismo tiempo, le proveía de muchas oportunidades para interesar a la gente en la causa de las misiones africanas.
Mientras estaba en Inglaterra conoció a David Livingstone, un joven creyente, que también tenía interés en las misiones.
"¿A dónde piensas ir?", le preguntó Moffat.
"A la China", contestó Livingstone.
"¿Por qué a la china?. Preguntó Moffat.
Luego comenzó a hablarle sobre las necesidades en el África. Le explicó que él mismo, como misionero de mayor edad, podría indicarle el sendero, pero que tocaría a los más jóvenes caminar por esa senda y proseguir con la obra. Pocos meses después, Livingstone se embarcó hacia el "continente negro", para empezar su obra misionera.
Cuando Moffat y su esposa regresaron al campo misionero se enteraron de que David Livingstone había sido atacado por un león, habiendo quedado con el brazo izquierdo seriamente lesionado. Livingstone fue llevado al hogar de los Moffat, y la joven María, la hija, se encargó de cuidarlo. Algunos meses después, una vez que David se hubo recuperado, se casó con María, y se fueron hacia el norte del continente, para realizar allí su labor misionera.
Roberto Moffat y su esposa tenían por delante muchos días trágicos. Primeramente falleció su hijo mayor. Poco después, David Livingstone les mandó a contar que María, su esposa había fallecido como consecuencia de la fiebre. Sin embargo, a pesar de numerosos contratiempos, los Moffat siguieron adelante en su obra de evangelismo y traducción.
Roberto Moffat tenía, para entonces, más de sesenta años, y se sentía muy cansado. Un día predicó su último sermón en la pequeña capilla que había ayudado a construir en la aldea; y luego, con su esposa, emprendió el largo viaje a Inglaterra, en 1870. al año siguiente, María de Moffat se fue para estar con el Señor. El anciano misionero quedó muy triste por la muerte de su esposa; sin embargo, continuó promoviendo las misiones el resto de su vida. Levantó fondos para un seminario donde los nativos pudieran prepararse para ser misioneros entre su propio pueblo,y Siguió escribiendo, dando conferencias, y predicando, hasta bien entrado en sus ochentas. En 1872, la Universidad de Edimburgo le otorgó el título honorario de Doctor en Divinidades.
Una noche, sentado en su cama, tomó su reloj y le dio cuerda. "Esta será la última vez", dijo. Y así fue. Al día siguiente, el 10 de agosto de 1883, a la edad de ochenta y ocho años, Roberto Moffat se fue para estar con el Señor. Había acabado su obra en África y en Gran Bretaña.
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