POR MATTHEW HENRY
Tenemos algo que decir a Dios diariamente como amigo a quien amamos y con el cual tenemos franqueza. A un amigo así cuando pasamos cerca de su casa lo visitamos, y nunca nos hallamos sin tener algo que decirle, aunque no haya ningún asunto especial pendiente entre los dos; con un amigo así podemos derramar nuestro corazón, podemos profesarle nuestro afecto y estima, y le comunicamos nuestros pensamientos con placer; Abraham es llamado el amigo de Dios, y este honor es asimismo el de todos los santos, pues dijo Cristo: no os he llamado siervos, sino amigos. Él guarda su intimidad con los justos; nosotros somos invitados a familiarizarnos con Él, a andar con Él como un amigo anda con otro amigo; la comunión de los creyentes ha de ser con el Padre y con su Hijo, Jesucristo; y ¿no tenemos algo para decirle?
¿No es bastante ir al trono de su gracia para admirar sus infinitas perfecciones que nunca podemos comprender plenamente, y que nunca contemplaremos bastante y en las que nunca tendremos bastante complacencia? ¿O para complacernos en contemplar la hermosura del Señor y darle la gloria que debemos a su nombre? ¿No tenemos mucho que decirle en reconocimiento de su gracia condescendiente en favor de nosotros, al manifestarse a nosotros y no al mundo, y en la profesión de nuestro afecto y sumisión a Él: Señor, tú sabes todas las cosas, Tú sabes que te amo?
Dios tiene algo para decirnos como amigo, cada día, por medio de su Palabra escrita en la cual hemos de oír su voz; por medio de sus actos providentes y en nuestras conciencias, y Él escucha para ver si nosotros tenemos algo que decirle como respuesta, y es un acto hostil si no lo hacemos. Cuando Él nos dice: Buscad mi rostro, ¿no tendrían que contestar nuestros corazones como a alguien a quien amamos «Tu rostro buscaré, Señor»? Cuando nos dice: «Volved, hijos descarriados», ¿no deberíamos contestar inmediatamente: He aquí, hemos venido a ti, porque Tú eres nuestro Señor Dios? Si Él nos habla por medio de la reprimenda y nos redarguye, ¿no deberíamos contestarle por medio de la confesión y la sumisión?
Si nos habla por medio del consuelo, ¿no deberíamos contestarle con alabanza? Si amas a Dios no tienes por qué estar buscando algo que decirle, algo que tu corazón derrame delante de Él, pues Él ya lo ha puesto allí por su gracia.