2/26/2009

Gladys Aylward "Misionera en China"



-"¡Tú conoces las montañas! ¡Tienes que hacerlo!"- Gladys miró fijamente al oficial intentando entender las implicaciones de sus palabras.
Nadie en realidad esperaba que aceptara el desafío; no solo por el hecho de ser mujer soltera y extranjera, sino también porque los japoneses habían puesto precio a su cabeza.
Gladys miró fugazmente a los niños que jugaban detrás del ejército chino y lentamente asintió con su cabeza.
La defensiva china se estaba viniendo abajo ante el feroz ataque de las fuerzas japonesas y el país estaba sumido en el caos.
Separados de sus familias por la guerra, la vida de cien niños estaba en peligro debido al avance del ejército japonés. Gladys accedió a conducirles a través de unas montañas plagadas de peligros hasta una zona segura.
Su conocimiento de las montañas lo debía a la etapa en la que trabajó como inspectora de gobierno. Gladys solía desplazarse a pie, de aldea en aldea, para comprobar que se cumpliese la ley que prohibía la antigua costumbre de vendar los pies de las niñas para limitar su crecimiento. Al mismo tiempo predicaba el evangelio en forma no oficial.
Gladys era muy conocida y respetada en toda aquella provincia, lo cual le permitía trabajar en su llamado misionero en una vasta área. Y aunque nunca había dudado de su llamado a China, Gladys mantenía una intensa lucha interior en dos aspectos: su deseo de contraer matrimonio (algo que nunca llegó a realizar) y sus sentimientos de inseguridad a lo largo de su carrera misionera.
Le resultaba difícil comprender cómo Dios le había confiado responsabilidades tan grandes. No obstante, ella siguió obedeciendo su llamado.
Rechazada como candidata misionera, Gladys compró su propio pasaje en tren transiberiano y entró sola a China.
A pesar de las inequívocas señales de una guerra inminente, Gladys solicitó la ciudadanía china y se ofreció para servir a su nuevo país en todo lo que le fuera posible.
El rescate de niños es apenas un ejemplo. Su fe en Dios le permitió identificarse con el pueblo chino en unos años difíciles y violentos. Durante todo ese tiempo nunca dejó de señalar el camino al Príncipe de Paz.
Gladys Aylward, hija de un cartero, nació cerca de Londres 1902.
Cuando tenía 18 años asistió a una reunión de avivamiento en la cual el predicador invitó a dedicar las vidas a Dios.
Gladys respondió al mensaje, y pronto después se convenció de que tenía el llamado para predicar el evangelio en China.
Cuando tenía 26 años intentó ingresar a la Misión a China pero no fue aceptada.
Sin rendirse, ella trabajó duramente y ahorró dinero.
Entonces oyó hablar de una misionera de 73 años, la señora Jeannie Lawson, que buscaba a mujer más joven para continuar su trabajo.

Gladys escribió a señora Lawson y fue aceptada por ésta, con la condición de que debía costearse los gastos del viaje de Inglaterra a China.
Debido a que ella carecía de fondos suficientes como para pagar el precio de la travesía en barco, se propuso viajar por tierra, en tren.
En octubre de 1930 inició su viaje con apenas su pasaporte, la Biblia, los boletos, y dos libras de alimentos.
Viajando en el tren Transiberiano, finalmente llegó en Vladivostok en el costa este de Siberia.
Ésta no era la ruta más directa a su destino, pero debido a una guerra sin declarar entre Rusia y China, ella tenía pocas opciones.
Ella navegó de allí a Japón y de Japón a Tientsin, y entonces por tren, autobús y mula hasta la ciudad interior de Yangchen, en la provincia montañosa de Shansi, al sur de Pekín (Beijing).
La mayor parte de los residentes no habían visto a ningún europeo con excepción de señora Lawson y ahora de Srta. Aylward.
Desconfiando de ellas por ser extranjeras, los pobladores no se mostraron dispuestos a escucharlas.
Yangchen solía ser una parada de noche para las caravanas a mula que llevaban carbón, algodón crudo, esencias, y mercancías de hierro, en viajes que duraban de seis semanas a tres meses.
A las dos mujeres se les ocurrió que la manera más eficaz para predicar sería instalar un mesón.
El edificio en el cual vivieron había sido una vez un mesón, y con un poco trabajo de la reparación se podría utilizar como uno otra vez.
En una fuente pusieron alimento para mulas. Cuando apareció la primera caravana, Gladys salió hacia fuera, asió la rienda de la mula del guía, y la hizo caminar por el patio. Las otras mulas la siguieron hasta la cubeta con alimento. Los muleteros tenían poca opción. Las mulas no avanzarían hasta comer.
Entonces dieron a los hombres alimento y camas calientes por un precio estándar, y atendieron a sus animales.
Por la tarde contaban historias sobre un hombre llamado Jesús.
Después de unas semanas, Gladys no necesitó “secuestrar” a sus clientes, ellos regresaban por la buena atención.
Algunos aceptaron bien a estas cristianas, y prontamente los caravaneros fueron corriendo la voz sobre la posada.
Gladys practicó su chino por horas cada día, y llegó a expresarse con gran fluidez.
Cierto día la señora Lawson sufrió una caída severa, y murió algunos días después. Gladys Aylward quedó sola para hacer funcionar la misión, con la ayuda de un cristiano chino, Yang, el cocinero.
Pocas semanas después de la muerte de señora Lawson, la Srta. Aylward se reunió con el mandarín de Yangchen. Él llegó en una silla de seda, con un cortejo impresionante, y le dijo que el gobierno había decretado extremar la práctica de caminar sin calzado (para erradicar la ancestral costumbre de achicar los pies).
El gobierno la obligó a cumplir con el decreto y a la vez inspeccionar que éste se cumpla.
Ella debió aceptar. No sabía las impensadas oportunidades de predicar el Evangelio que sobrevendrían a tal decisión.
Durante su segundo año en Yangchen, el mandarín convocó a Gladys.
Había explotado un alboroto en la prisión de los hombres. Cuando ella llegó encontró que los reclusos actuaban con una violencia inusitada, y habían matado a varios de ellos. Los soldados estaban asustados y no se atrevían a intervenir.
El Jefe de guardias de la prisión la había oído predicar que los que confían en Cristo no tienen nada temer. Entonces le pidió si podía intervenir.
Ella caminó en el patio y gritó: - ¡Silencio! No puedo oír cuando todos gritan a la vez. Elijan a uno o dos delegados y permítanme hablar con ellos-.
Los hombres bajaron la voz y eligieron a un delegado.
Después de escuchar lo que tuvo que decir el hombre, ella actuaba como enlace entre el Jefe de los guardias y los internos. Con el tiempo llegó a ser un instrumento de cambios positivos en el funcionamiento de la prisión.
La gente comenzó a llamar a Gladys Aylward “Ai-weh-deh” que significa la “virtuosa”.
Cierto día, Gladys vio a mujer pidiendo limosnas, acompañado por una niña obviamente dolorida y severamente desnutrida.
De alguna manera se alegró que la mujer no sea la madre. Ésta había secuestrado a la niña para usarla con su fin de limosnear. Gladys “compró” a la niña, una muchacha cerca de cinco años.
Un año más adelante, la pequeña vino adentro con un muchacho abandonado en el remolque, pensando “yo comeré menos, de modo que él pueda tener algo.”
Así el Ai-weh-deh adquirió a segundo huérfano. Y su familia comenzó a crecer….
Ella era una visitante regular y bienvenida en el palacio del mandarín, que encontraba su religión ridícula. Simplemente le agradaba conversar con ella.
En 1936, Gladys Aylward se hizo oficialmente una ciudadana china. Vivió frugalmente y vistió como la gente alrededor de ella, y esto era un factor importante en la eficacia de su predicación.
Durante la primavera de 1938, los aviones japoneses bombardearon la ciudad de Yangcheng, matando a muchas personas y provocando que los sobrevivientes huyan en las montañas.
Después de cada bombardeo había una ocupación intermitente de la ciudad por parte del ejército japonés.
Durante una de las ausencias del ejército, el mandarín reunió a sobrevivientes y los hizoo retirar a las montañas para habitar allí durante un largo tiempo.
Mientras tanto, Gladys nunca dejó de ocuparse de las cuestiones de los presos. La política tradicional establecía la decapitación de todo aquel que intentara escapar.
El mandarín pidió el consejo de Ai-weh-deh, y organizaron un programa para los parientes y los amigos del condenado para fijar un enlace que garantice su buen comportamiento y pensar, en algún tipo de reinserción social.
A medida que la guerra continuó Gladys se encontró a menudo detrás de líneas japonesas, y a menudo trabajó pasando información al ejército de China, el país que la adoptó.
Gladys se encontró y entabló amistad con el “General Ley” un sacerdote católico de Europa que había tomado las armas durante la cruel y despiadada invasión japonesa, y ahora estaba encabezando un comando de guerrilla. Finalmente él le envió un mensaje. - Los japoneses están viniendo con todas sus fuerzas. Nos estamos retirando. Ven con nosotros.
Enojada, ella garrapateó una nota china, PU TWAI del CHI TAO TU, “¡los cristianos nunca se retiran!”


Ella decidió participar ayudando al gobierno en Sian, trayendo con ella a los niños que ella había adoptado, cerca de 100. (Otros 100 se habían ido unos días antes con un colega.)
Con los niños en remolque, ella caminó por doce días. Algunas noches encontraron el abrigo de anfitriones amistosos. Algunas noches pasaron desprotegido en las laderas de la montaña. En el duodécimo día, se toparon con el Río Amarillo, sin manera de cruzarlo.
Todo el tráfico de barcos había parado, y todos los barcos civiles habían sido confiscados para guardarlos fuera de las manos del invasor japonés.
Los niños desearon saber, “¿Qué hacemos que no cruzamos?”
Ella dijo, “no hay barcos.” Entonces los niños dijeron dijieron, “Dios puede hacer cualquier cosa. Pidámosle que nos consiga uno”
Se arrodillaron y oraron. Entonces cantaron.
Un oficial chino con una patrulla oyó cantar y montó río arriba.
Él oyó su historia y dijo, “pienso que puedo conseguirte un barco.”
Cruzaron el Río Amarillo, y después de algunas dificultades más, Ai-weh-deh entregó su preciada carga en manos seguras en Sian.
Días más tarde, literalmente se derrumbó enferma con fiebre del tifus y padeció de delirio por varios días.
Cuando su salud mejoró gradualmente, ella comenzó una iglesia cristiana en Sian, y trabajó en otros lugares, incluyendo un establecimiento para los lerosos en Szechuan, cerca de las fronteras de Tíbet.
Su salud fue deteriorada permanentemente por lesiones recibidas durante la guerra, y en 1947 ella volvió a Inglaterra para una operación gravemente necesaria.
Ella permanecería en Inglaterra, predicando allí.
En 1955, ella volvió al Oriente y abrió un orfanato en Formosa (Taiwán), que continuó funcionando mientras ella vivió.
La Srta. Gladys Aylward, Ai-weh-deh, murió el 3 de enero de 1970.
En 1957, Alan Burgess escribió un libro acerca de ella, The Small Woman. Fue condensado en The Reader´s Digest , y transformado en una película llamada el The Inn of The Sixth Happiness, protagonizada por a Ingrid Bergman.
Aunque la película haya estado bien producida, y conmovedoramente actuada por la gran actriz Ingrid Bergman, esta realización fué una espina en el zapato para Gladys Aylward. La película la desconcertó profundamente porque estaba plagada de inexactitudes. Hollywood se tomó grandes libertades con su relación con el coronel chino Linnan, incluso cambiándolo en un eurasiático. Pero horrorizó a Gladys, la más casta de las mujeres, ver que la película la había retratado en “escenas de amor”. Ella sufrió grandemente sobre lo que ella consideraba su reputación manchada.
Fuente: `Biografía abreviada` de James E. Kiefe.

DWIGHT L. MOODY EL VENDEDOR DE ZAPATOS QUE NECESITABA PODER


Este hombre, cuya educación formal fue el equivalente al quinto año de primaria, fundó tres escuelas de renombre. Sin educación teológica, reestructuró el cristianismo de la Era Victoriana y sin radio o televisión, alcanzó a 100 millones de personas, viajando más de cien millones de millas durante su carrera evangelística. Todo comenzó cuando este vendedor de zapatos inició una escuela dominical que llegó a ser la más grande de Chicago. Así que él ya tenía cierto éxito cuando conoció a dos ancianitas, quienes le informaron: "Hemos estado orando por ti... ¡necesitas poder! ¡Necesitas poder!"
Dice Moody: "Mi reacción inmediata fue: ¿Por qué mejor no oran por los perdidos? ¡Yo pensaba que ya tenía poder! Tenía la congregación más grande de Chicago, y había muchas conversiones. Pero ante la insistencia de ellas, por fin me animé a preguntarles exactamente a qué se referían cuando decían que yo necesitaba más poder."
Cuando les preguntó, ellas le contestaron que lo que él necesitaba era el bautismo con el Espíritu Santo. Fue entonces que él les pidió que no sólo oraran por él, sino también con él.
Relata Moody: "Al escuchar y orar con ellas, derramaban su corazón para que yo pudiera tener la plenitud del Espíritu Santo, y comencé a reaccionar. Entró en mí una intensa hambre espiritual, que hasta entonces había sido desconocida para mí. Comencé a llorar como nunca antes. El hambre aumentó. Verdaderamente sentí que ya no quería vivir si no podía tener ese poder para su servicio".
Poco tiempo después, un día él estaba caminando por Wall Street en Nueva York, y en medio de la actividad y bullicio de esa céntrica calle, su oración fue contestada; el poder de Dios cayó sobre él mientras caminaba, al grado que tuvo que correr a la casa de un amigo y pedirle si le podía permitir estar a solas en una habitación. En esa habitación permaneció por horas; y el Espíritu Santo vino sobre él llenando su alma con tanto gozo que por fin tuvo que pedirle a Dios que detuviera Su mano, para que no muriera en ese instante por el gozo tan desbordante. Salió de ese lugar con el poder del Espíritu Santo sobre él, y a partir de allí comenzó sus poderosas reuniones evangelísticas.
Según él mismo relata: "Los mensajes fueron diferentes. No presenté verdades nuevas, y sin embargo, cientos de personas fueron convertidas. Yo jamás volvería atrás a donde estaba antes de esa bendita experiencia (refiriéndose a su bautismo en el Espíritu Santo)"
Además, desde entonces, él siempre insistía en la importancia que los demás cristianos también fueran bautizados con el Espíritu Santo. Un amigo suyo fue R. A. Torrey, quien relata: "Una y otra vez, el Sr. Moody venía y me decía:
'Torrey, quiero que hables del bautismo con el Espíritu Santo'. En una ocasión, él intervino para que me invitaran a predicar en una prestigiosa iglesia de Nueva York. Me dijo: "Esa iglesia es grandísima, y quiero pedirte que prediques tu mensaje acerca del bautismo con el Espíritu Santo." Es más, siempre que él se enteraba que yo estaba invitado a predicar en algún lugar, él me llamaba y me decía: "Torrey, asegúrate de predicar acerca del bautismo con el Espíritu Santo."
Otro hecho es que él fluía en los dones del Espíritu.
En el libro "Las Tribulaciones y los Triunfos de la Fe", escrito en 1875, Dr. Richard Boyd, un amigo de Moody, escribió: "Cuando llegué a los salones, la reunión estaba en fuego. Los jóvenes estaban hablando en lenguas y profetizando. ¿Qué significaba todo esto? Sólo que Moody había estado hablándoles por la tarde."
Del libro "Moody y Su Obra": "...en uno de sus grandes servicios en Londres, al levantarse a leer las Escrituras, involuntariamente comenzó a hablar palabras que ni él ni su congregación entendían".



DICHOS IMPORTANTES DE MOODY:

En cuanto a la falta de poder:
"Nuestro mayor problema es el problema de "traficar" con verdades no vividas. Tratamos de comunicar lo que nunca hemos experimentado en nuestra propia vida."
"Algunas personas parecen creer que están perdiendo tiempo si esperan en Dios por Su poder, así que se van y hacen Su obra sin unción y sin poder alguno... El Espíritu Santo DENTRO de nosotros es una cosa, y el Espíritu Santo SOBRE nosotros es otra... si los primeros cristianos hubieran salido a predicar sin esperar el poder, ¿creen que hubiera ocurrido lo que ocurrió el día de Pentecostés? ...No tiene sentido salir corriendo antes de ser enviado, intentar hacer la obra de Dios sin el poder de Dios... un hombre obrando
sin el poder del Espíritu Santo está perdiendo su tiempo. Así que no perdemos nada si esperamos hasta que obtengamos este poder."
En cuanto a las manifestaciones de los avivamientos, Moody dijo en su mensaje titulado
"Avivamientos":
"A mí no me da tanto miedo la emoción como a otros. Hay quienes apenas ven algo interesante, inmediatamente claman, '¡Sensa-cionalismo! ¡Sensacionalismo!' Pero yo les digo que prefiero tener sensación en lugar de estancamiento... Me parece que cualquier cosa es preferible a lo muerto... Donde hay vida, siempre habrá conmoción".
"¿Ven cómo El vino el día de Pentecostés? No es carnal orar que Él venga otra vez y que el lugar tiemble.
Creo que el Pentecostés sólo fue un día para servirnos de muestra. Creo que la Iglesia cometió este lamentable error de decir que Pentecostés sólo fue un milagro que no volverá a repetirse".