6/01/2009

JUNTO AL CAMINO

por Charles Haddon Spurgeon

una parte cayó junto al camino, y fue hollada, y las aves del cielo la comieron...
Hablando estas cosas, decía a gran voz: El que tiene oídos para oír, oiga."
Lucas 8: 4-8.
I. En primer lugar, entonces, voy a dirigirme a aquellos corazones que son semejante a la ubicación JUNTO AL CAMINO: "Una parte cayó junto al camino, y fue hollada, y las aves del cielo la comieron." Hay muchos de ustedes que no vinieron aquí esta mañana para recibir una bendición. No tenían la intención de adorar a Dios, o ser afectados por algo que pudieran oír. Son semejantes a una calzada que nunca estuvo diseñada para que fuera un campo de cultivo. Si un solo grano de la verdad cayera en su corazón y creciera, sería un milagro, una maravilla tan grandiosa como si el grano creciera en un área junto al camino hollado y apisonado.

Ustedes son los oyentes que están junto al camino. Si la simiente, sin embargo, es esparcida con destreza, parte de ella caerá sobre ustedes y permanecerá por un rato en sus pensamientos. Es verdad que no la entenderán, mas sin embargo, si es colocada delante de ustedes en un estilo interesante, se alojará por un breve tiempo. Mientras no los atraiga un entretenimiento más simpático, hablarán de las palabras que oyeron pronunciar al ministro de la verdad. Pero incluso este tenue beneficio es breve, pues en muy poco tiempo olvidarán qué tipo de personas son.

Quiera Dios que pudiera tener esperanza de que mis palabras se demoraran en ustedes, pero no podemos esperarlo, pues el suelo de su corazón está tan apisonado por el tráfico continuo, que no hay esperanza que la semilla encuentre un asidero duradero y vivo para sus raíces. Hay demasiado tráfico en sus almas que no permite que la buena semilla permanezca sin ser aplastada. El pie de Satanás está pasando siempre sobre su corazón, con su manada de blasfemias, lascivias, mentiras, y vanidades. Luego ruedan por su corazón los carros del orgullo, y los pies de las riquezas insaciables lo huellan, hasta que se vuelve duro y diamantino. ¡Ay de la buena semilla!, pues no encuentra un momento de respiro; las muchedumbres pasan y vuelven a pasar; de hecho, su alma es un Bolsa de Valores, a través de la cual continuamente atraviesan los ocupados pies de los mercaderes, que convierten a las almas de los hombres en una mercancía. Ustedes están comprando y vendiendo, pero poco piensan en que están vendiendo la verdad, y en que están comprando la destrucción de su alma; están ocupados aquí y allá acerca de este cuerpo, la cáscara de su humanidad, pero son negligentes en cuanto a esa cosa preciosa interna: su alma.

Dices que no tienes tiempo de pensar en la religión. No, el camino de tu corazón es una vía pública tan congestionada, que no hay espacio para que este trigo brote. Si comenzara a germinar, algún rudo pie aplastaría la verde brizna de hierba antes de que alcanzara algo parecido a la madurez. Ha habido ciertos momentos contigo cuando la semilla ha permanecido lo suficiente para comenzar a germinar, pero justo entonces había un lugar de diversión abierto, y entraste allí, y como con un talón de hierro, la chispa de vida que estaba en la semilla fue aplastada; había caído en el lugar incorrecto; había demasiado tráfico allí para que tuviera la posibilidad de crecer.

Durante la peste de Londres, cuando los hombres eran llevados a su hogar permanente en grandes multitudes, la hierba crecía en las calles; pero el trigo no crecía en Cornhill, independientemente de cuán excelente fuera la semilla que sembraras allí. Rebusca en el mundo, y no podrías comprar una semilla de trigo que floreciera donde continuamente transita tal cantidad de tráfico. Tu corazón es igual que una vía pública congestionada; pues hay tantos pensamientos, y afanes, y pecados; tanto orgullo, vanidad, maldad y pensamientos rebeldes en contra de Dios, continuamente transitando por ella, que la verdad es semejante a la semilla arrojada sobre la calzada; no puede crecer porque es aplastada; y si permaneciera por un momento, las aves del cielo vendrían y se la llevarían.

Ay, pero es un pensamiento muy triste, que si esparcieras semilla en la calzada, no es sólo el pie de un mal hombre el que impediría su crecimiento, sino que incluso el pie de un santo podría ayudar a destruir su vida. ¡Ay!, los corazones de los hombres pueden ser endurecidos, no meramente por el pecado, sino por la propia predicación del Evangelio. Existe tal cosa como el endurecimiento para con el Evangelio; es posible escuchar sermones hasta llegar al punto que tu corazón se torna muerto y endurecido e indiferente. Como el perro del herrero que está echado y duerme mientras las chispas vuelan alrededor de su hocico, así yacerás y dormirás bajo el martillo de la ley, mientras las chispas de la condenación vuelan a tu alrededor, sin que te espanten ni te asombren nunca. Ya has escuchado todo eso antes; te contamos una historia trillada cuando te advertimos de la ira venidera.

Los hombres que trabajan en las gigantescas calderas en las fábricas de Southwark, cuando entran por primera vez para sostener el martillo, quedan con sus oídos aturdidos por los golpes; luego no pueden oír ningún sonido; pero gradualmente, según me informan, se acostumbran tanto a ese terrible ruido, que podrían dormir en medio de la caldera mientras los otros trabajadores estuvieran aporreando y golpeando ese aparato, aunque sus reverberaciones son como el trueno más potente.

Así sucede con ustedes; un ministro tras otro ha hollado en la calzada de su alma, hasta que se ha tornado tan dura que, a menos que Dios mismo se agrade partirla en dos con un terremoto, o con una conmoción del corazón, no habrá nunca espacio para que la semilla del cielo se aloje allí. Su alma se ha vuelto como un camino asendereado, por el cual circula mucho tráfico.

Hemos observado esta dura franja junto al camino y ahora vamos a describir qué sucede con la palabra cuando cae sobre este corazón. No crece; habría crecido si hubiese caído sobre un buen suelo, pero está en el lugar equivocado, y permanece tan seca como cuando fue arrojada por la mano del sembrador. Su vida yace dormida, el germen de vida en el Evangelio se esconde, y se queda en la superficie del corazón, pero no entra nunca en él. Como la nieve, que cae algunas veces en nuestras calles y no se queda allí ni un instante, sino que cae sobre el húmedo pavimento y se disuelve y se evapora, lo mismo sucede con el hombre. La palabra no tiene tiempo de revivir a las almas de los oyentes casuales de ella. Se queda allí un instante, pero no comienza nunca a echar raíces, o a tener el menor efecto.

Pero, nosotros preguntamos, ¿por qué los hombres vienen a oír si la palabra nunca es vuelta útil para ellos, y no entra nunca en el corazón? Eso me ha desconcertado a menudo; hay algunos de nuestros oyentes que no se ausentarían un domingo por nada del mundo, y que parecen deleitarse mucho al venir con nosotros para adorar, pero la lágrima no ruede nunca por su mejilla; su alma no parece elevarse nunca al cielo en las alas de alabanza, y tampoco se unen verdaderamente a nuestras confesiones de pecado. ¿Piensan en algún momento acerca de la ira venidera o acerca del estado futuro de sus almas? Su corazón es de hierro; es como si el ministro predicase a un montón de piedras en vez de predicarles a ellos.

¿Qué trae a estos pecadores insensibles aquí? ¿Hablamos a frentes de bronce y corazones de acero? De verdad tenemos las mismas esperanzas de convertir a leones y leopardos como de convertir a estos indómitos corazones inconmovibles. ¡Oh sentimiento!, tú has huido a las bestias brutas y los hombres han perdido la razón. Yo supongo que estos hombres vienen a menudo porque es respetable hacerlo, y además, porque incluso les ayuda a endurecerse; si permanecieran alejados, la conciencia les remordería y habría un poco de vida en ellos; pero asisten para poder lisonjearse con el convencimiento de que, después de todo, están bien. No son irreligiosos, no ellos; no son desconsiderados con la casa de Dios ni con su siervo; ellos asisten para poder endurecerse, y ser más y más embrutecidos en su estado de pecado y de insensibilidad.

¡Oh mis lectores!, su caso puede hacer llorar a los ángeles; tener el sol del Evangelio brillando sobre sus rostros, y sin embargo tener ojos invidentes que no ven nunca esa luz. La música del cielo resuena dulcemente, pero sus oídos son sordos, y ni el más débil acento alcanza jamás su pobre espíritu; el ministro es para ustedes alguien que toca un fino instrumento, pero toca ante una estatua que no tiene oídos para oír. Pueden captar el giro de una frase, y pueden encontrarle el sentido a una metáfora, pero el significado oculto, está totalmente perdido para ustedes. Están sentados en el banquete de bodas, pero no comen de los exquisitos bocadillos, y no beben de sus vinos; oyen las campanas del cielo tocando a júbilo por los espíritus rescatados, pero ustedes mismos permanecen secuestrados, sin Dios, y sin Cristo. Están parados a la puerta de la senda estrecha, en la propia puerta, pero no entran por ella; están cerca de la casa de misericordia, y la puerta está entreabierta; se paran y a veces miran hacia adentro, pero no dan nunca el paso final y decisivo.

Aunque hagamos lo que podamos para exhortarlos, aunque argumentemos con ustedes y oremos por ustedes, y nos lamentemos por ustedes, todavía permanecen justo tan endurecidos, tan descuidados, y tan incautos como siempre lo han sido. ¡Oh, que Dios tenga misericordia de ustedes!, y los saque de este estado pernicioso, para que todavía puedan ser salvos. Oh Espíritu Santo, rompe esta endurecida calzada, y condúcela a producir abundante fruto.

Sin embargo, todavía no hemos completado el cuadro. El pasaje nos dice que las aves del cielo la comieron. ¿Hay algún hombre aquí, esta mañana, que sea uno de estos oyentes de junto al camino? Tal vez no tenía la intención de entrar, pero vio a una gran multitud junto al Strand, y pensó que entraría y pasaría la hora, y que tal vez oiría algo que no olvidaría de inmediato; pero cuando salga y vaya a casa, algunos viejos compañeros le propondrán que vayan de excursión esta tarde. Él acepta y esa pobre semilla que había caído en lugar poco propicio será devorada por las aves del cielo.

Hay suficientes malignos listos siempre a comerse esta buena semilla. Está el diablo mismo, ese príncipe del aire, listo en cualquier momento a arrebatar un buen pensamiento, o a sofocar una santa resolución. Y luego, el diablo no está solo: tiene legiones de ayudantes. Puede usar a la propia esposa de un hombre, a los propios hijos, puede poner contra ti ese trabajo tuyo, y cualquiera de ellos puede comer la buena semilla. Puede haber un cliente esperando a la puerta, y aunque no tienes deseos de atenderle hoy, tienes miedo de perderlo, y lo atiendes, y entonces la buena semilla se va, y todo su buen efecto es eliminado. Oh, es una tristeza agravada que la semilla celestial se vuelva alimento del diablo; que el grano de Dios alimente a los pájaros del diablo.

Permítanme dirigirme otra vez personalmente a ustedes, esta mañana. ¡Oh, mis lectores, si han oído el Evangelio desde su juventud, cuántas carretadas de sermones han desperdiciado! En sus días de juventud, oyeron al doctor Fulano de tal, y ¡cómo solía ese querido doctor orar por sus oyentes, hasta que sus ojos enrojecían por las lágrimas! ¿Recuerdan todos esos domingos cuando se decían a ustedes mismos: "quiero ir a mi aposento y caer de rodillas y orar"? Pero no lo hicieron; las aves del cielo comieron la semilla, y ustedes prosiguieron pecando al igual que lo hacían antes. Desde entonces, por un extraño impulso, muy raramente se ausentan de la casa de Dios; pero ahora las chispas del Evangelio caen en sus almas como si cayesen en un océano, en el que son apagadas para siempre. La ley puede tronar delante de ustedes, y aunque no la miran con desprecio, no les afecta nunca. Jesucristo puede ser alzado delante de ustedes; sus amadas heridas pueden ser exhibidas; la sangre derramada puede fluir delante de sus propios ojos, y pueden ser invitados con todo denuedo a mirarlo a Él y vivir; pero ahora se ha vuelto asunto de perfecta indiferencia para ustedes. No han dicho tanto con palabras: "si he de perderme, me perderé, y si he de salvarme, seré salvo"; no han llegado al punto de decir eso, pero han llegado a pensar eso, y ahora podemos hacer lo que queramos con ustedes, y lo que queramos por ustedes, pero no podemos penetrar sus espíritus empedernidos, y no podemos arrojar ningún pensamiento santo en sus corazones endurecidos. ¿Qué haré por ustedes? ¿Me pararé aquí y derramaré una lluvia de lágrimas sobre esta endurecida calzada? ¡Ay!, mis lágrimas no la traspasarían; está demasiado endurecida para eso. ¿Pasaré sobre ella el arado del Evangelio? ¡Ay!, el acero se rompería, pero la reja del arado no entraría. ¿Qué haré? Oh Dios, Tú sabes cómo hacer añicos el pedernal. Tú puedes derretir el apisonado corazón de piedra con la preciosa sangre de Jesús. Hazlo ahora, te suplicamos, para la alabanza y gloria de Su gracia, que la buena semilla viva todavía, y produzca esa cosecha celestial, deseada vivamente por el alma de Tu siervo, sin la cual él no puede vivir, pero con la cual se regocijará con gozo indecible y pleno de gloria.

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