6/01/2009

OTRA PARTE CAYÓ ENTRE ESPINOS

por Charles Haddon Spurgeon

...Otra parte cayó entre espinos, y los espinos que nacieron juntamente con ella, la ahogaron...Hablando estas cosas, decía a gran voz: El que tiene oídos para oír, oiga." Lucas 8: 4-8.

III. Tendré que tratar brevemente con la tercera clase, y que el Espíritu de Dios me ayude para dirigirme fielmente a ustedes. "Otra parte cayó entre ESPINOS, y los espinos que nacieron juntamente con ella, la ahogaron." Ahora se trataba de tierra buena. Los primeros dos caracteres eran malos; el espacio junto al camino no era el lugar apropiado, y la roca no era una situación propicia para el crecimiento de cualquier planta; pero este es un buen terreno, pues allí crecen espinos. Un terreno en el que crecen cardos, ciertamente puede producir también trigo. Dondequiera que brote el cardo y prospere, allí podría prosperar también el trigo. Se trataba de un terreno rico, bueno y fértil; no era sorprendente, por tanto, que el labrador sembrara abundantemente allí, y echara puñado tras puñado en ese rincón del campo.

Vean cuán feliz se pone cuando visita ese lugar en un mes o dos. La semilla ha brotado. Es cierto que hay una plantita sospechosa por allí, que tiene aproximadamente el mismo tamaño del trigo. "¡Oh!" -piensa-, "eso no es importante, el trigo crecerá más rápido que esa plantita; cuando crezca ahogará a esos pocos espinos que desafortunadamente se han mezclado con él." ¡Ay, señor labrador, usted no entiende la fuerza del mal, pues no soñaría de esa manera! Regresa, y la semilla ha crecido; hay incluso trigo en la espiga, pero los cardos, los espinos, y las zarzas se han enredado los unos con los otros, y el pobre trigo con dificultad recibe un rayo de sol. Está tan afestonado con zarzas por todos lados, que con los pringues de las zarzas y la ausencia de luz solar, muestra una tonalidad amarillenta y marchita. Pero todavía vive; persevera en el crecimiento, y da la impresión que producirá un poco de fruto, pero no llega nunca a nada. El segador no llena nunca su brazo con él. Hay la señal de fruto, pero no se materializa; no lleva fruto.

Ahora, nosotros contamos abundantemente con esta clase entre nosotros. Tenemos a las damas y a los caballeros que vienen a oír la palabra, y también entienden lo que oyen. No son hombres y mujeres ignorantes ni ciegos, que desechen lo que han oído. No estamos echando perlas delante de los cerdos cuando les predicamos, sino que recuerdan y atesoran las palabras de verdad; se las llevan a casa; reflexionan sobre ellas; vienen, regresan y vuelven otra vez. Llegan hasta el punto de hacer una profesión de religión. El trigo parece crecer y florecer, y que pronto llegará a la madurez. No tengan prisa; estos hombres y mujeres tienen mucho que cuidar; tienen los cuidados de una gran empresa; su establecimiento emplea muchos cientos de manos; no se dejen engañar por su piedad: no tienen tiempo para ella. Ellos les dirán que tienen que vivir; que no pueden descuidar este mundo; que de todas maneras tienen que cuidar el presente, y en cuanto al futuro, piensan que podrán cuidar de él muy pronto. Continúan asistiendo, y esa pobre y pequeña brizna esmirriada continúa creciendo; y ahora se han vuelto ricos, y pueden asistir al lugar de adoración en su carruaje, y tienen todo lo que el corazón puede anhelar. ¡Ah!, ahora crecerá la semilla, ¿no es cierto? Ahora no tienen afanes; ya vendieron su tienda, y viven en el campo; ya no tienen que preguntarse: "¿de dónde saldrá el dinero para pagar el siguiente recibo?"; o, "¿cómo podrán proveer para una familia que va en aumento?" No, ahora tienen demasiado, en lugar de demasiado poco, pues tienen sus riquezas.

"Bien, pero" -dirá alguno- "ellos podrían gastar sus riquezas para la obra de Dios; podrían ser talentos que podrían poner al interés." ¡Oh!, no, no es eso; sus riquezas son engañosas. Ahora tienen que atender a mucha gente, ahora deben ser respetables, ahora deben pensar en la posibilidad de volverse miembros del parlamento, ahora tienen que tener todo el engaño que las riquezas pueden posiblemente conferir. Sí, pero comienzan a gastar sus riquezas, así que seguramente superaron esa dificultad. Dan con largueza para la causa de Cristo; son pródigos en la causa de la caridad, y cosas semejantes; ahora esa brizna pequeñita crecerá, ¿no es cierto? No, por lo pronto contemplen los cardos del placer. Su liberalidad hacia otros implica liberalidad hacia ellos mismos; se placen con lo que tienen, y tienen razón en hacerlo; pero al mismo tiempo, estos placeres se vuelven tan altos y tan grandes que ahogan al trigo, y las buenas semillas de la verdad evangélica no pueden crecer porque tienen este placer, esa fiesta musical, ese baile y esa tertulia; así que no pueden atender a las cosas de Dios, porque los placeres de este mundo ahogan la semilla.

Conozco a varios tremebundos especímenes de esta clase. No sería justo contar la historia para que fuese conocida otra vez, pero podría contar muchísimas historias. Sé de uno que ocupa un alto lugar en los círculos de la corte, que a menudo me ha confesado que desearía ser pobre, pues piensa que entonces podría entrar en el reino del cielo. Él tiene una alta posición, pero lo ha dicho, y lo ha mencionado con señales en su rostro que mostraban que lo que decía era verdad: "¡Ah!, señor, estos políticos, estos políticos, quisiera deshacerme de ellos, están carcomiendo la vida de mi corazón; no puedo servir a Dios como quisiera. Únicamente deseo retirarme al algún lugar apartado para buscar a mi Salvador."

Sé de uno, también, tal vez sobrecargado de riquezas, siempre amable y noble con ellas, también; ese hombre me ha dicho, cuando hemos caminado juntos y he leído sus verdaderos pensamientos: "¡Ah!, señor, es una cosa terrible ser rico, pues uno encuentra que no es fácil aferrarse al Salvador con toda esta tierra que me rodea."

¡Ah!, mis queridos lectores, no pediré por ustedes que Dios los ponga en el lecho de la enfermedad, que les quite todas sus riquezas, que los conduzca a la mendicidad, que les quite todos sus consuelos; no pediré eso; oh, pero si Él lo hiciera, y ustedes salvaran su alma, sería la mayor negociación que podrían hacer jamás.

Si el rey pudiera quitarse su diadema para que fuera salvado; si aquellos más poderosos entre los poderosos que ahora expresan esta queja: que los espinos ahogan la semilla, pudieran renunciar a todas sus riquezas y ser proscritos de todos sus placeres; si todo su lujo se tornara en pobreza, y que todos aquellos que viven suntuosamente cada día pudiesen tomar el lugar de Lázaro en el muladar, y que los perros les lamieran sus llagas, sería un cambio feliz para ellos si sus almas pudieran ser salvadas.

Fíjense bien, yo creo que un hombre puede ser rico y honrado, y sentir mucho placer en las misericordias de Dios, y luego ir al cielo después de la muerte; pero será un trabajo difícil con él: "Es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios." Algunos de esos camellos pasan por el ojo de la aguja; Dios hace que algunos ricos entren en el reino del cielo, pero su lucha es dura, y desesperada la trifulca que tiene que enfrentar siempre contra su carne orgullosa, para mantenerla humilde y sometida.

¡Calma, joven amigo, calma! No te apresures a subir allí. Es un lugar que trastornará tu cabeza. No le pidas a Dios que te haga popular; los que gozan de popularidad, la odian, y desearían deshacerse de ella. No le pidas que te haga famoso y rico; los ricos y los famosos a menudo se contemplan, y desearían regresar a la quietud que una vez gozaron. Clama con Agur: "No me des pobreza ni riquezas." Que Dios me permita caminar por el punto medio de oro, y que siempre tenga en mi corazón esa buena semilla, que producirá fruto a ciento por uno para Su propia gloria.

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