6/01/2009

OTRA PARTE CAYÓ SOBRE LA PIEDRA

por Charles Haddon Spurgeon

II. Voy a dirigirme ahora a la segunda clase de oyentes. "Otra parte cayó sobre LA PIEDRA; y nacida, se secó, porque no tenía humedad." Ustedes pueden imaginarse fácilmente ese trozo de roca aflorando en el centro del campo. Por algún desgarro de la naturaleza, ha sido removida hacia arriba en el medio de la planicie, y, por supuesto, la semilla cae allí como cae por todas partes.

Tenemos oyentes que nos causan más placer y sin embargo más dolor subsiguiente de lo que muchos de ustedes creerían. Nadie sino aquellos que aman las almas de los hombres pueden decir cuántas esperanzas, cuánto gozo, y cuántas expectativas arrojadas al suelo nos han traído estos pedregales. Tenemos una clase de oyentes cuyos corazones internamente son sumamente duros, pero externamente son aparentemente los más suaves y los más impresionables de los hombres. Mientras otros hombres no ven nada en el sermón, estos individuos lloran. No se trata sino de un discurso ordinario para la mayoría de nuestros oyentes, pero estos hombres son afectados hasta las lágrimas. Ya sea que prediques los terrores de la ley o el amor del Calvario, son de igual manera conmovidos en sus almas, y se producen aparentemente las impresiones más vívidas.

Yo tengo a algunos de esos oyentes aquí esta mañana. Han decidido, y decidido, y sin embargo, lo han pospuesto. No son los tenaces enemigos de Dios quienes se recubren de acero, sino que lo que parecen tener sus pechos desnudos, y los abren, y le dicen al ministro: "corta aquí; aquí hay un pecho desnudo para ti. Apunta tus flechas hacia acá. Encontrarán un lugar listo donde podrán alojarse." Regocijados de corazón, arrojamos allí nuestras flechas, y dan la impresión de penetrar; pero ay, llevan por debajo de la carne una secreta armadura que detiene cada dardo, y aunque vibra allí por un momentito, se cae, y no se completa ninguna obra. Leemos acerca de este personaje bajo este lenguaje: "Parte cayó en pedregales, donde no había mucha tierra; y brotó pronto, porque no tenía profundidad de tierra." O como lo explica otro pasaje: "Estos son asimismo los que fueron sembrados en pedregales: los que cuando han oído la palabra, al momento la reciben con gozo; pero no tienen raíz en sí, sino que son de corta duración, porque cuando viene la tribulación o la persecución por causa de la palabra, luego tropiezan."

¡Oh!, ¿acaso no tenemos decenas de miles de nuestros oyentes que reciben la palabra con gozo? No tienen profundas convicciones, es verdad, no tienen alarmas terribles, sino que saltan a Cristo súbitamente, y profesan una fe en Él instantánea, y esa fe tiene también toda la apariencia de ser genuina. Cuando la vemos, la semilla en realidad ha brotado. Hay un tipo de vida en ella, hay una brizna de hierba verde y real. Damos gracias a Dios y nos ponemos de rodillas, y aplaudimos: decimos que hay un pecador que ha sido traído de regreso, que hay un alma nacida para Dios, que hay un heredero del cielo. Pero nuestro gozo es prematuro: brotaron de súbito, y recibieron la palabra con gozo, porque no tenían profundidad de tierra, y por esa misma causa que apresuró la recepción de la simiente; pero también, pronto, cuando el sol se elevó con su ardiente calor, se marchitaron.

Cada día vemos a estos hombres en la semana. Vienen a menudo para unirse a la Iglesia; nos cuentan una historia de cómo nos escucharon predicar en tal y tal ocasión, y, ¡oh, la palabra fue tan bendecida para ellos, que nunca se sintieron tan felices en su vida! "Oh señor, pensé que debía saltar de mi asiento cuando escuché acerca de un Cristo precioso, y creí en Él allí mismo en ese momento; estoy seguro que lo hice." Les preguntamos si sintieron jamás su necesidad de un Salvador. Responden: "sí" -pero quieren decir-: "no". Nosotros les cuestionamos respecto a si alguna vez fueron convictos de pecado. Bien, ellos piensan que sí, pero no lo saben; pero una cosa sí saben, que sienten un gran placer en la religión. Les preguntamos, "¿piensan que persistirán?" Oh, tienen confianza que lo harán. Odian las cosas que una vez amaron, están seguros que eso es así. Todo se ha vuelto nuevo para ellos. Y todo esto se ha dado de súbito. Les preguntamos cuándo comenzó la buena obra. Descubrimos que comenzó cuando terminó, es decir, no hubo un trabajo previo, no se aró el suelo, pero de pronto pasaron de muerte a vida y salieron de la condenación a la gracia, como un hombre que está al borde de un río podría saltar a la corriente.

A pesar de ello, estamos muy agradecidos por estos hombres. No podemos negar que parece haber toda apariencia de gracia. Tal vez los recibimos en la Iglesia; pero en una semana o dos ya no asisten a un lugar de adoración, con la regularidad con que solían hacerlo. Los reprendemos con suavidad, y dicen: bien, se enfrentan a tal oposición por la religión, que se contentan con ceder un poco. En otra semana los habremos perdido por completo. La razón se debe a que se han reído de ellos, has sido expuestos a una pequeña oposición, y se han vuelto atrás. Ellos son los señores Flexibles; irán al cielo con Cristiano, pues el cielo es un país que vale la pena. Así que caminan del brazo, charlando juntos muy dulcemente acerca del mundo venidero. Pero pronto se encuentran con una ciénega -el Pantano del Desaliento- y dentro cae el pobre Cristiano, y el señor Flexible se hunde allí también. "¡Oh! -dice él-, yo no acepté acompañarte para esto; yo no acepté acompañarte para que mi boca se llenara de lodo; si logro salir de aquí, y regresar, te puedes quedar tú solo con el valioso país." Así que el pobre hombre trepa hacia fuera como puede, y sale por el mismo lado que apuntaba hacia su casa; y hacia allá regresa, muy contento de pensar que ha escapado de la triste necesidad de ser un cristiano.

Y, ¿cuáles creen ustedes que son los sentimientos del ministro? Siente que se precipitó al considerar que había tenido éxito. Él es como el labrador que ve su campo todo verde y floreciente, y durante la noche una helada marchita cada tallo, y el pobre finquero se lamenta porque sus esperadas ganancias se han disipado. Lo mismo sucede con el ministro; se retira a su aposento, y se postra delante de Dios, rostro en tierra, y clama: "Oh, he sido engañado; este hombre ha vuelto a su vómito, como el perro; ha vuelto a revolcarse en el cieno, como la puerca lavada."

Ustedes recordarán aquel viejo cuadro de Orfeo, que tenía tal habilidad con la lira, que los antiguos decían que hacía bailar a su alrededor a los propios robles y a las piedras. Es una ficción poética, y sin embargo le ha ocurrido a veces al ministro, que no sólo ha visto regocijarse a los piadosos, sino que los propios robles y la rocas han danzado en su lugares; pero, ¡ay!, han seguido siendo robles y piedras. Enmudece la lira, y el roble regresa al lugar de sus raíces, y la piedra de desploma más pesadamente en la tierra.

El pecador que, como Saúl, estaba entre los profetas, regresa a planear perversiones en contra del Dios Altísimo. El que cantó ayer, y oró anteayer en la reunión de oración, va a la taberna para maldecir; se arrastra por las calles de la ciudad la noche del mismo domingo de su recepción en el seno de la Iglesia visible en la tierra.

Yo conocí a un hombre que me causó muchas lágrimas amargas. En una cierta aldea, él era el cabecilla de todo lo que era malo; era un individuo alto, gallardo, grande; un hombre que podía beber más abundantemente que, tal vez, cualquier otro hombre en kilómetros a la redonda. Él era el terror del vecindario: un hombre que maldecía y juraba, y no conocía el miedo. Entró un día para oír la Palabra de Dios, y lloró. Toda la parroquia estaba asombrada. Allí estaba el viejo Fulano de tal, llorando, y se rumoró que el viejo Tom quedó impresionado; comenzó a asistir con regularidad a la capilla, y manifiestamente era un hombre cambiado. La cantina perdió a un excelente cliente; ya no era visto en la bolera, ni podía ser detectado entre las filas de borrachos que eran tan comunes en el vecindario. Al fin se decidió a dar un paso al frente en la reunión de oración; habló acerca de lo que había experimentado, de lo que había sentido y conocido. Le escuché orar; era un lenguaje rudo y áspero, pero contenía una sinceridad apasionada. Yo lo consideré como una deslumbrante joya de la corona del Redentor. Se sostuvo seis, no, nueve meses perseveró en nuestro medio. Si se requería realizar un trabajo pesado, él lo hacía. Si se requería mantener una escuela dominical, a unos seis o siete kilómetros de distancia, él caminaba hasta allá. Sin importar el riesgo, él salía para ayudar en la obra del Señor; si podía ayudar al más insignificante miembro de la Iglesia de Cristo, se regocijaba grandemente. Así prosiguió; Pero al fin, la risa a la que estaba expuesto, las mofas y escarnios de sus antiguos compañeros, que al principio enfrentó como un hombre, se volvieron demasiado grandes para él. Comenzó a pensar que había sido quizás demasiado fanático, demasiado dedicado. Entraba furtivamente al lugar de adoración, en vez de hacerlo osadamente; gradualmente abandonó el servicio nocturno en medio de la semana, y por último abandonó el servicio dominical; y fue advertido a menudo, y a menudo fue reprendido, pero regresó a sus viejos hábitos; y aunque no volvió a ser el monstruo de pecado que había sido antes, cualesquiera pensamientos de Dios o de piedad que hubo conocido jamás, parecieron desvanecerse. Pudo hacer otra vez el juramente del blasfemo; otra vez pudo actuar perversamente junto a los profanos; y él -de quien nos habíamos jactado a menudo, y de quien decíamos en nuestras reuniones: "¡oh, cuánto debe ser glorificado Dios por esto!, ¿qué no puede hacer la gracia?"- para confusión de todos nosotros, estaba borracho algunas veces en nuestras calles, y entonces nos fue echado en cara: "este es uno de sus cristianos, ¿no es cierto? Es uno de sus convertidos que volvió a sus hábitos, y ha vuelto a ser tan malo como antes."

Si es malo ser como el oyente de junto al camino, no puedo creer que sea mucho mejor ser como la roca. Y sin embargo, esta segunda clase de oyentes, ciertamente nos da más gozo que la primera clase. Hay un tipo de personas que siempre se acercan a un nuevo ministro; y he pensado a menudo, que es por un acto de la amabilidad de Dios en la Providencia que envía siempre a algunas de estas personas al principio, cuando el ministro es joven, y sólo tiene a pocas personas que están junto a él: una clase de personas que se conmueven fácilmente, y si predica con denuedo ellos lo sienten, y lo aman, y se reúnen a su lado. Pero el tiempo, que prueba todas las cosas, los prueba. Parecen estar hechos de un metal bueno y verdadero, pero al ser colocados en el fuego, son probados, y revisados, y son consumidos en el horno.

Al mirarlos a ustedes, veo a uno o dos que pertenecen a ese tipo. No conozco a la mayoría de ustedes, pero sí veo a algunos de quienes debo decir: "ustedes encuadran exactamente con las personas descritas aquí." Los he mirado cuando he estado predicando, y a menudo he pensado: "Allí, ese hombre saldrá del mundo uno de estos días, estoy seguro que lo hará." He dado gracias a Dios por él. ¡Ah!, pero durante estos siete años les hemos predicado a ustedes, y siguen siendo lo mismo que eran. Bien, puede haber otros siete años, ¿quién lo podría decir? Y, ¿acaso esos siete años han de ser de esfuerzos inútiles? ¿Habrán de ser siete años de advertencias rechazadas y de invitaciones rehusadas? ¿Podría ser así, y habrían de ser llevados a su tumba al final, y estaré al pie de ese sepulcro abierto, y pensaré: "aquí yace una esperanza marchita, una flor que se secó siendo capullo, un hombre en quien la gracia parecía abrirse paso, pero en quien no reinó nunca; que dio algunos esperanzadores espasmos de vida, pero luego todos se desvanecieron en la frialdad y la languidez de la muerte eterna"? ¡Que Dios los salve! ¡Oh, que trate con ustedes eficazmente, y que ustedes puedan ser traídos al redil, sí, ustedes, para que Jesús reciba toda la gloria!

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