3/25/2012

Evangélicos y política


Examen de una cultura de contingencias. Hasta hace unos años, muy pocas personas estaban interesadas en conocer la implicancia de los evangélicos en la política chilena. Sin embargo, desde los 90’, se inició un trabajo más serio debido, principalmente, a que se reconoció la enorme expansión de este grupo religioso a nivel nacional que, hasta ese momento, era representado por un 16% de la población, aproximadamente.Para comprender el tema al que nos adentraremos, precisaré dos conceptos fundamentales. En primer lugar, entenderemos la política como aquello que responde a la ordenación de una comunidad o país que “requiere de un sistema de gobierno que a través de decisiones de autoridad acatadas por todos sus miembros logren garantizar su supervivencia” (Zipper 53). La política está directamente relacionada con el ejercicio del control de las sociedades, por medio de convenciones. En un Estado de democracia, quien aspire a la política, será elegido por la mayoría; accederá al poder y ejercerá autoridad con el fin de hacer de su comunidad un lugar de mejor supervivencia. En el caso de un gobierno autoritario o dictatorial, el poder se ejerce directamente desde la autoridad, sin previo consenso. En nuestro país llevamos más de 20 años en democracia; es entonces que debemos preguntarnos: ¿es legítimo que los evangélicos ingresen a la política, para ejercer el poder?

En segundo lugar, hablar de “evangé-licos” en Latinoamérica no es lo mismo que hacerlo en Europa o Estados Unidos. En el caso particular de Chile, el título de “evangélico” se relaciona directamente con el movimiento pentecostal, del cual se dice que “no sólo constituye la expresión numéricamente mayoritaria del cristianismo evangélico, sino que la fuerza de su presencia ha logrado modelar la imagen que la sociedad chilena tiene de lo evangélico” (Sepúlveda 7). El pentecostalismo proviene de la Iglesia Metodista Episcopal. Esta se formó con el fin de extender el evangelio de Jesucristo más allá de las fronteras inglesas y hunde sus raíces en la protestante Iglesia Anglicana, religión oficial de dicho Estado. HISTORIA
Es cierto que la cantidad de evangé-licos en nuestro país no es solo pentecostal, pero dado que esa facción es la predominante, le otorgaremos mayor atención; en cuanto sea necesario, también nos referiremos al resto de las iglesias protestantes. El censo del año 2002 muestra que los evangélicos representan un 15,1% de la sociedad chilena, sin considerar los niños menores de 15 años. De estos casi dos millones de evangélicos se estima que un poco más del 80% serían pentecostales.
La participación de evangélicos en la política chilena no es nueva, pero quiero examinar dos períodos cruciales en que los evangélicos tuvieron que luchar políticamente. El primero es de afianzamiento: los protestantes que llegaron a Chile se encontraron con un país católico en que existía la unión entre Iglesia y Estado, razón por la que eran disidentes, según el orden establecido. Hubo protestantes destacados que influyeron en la modernización de Chile, en oposición al intento de preservación del colonialismo que la Iglesia Romana llevaba a cabo. Tenemos, por ejemplo, a Joel Poinsett, quien llegó como cónsul de Estados Unidos durante el gobierno de José Miguel Carrera; el bautista inglés Diego Thompson, que fue traído por Bernardo O’higgins para iniciar, en nuestro país, el mé-todo educativo lancasteriano; los alemanes luteranos Bernardo y Rodolfo Philippi, ambos connotados investigadores en su país, que llegaron a colonizar el sur; entre otros. Los primeros protestantes que ingresaron a Chile eran hombres de basta instrucción universitaria y que ejercieron diversas ocupaciones en favor de la modernización económica, intelectual y social del país.
Cualquier libro sobre la historia de los evangélicos en Chile mencionará las diversas dificultades que enfrentaron como disidentes de la Iglesia oficial. No tenían derecho a reunirse, no podían ser registrados en las actas, no se les daba la posibilidad de casarse y no existía un cementerio no católico, razón por la cual muchos protestantes evangélicos eran enterrados en basurales. Debido a todas estas dificultades, los protestantes participaron del debate político-ideológico entre quienes tenían tendencias conservadoras en cuanto a la relación Estado-Iglesia y quienes tenían una tendencia liberal. Los protestantes naturalmente se adhirieron a la segunda facción, la que abogaba por un Estado laico. El protestante más connotado en esta contienda ideológica fue el pastor presbiteriano David Trumbull, quien desde el puerto de Valparaíso escribía en boletines de tendencia liberal y provocaba el escándalo entre los conservadores.
En palabras del pastor e historiador luterano Juan Wehrli: “bueno es conocer que desde muy temprano los evangélicos se preocuparon de ejercer sus derechos políticos, y no sólo ejercerlos. También se involucraron.”(283) Nótese aquí la diferencia entre ejercer un derecho político, e involucrarse en política. Entre el año 1883-84, el presidente Domingo Santa María dictó la Ley de Cementerios Laicos, la Ley de Matrimonio Civil y la Ley de Registro Civil. Así, la Iglesia católica, perdía el dominio total sobre estas materias, quedando un camino preparado para el suceso que marcaría el desarrollo legal del protestantismo en Chile. En 1925, el presidente Arturo Alessandri Palma, establece la separación del Estado y la Iglesia.
En 1909 se produce un avivamiento pentecostal entre personas de escasos recursos, mayormente marginales, lo que implicó una fuerte expansión entre 1910-1960. Dicho proceso comenzó en tres comunidades que no sumaban más de 1000 personas en total y, debido a la progresiva adhesión de otras iglesias conformadas y a la creciente evangelización, en 1960 ya constituían alrededor de 425.000 personas, lo que equivalía a un 6,6% de la población, según el Censo de ese año. Esto claramente es un avance en términos cuantitativos, pero, a la vez, significó la expansión de una mentalidad apolítica (y a veces anti-política) bastante marcada (ver Lalive). Junto con esto, se difundió una fuerte tendencia anti-intelectual que perdura hasta hoy. Los evangélicos numéricamente más grandes en Chile, estaban al margen de la influencia en asuntos públicos. Esto se debía fundamentalmente a una mentalidad dicotómica que separaba lo santo de lo secular, en que la política figuraba dentro de la segunda categoría.
El obispo Francisco Anabalón señaló en una entrevista que “en lo que se refiere a lo temporal, a lo contingente, a lo político derechamente, no es tarea de los cristianos hacer de la tierra un cielo” (Palma 136) y otro líder pentecostal, el pastor Narciso Sepúlveda, comenta que muchas iglesias evangélicas rechazan que sus miembros entren a asociaciones políticas por “temor de la corrupción en la que puedan caer […] en lenguaje evangélico: no hay que entrar en contacto con la gente mundana” (Palma 208). Sin embargo, la congregación de este último predicador –que es pentecostal–, ha optado por permitir a sus miembros la libertad de participación política. Además, cuando vienen períodos de votación, se escuchan con frecuencia frases como ésta: “los evangélicos somos políticos en la urna, y luego seguimos siendo apolíticos”. El evangélico, o el pentecostal en general, es a-político en términos partidistas, es decir, no está de acuerdo con adherir a algún partido político, pues su única labor política ciudadana es el voto. Paralelo a este proceso de apolitización, existen registros históricos que señalan la participación política partidista de diversos actores, como por ejemplo, los hermanos Metodistas, entre los cuales figuran ilustres políticos de tendencias izquierdistas.
Ahora revisemos un segundo período, de resguardo. Como hemos visto, la Iglesia Pentecostal en su globalidad se declara a-política, pero temo tener que demostrar lo contrario. En septiembre de 1973 se efectuó el golpe de Estado encabezado por el General Augusto Pinochet. ¿Quién podía desentenderse de un asunto como ese? Es así que en el año 74’ se reunieron un grupo de 32 pastores, representantes de sus diversas denominaciones, la mayoría pentecostales, que firmaron un documento en el que se declaraba el apoyo al nuevo presidente. Ellos conformaron el Centro Evangélico Nacional Coordinador de Actividades (CENCA), lo cual dividió notoriamente a los evangélicos en Chile. Se conformaron grupos de pastores contrarios a la dictadura y en 1981 se conformó otra asociación, la Confraternidad Cristiana de Iglesias (CCI), que era declaradamente ecuménica y abogaba por la defensa de los Derechos Humanos.
Ocultar esta parte de nuestra historia eclesial nacional sería un atentado contra la realidad. El pueblo evangélico se vio obligado a salir de la marginalidad política, lo cual significó su división interna y provocó desagradables desavenencias. Actualmente, algunos datos de involucramiento serían los siguientes: en el año 1999 el pastor Salvador Pino quiso postular a la presidencia como candidato evangélico, pero no consiguió mover a las masas. Entre los políticos evangélicos reconocidos desde el 2010 figuran: Ena Von Baer, senadora luterana; y Eduardo Durán Salinas, Gobernador de la Provincia de Ñuble, pentecostal.
PROPUESTA
En 1530, en el contexto de una Alemania monárquica, siete príncipes trabajaron en la famosa Confesión de Ausburgo, para declarar sus principios conforme a la reforma protestante iniciada por Martin Lutero. El punto XVI, llamado “El Estado y el Gobierno Civil”, señala que: “los cristianos, sin incurrir en pecado, pueden tomar parte en el gobierno y en el oficio de príncipes y jueces […] El evangelio no destruye el gobierno secular […] al contrario, su intento es que todo esto se considere como verdadero orden divino y que cada uno, de acuerdo con su vocación, manifieste en estos estados el amor cristiano y verdaderas buenas obras” (27-28). Con esta declaración nos explicamos porqué los protestantes nunca se negaron a la política. Sin embargo, es pertinente reconocer ciertos principios para ejercerla en busca del poder, ya que el temor de los pentecostales acerca de la corrupción es justificable.
El texto bíblico ofrece una excelente diferenciación conceptual; Jesús establece que quienes lo siguen “no son del mundo” (Jn 15:18-19; 17:12-13). Sin embargo, dice en su oración a Dios Padre: “no te ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal” (Jn 17:14). Esto demuestra que Jesús asume nuestra estadía en el mundo y, por lo tanto, sabe que hay un propósito para que cada uno de nosotros esté aquí. De esto se extraen dos principios. El primero es la diferenciación: no somos del mundo, no somos como ellos. Un verdadero cristiano se mueve dentro de los márgenes señalados por Jesús en sus diversas enseñanzas, debe ser diferente en su ética y moral y, en términos de la Confesión de Ausburgo, debe manifestar amor cristiano y verdaderas buenas obras. El segundo principio es la acción: dado que estamos en el mundo y Jesús nos guarda del mal, tenemos algo que hacer. Un evangélico pensará inmediatamente que lo-que-hay-que-hacer es evangelizar. Ahora bien, ¿qué tal si no evangelizamos solamente a las personas?
Un connotado pastor protestante presbiteriano escribía en 1912 que “el cristianismo tiene que saturar, no tan solo las naciones, sino también todo el pensamiento humano. […] El Reino de Dios debe ser promovido; no sólo en ganar a todo hombre para Cristo, sino en ganar al hombre entero” (12). El principio de acción debe estar sustentado no solamente en la evangelización personalizada, sino en la evangelización de la mente. Esto implica la evangelización de todo aspecto cultural, desde las ciencias, pasando por las artes, hasta llegar al mismo seno de la política.
Sin embargo, es necesario establecer una última categorización, para lograr estructurar bien este pensamiento: ¿Qué buscaría un evangélico al inmiscuirse en la política? Si se busca establecer una especie de Iglesia Oficial, se estaría yendo en contra del principio de diferenciación, puesto que eso acarrearía muchos males que ya han sido vistos en la historia; en casos de la Iglesia Católica, en el Imperio Romano y la Iglesia Anglicana, en Inglaterra. Vemos que esta alianza es infructuosa.
Tenemos una segunda opción: que el laico, por iniciativa propia, participe

en la política a modo de profesión, sin ser representante de su iglesia o denominación, sino representante del cristianismo bíblico, anteponiendo los intereses de Cristo por sobre los de un partido político determinado. Con esto, en términos de la Confesión de Ausburgo, ese cristiano protestante estaría conformando el orden divino. Teniendo estos principios claros, las denominaciones no serían comprometidas políticamente y tampoco el evangelio; el laico trabajará de manera independiente con sus convicciones claras y, así, se podrá forjar un Estado y un país cristianizado sin necesidad de un credo oficial

CONCLUSIONE
En el caso de nuestro país, los evangélicos han participado en política según la necesidad contingente, es decir, en el período de disidencia, para conseguir libertades, lo cual es positivo; en el tiempo de dictadura, para sobrevivir a base de la negación de la ética bíblica (Lagos 39), lo cual, evidentemente, es negativo de acuerdo a la etapa de la que hablamos y las violaciones perpetradas, según los Derechos Humanos. Esto solo demuestra una actitud pasiva frente a la política. No se ha entrado en ella para llevar el evangelio, sino únicamente por un instinto de supervivencia. No hemos sido movidos proactivamente, según el principio de acción, para llevar el Reino de Dios a todas las esferas del ser humano.
¿Queremos sobrevivir o queremos transmitir vida? Chile es un país con gran cantidad de evangélicos, pero aún no hemos logrado hacer un país evangélico en términos cualitativos. Ya hemos ganado un espacio legal, incluso con el establecimiento de un feriado nacional. La lucha ahora es la cualificación socio-cultural. Siempre han existido evangélicos políticos o pasivos que ejercen su derecho polí-tico por necesidad o por contingencia; pero es tiempo que haya políticos evangélicos o activos. Es menester la inclusión de laicos que se involucren y se hagan cargo de un oficio político a través del cual difundan el evangelio y cualifiquen la sociedad Chilena con el cristianismo bíblico y protestante. Necesitamos políticos de firmes convicciones cristianas que ganen al hombre chileno entero y a su cultura.
*BibliografíaLagos S., Humberto. El general Pinochet y el mesianismo político. Santiago: LOM, 2001.Lalive, Christian. El refugio de las masas. Talcahuano: CEEP, 2010.Machen, Gresham. Cristianismo y cultura. Barcelona: ACELR, 1996.Sepúlveda, Juan. De peregrinos a ciudadanos. Santiago: Konrad Adenauer, 1999.Wehrli, Juan. “La influencia política de los evangélicos en la historia de Chile”. Hermes Canales, Firmes y Adelante. Santiago: Barlovento: 2000.Zipper, Ricado, Morales, María. Ciencia política. Santiago: Universitaria, 1999.Palma, Irma. “Narciso Sepúlveda”. En tierra extraña. Santiago: Amerinda, 1988.Palma, Irma. “Francisco Anabalón”. En tierra extraña. Santiago: Amerinda, 1988.La confesión de Ausburgo. Colombia: Concordia, 2003.
» LUIS ARANGUIZ KAHN, Estudiante de Literatura de la Pontifica Universidad Católica de Chile.
Revista OIKONOMOS «A fondo»

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