4/02/2009
Requisitos para un avivamiento
Por Oswald Smith
“Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad” (Salmo 139:23, 24)
Ésta ha sido la historia de la obra del avivamiento a lo largo de todos los siglos. Noche tras noche se han predicado sermones sin que ellos surtieran ningún efecto, hasta que algún anciano o diácono estalla en una agonía de confesión y, yendo a aquél al que ha dañado, le ruega perdón. O alguna mujer que ha sido muy activa en la obra, y que se hunde y en lágrimas de arrepentimiento confiesa públicamente que ha estado murmurando acerca de alguna otra hermana, o que no se habla con la persona al otro lado del pasillo. Entonces, cuando se halla hecho confesión y restitución, con la dura tierra derribada, el pecado al descubierto y reconocido, entonces y no hasta entonces, el Espíritu de Dios viene sobre la audiencia y un avivamiento desciende sobre la comunidad.
Por lo general hay tan solamente un pecado, un pecado que constituye el obstáculo. Había un Acán en el campamento de Israel. Y Dios señalará con Su dedo justo el lugar. Y no lo sacará hasta que se haya actuado con respecto al obstáculo.
¡Oh! entonces, roguemos primero con la oración de David cuando él clamó: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad” (Salmo 139:23, 24). Y tan pronto como el obstáculo del pecado haya sido eliminado del camino, Dios vendrá en un poderoso avivamiento.
Una ciudad de iglesias llena,
grandes y eruditos oradores,
bella música, órganos y coros;
si todos fallan, entonces ¿qué?
Buenos obreros, fervientes, deseosos,
que hora tras hora trabajan con ardor;
pero ¿dónde, oh, dónde, mi hermano,
está el todopoderoso hacer de Dios?
Refinamiento ¡educación!
Desean lo mejor.
Sus planes y designios, perfectos.
No se dan descanso alguno;
consiguen del talento lo mejor,
tratan de hacerlo superior,
pero, oh, hermano, su necesidad
es el Espíritu Santo de Dios.
Gastaremos nuestro dinero y tiempo
y predicaremos con sabiduría grande,
pero la simple educación
empobrecerá al pueblo de Dios.
Dios no quiere humana sabiduría,
no busca sonrisas ganar;
sino que, oh hermano ¡necesitamos,
que el pecado abandonado sea ya!
Es el Espíritu Santo
que el alma vivifica.
Dios no aceptará al hombre adoración,
ni aceptará el control humano.
Ni humana innovación,
ni habilidad o arte mundano,
podrán dar constricción,
ni quebrantar el corazón del pecador.
Podemos humana sabiduría tener,
grandes cantos y triunfos:
buen equipo podrá haber,
pero en esto no hay bendición.
Dios quiere un vaso puro y limpio,
labios ungidos y veraces,
un hombre del Espíritu llenado,
que proclame todo Su mensaje.
Gran Dios ¡avívanos en verdad!
y mantennos cada día;
que todos puedan reconocerte,
vivimos como oramos.
La mano del Señor no se ha acortado,
todavía es Su delicia bendecir,
si huimos de todo mal,
y todo nuestro pecado confesamos.
Nota: Este poema fue escrito por Samuel Stevenson que me introdujo por vez primera a algunos de los guerreros de la oración y que me enseñó muchas de estas grandes verdades
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